—Te amo.
Dejé caer los platos con un fuerte golpe. Uno se rompió e hice una mueca. Me agaché para recoger las piezas.
—Lo siento mucho—, dije, agachándome, recogiendo y reproduciendo sus palabras una y otra vez en mi cabeza.
—amaia, está bien, —dijo alfred. —Puedo conseguir más platos. —Se
agachó a mi lado y cogió mis manos. —Detente. Escúchame.
Me congelé, incapaz de mirarlo a la cara. En lugar de eso, fijé mi mirada en las piezas rotas del plato.
—Te amo. Me di cuenta de ello la semana pasada. Sé la fecha y hora exacta.
— ¿Lo haces?
—Mmhmm—. Se puso de pie y me alzó. —Fue el lunes pasado a las 4:37 P.M. Te sentaste en mi regazo y me susurraste tus secretos en el oído, y fue ahí cuando me di cuenta que te amaba. Enterré mi rostro en su pecho, y él envolvió sus brazos a mí alrededor.
— ¿Por qué no me lo dijiste en ese entonces? —pregunté.
—Porque no estaba listo.
—Oh.
—No espero que me lo digas, amaia —dijo alfred.
—De acuerdo.
—Quiero que lo digas cuando lo sepas.
—De acuerdo.Me sacudió suavemente.
— ¿Pero no te pone nervioso? ¿Esperar a que yo lo diga? —pregunté.
—No. No es condicional. No te amo porque tú me amas. Te amo porque te
amo. Bueno, eso tenía sentido. Y me llenó de felicidad. Pensé que nunca podría ser feliz. Recuerdo pensarlo al principio del año escolar, pero ahora todo había cambiado. Era feliz. Finalmente feliz.
—Yo…
—No te atrevas —me advirtió alfred.
Lo miré y noté su sonrisa.
— ¿Por qué no?
—Porque no estás lista. Y sólo lo estarías diciendo porque yo lo dije.
Sonreí. —No.
—Lo digo en serio, amaia
—Pero yo…
— ¡No lo hagas! —dijo, alzándome del suelo. Envolví mis piernas a su
alrededor.
— ¡alfred! ¡Tengo permiso de decirlo si es verdad! —argumenté.
—No estoy convencido de tus motivaciones —replicó, colocándome en la encimera de la cocina. Se ubicó entre mis piernas, sosteniendo mi cadera.
—No tengo ninguna motivación excepto decirte lo que es verdad.
—amaia…
— ¡Te amo! —espeté, antes que pudiera interrumpirme.
Alfred suspiró, luego dejó que su boca se convierta en una pequeña sonrisa
perversa.
—Bueno, eso lo hace. — Me tiró sobre su hombro y caminó hacia la
habitación. Chillé todo el tiempo, golpeando su estómago hasta que me sentí caer de espaldas hacia su cama.
—Te advertí.
Reí y me retorcí cuando sentí sus manos ir hacia el botón de mis vaqueros. —Nunca podrás quitarlos —reí. —Son vaqueros ajustados.
—Oh, me subestimas —replicó alfred. —Si quiero entrar, entraré.
Retorcí mi cadera sin entusiasmo en un intento de pretender que estaba
peleando. Me gustaba la lucha juguetona, y parecía llenar su necesidad por mi cuerpo. La verdad es que él no podía quitarme los vaqueros lo suficientemente
rápido.
—Dios, ¿acaso esta cosa está pegada o algo? —dijo, tirando y jalando.
— ¡Detente! —lloré. — ¿Estás intentando hacerme daño? —. Alejé sus manos y me escurrí fuera de mis vaqueros. Él observó con fascinación.
—No sé cómo ustedes las chicas lo hacen, pero es fantástico —dijo, cuando una vez más estaba recostada en su cama con solo mis bragas y mi top. Se colocó
encima de mí y bajó la mirada hacia mi rostro. —Ahora, aquí están todas las cosas que planeé hacerte.
Cerré mis ojos.
—No. —Dijo — Abre tus ojos y mírame.
Obedecí.
—Primero, voy a deslizar tus bragas por tus piernas.
Volteé mi rostro.
—amaia, mírame.
—No puedo. ¡Es vergonzoso! Sólo hazlo. ¡No me lo digas!
Colocó sus manos a cada lado de mi rostro y gentilmente me volteó para que lo mirase una vez más.
—Eres muy impaciente.
Tomé un respiro profundo y esperé.
—A continuación, voy a deslizar mi mano entre tus piernas y jugar contigo. Mi respiración se aceleró un poco.
— ¿Qué piensas de ello?
Asentí.
— ¿Quieres que deslice mi dedo en tu coño?
— ¡alfred!
O tal vez quieres que frote tu pequeño clítoris. Sé que realmente te gusta
eso.
— ¡Detente!
— ¿Detener qué? ¿Dejarte de decir lo que planeo hacerte? ¿Por qué estás
avergonzada?
—No lo sé —me las ingenié decir, sintiendo el calor de la vergüenza quemar mi piel y latir entre mis piernas.
—Sólo quiero que te mojes, amaia —continuó alfred. —Para lo que he
planeado a continuación.
— ¿Ah?
—Bueno, ¿pensaste que no pondría mi boca en ti? ¿Cómo no lo haría? Tienes, baja las manos, el más dulce y pequeño coño en el planeta.
—Oh mi Dios…
—Y voy a enterrar mi rostro en él.
—Jesucristo…. —Y nunca digo Jesucristo.
—No, Amaia. Mi nombre es alfred García. Y estoy por darte el orgasmo
más explosivo de tu vida.
Y mierda, él lo hizo.
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PARADISE SUMMERLAND (historia adaptada almaia)
FanficAmaia Romero es una chica buena. Sólo comete un error en su primer año en la escuela secundaria que le cuesta diez meses de detención juvenil. Ahora en su último año a perdido todo:su mejor amiga, La confianza de sus padres, el privilegio de conduci...