CHICA RESPLANDECIENTE

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Todavía no entiendo por qué quieres pasar el rato con nosotros —dijo
Javier. Miró por la ventana del coche mientras amaia los llevaba a él y a sus tres amigos hacia la pista de patinaje—. Pero gracias por el paseo.
—Necesito salir de casa —respondió ella—. Y gracias por dejarme
acompañarlos.
Javier hizo una mueca con un pensamiento.
—¿De nada? ¿Y, no vas a hacernos pagar la gasolina o algo así, verdad?
Amaia rio.
—No.
—Entonces puedes salir con nosotros en cualquier momento, amais —dijo
Wesley desde el asiento de atrás—. Nos encanta presumir para las chicas.
Amaia se rio.
—Tienes que prometer estar impresionada y aplaudirnos —soltó Charlie.
—Haz algo impresionante, y lo haré —respondió Amaia.
—Deja de coquetear con mi hermana —gruñó javier—. Es asqueroso.
—Oh, déjalo —respondió amaia alegremente. Le hizo un guiño a Charlie en el espejo retrovisor. Él se agarró el pecho y fingió un ataque al corazón.
—Definitivamente te pediría salir si no estuvieras pillada —dijo Charlie.
—¡Amigo! —espetó javier.
Charlie, Wesley y Pete se rieron con fuerza.
—Cálmate, javi —dijo Pete—. Nadie está ligando con tu hermana.
—Bien, porque te golpearé hasta sacarte la mierda —respondió javier.
Amaia rodó los ojos y giró en el estacionamiento vacío.
—Um, ¿chicos? El parque está cerrado —dijo ella, yendo hacia una plaza de
aparcamiento. Los chicos se rieron. —Dulce, dulce amaia —dijo Wesley—. Estamos a punto de mostrarte un
poco de diversión alucinante. Se desabrocharon el cinturón y saltaron fuera del coche. Javier abrió el
maletero y repartió las patinetas.
—Esperen —dijo amaia —¿Vamos a colarnos?
—Uh, sí. Si por colarnos nos referimos a entrar por el agujero de la valla —
explicó Pete.
—¿En serio? —dijo amaia—. No sé…
—Oh, relájate. Si quieres esperar en el coche, está bien —dijo javier.
—¡No, no quiero quedarme esperando en el coche! —respondió ella—. Eso es
totalmente penoso.
—Totalmente —repitió Charlie. Él la miró de arriba abajo—. Vamos, pequeña hermana mayor de javier. No tengas miedo. Vamos a cuidar bien de ti. —Le tendió la mano, y ella no se lo pensó dos veces. La tomó y se dejó llevar hasta el agujero en la valla.
Los cinco se colaron justo cuando la sombra y las luces de seguridad se
encendieron.
—¿No hay cámaras? —susurró a Charlie.
—No —susurró de vuelta. Le apretó la mano, enviando escalofríos por su
brazo. Ella se alarmó ante lo feliz que la hacía sentir. Charlie era el más lindo de todos los amigos de Javier. Media unos metro setenta y cinco. Era lo opuesto a lo desaliñado que el pelo en los ojos hacía parecer a los chicos deportistas de secundaria. Tenía los ojos color azul Caribe, y siempre
miraba directamente a la cara a amaia cuando hablaba con ella. Tenía demasiada confianza para un muchacho de diecisiete años, y eso la hizo temblar. Admitió su atracción por él cuando lo conoció. Bueno, ella lo admitió para sí misma, no a él. Se desvaneció rápidamente una vez que se dio cuenta de lo repugnante que sería salir con uno de los amigos de javier. Él mantuvo su coqueteo
con ella durante toda la escuela secundaria e incrementó en su último año cuando pensaba que estaba sola. Cuando secretamente estaba saliendo con alfred. Charlie le soltó la mano y le señaló un lugar seguro donde sentarse. Se sentó en un banco y observó a los chicos volando por las rampas, girar sus patinetas, caer
sobre el hormigón con gruñidos y gemidos, y animarse entre ellos con gritos y risas. También les aplaudió, sobre todo cuando Pete patinó hacia ella para recuperar un paquete de cigarrillos del bolsillo de su chaqueta.
—No, amais. Estás en servicio de conductora —señaló Javier.
—No, no lo estoy —argumentó ella.
Los chicos se rieron. —Déjala tomar uno, hermanito— dijo Wesley—. Lo necesita.
—Sí, lo hago —estuvo de acuerdo ella enfáticamente.
Javier lo pensó por un momento.
—No va a cambiar nada —dijo—. Alfred seguirá habiendo estado casado cuando vayas a casa.
Amaia lo miró sorprendida. Luego se volvió puntillosa y petulante.
—¿Tú qué haces fumando marihuana? —le preguntó—. ¿Cuándo empezaste con todo esto?
—Hace unas tres semanas —respondió Javier.
Amaia lo pensó por un momento.
—¿Por esto fue que rompió Kim contigo?
—Sí.
—¿Así que preferiste la hierba por encima de una guapa chica locamente
enamorada de ti?
—No entendía porque no podía tener ambas cosas.
—Eres un idiota.
Javier se encogió de hombros.
—¿Esta es tu etapa rebelde, o algo así? —preguntó amaia.
—Sí.
Ella asintió.
—¿Sí? Bueno, ¿adivina qué? Esta también es mi etapa rebelde.
Los hermanos se miraron. Entonces javier tomó una decisión.
—Siempre y cuando nos cubramos las espaldas el uno al otro —dijo en voz
baja.
—Siempre —respondió ella.
Pete encendió el canuto y se lo pasó al grupo. Javier instruyó a amaia como
tomar una calada. Inhalarlo. Aguantarlo en el pecho durante unos segundos. Soplar el humo por la nariz. Amaia siguió sus indicaciones y esperó el par de segundos que le tomó sentir un leve subidón. Luego el mini subidón se convirtió en uno moderado. Y entonces el moderado se convirtió en un impresionante subidón de mierda.
—Esto manda a la mierda la vieja escuela —dijo ella, pasándole el cigarrillo a Pete.
—Esto es lo que va conmigo — respondió Pete—. Nada de pipas en los bolsillos.
Se rieron. Amaia se rió mientras Wesley volvía a contar su fallida cita con Tiffany. En realidad, se echó a reír histéricamente, entonces, pidió otro calo.
—Uno más, niña —dijo Charlie—. Y eso es todo lo que vas a conseguir. Esta hierba de fuerte. No quiero que hagas nada loco.
—Solo dame la hierba —dijo amaia.
—Un beso primero —sugirió Charlie.
—No, hombre. De ninguna manera —argumentó javier. Estaba acostado
sobre un parche de hierba en el parque de patinaje con la cabeza apoyada en su patineta—. Amaia, si lo besas, te mato. Y luego a él.
Amaia aplaudió con las manos.
—¡Hurra!
Los muchachos se echaron a reír.
—¿Qué estamos celebrando, amais? —preguntó Wesley.
—No lo sé —dijo—. ¡No lo sé! —Se rió con fuerza y rodó por el suelo—.
¡Quiero más hierba!
—amais, si te doy más hierba, ¿Qué harás por mí? —preguntó Charlie.
—Ni siquiera es tu hierba, hombre —dijo Pete—. Ella debería besarme a mí.
—Tú tienes novia —señaló Wesley. Le pasó el canuto a javier, quien tomó
otra calada.
—Ah, sí. Lo olvidé —dijo Pete. El grupo se echó a reír de nuevo.
—Dame, dame —dijo amaia. Alzó sus manos hacia Charlie. Él las tomó y
tiró de ella poniéndola sobre sus pies.
—No te lo montes con mi hermana —murmuró javier, con los ojos cerrados.
Charlie acercó más a Amaia.
—Tengo novio —susurró ella.
—Oh, lo sé —dijo Charlie—. Solo voy a besarte un poquito, y puedes
pretender resistirte si eso te hace sentir mejor. Amaia se rió. Una vez más. Sacudió la cabeza y sonrió con recato.
—¿Ni siquiera un besito? —hizo un mohín. Ella ladeó la cabeza y arrugó la cara mientras pensaba.
—Bien —dijo de repente, y le dio un beso en los labios. Pete le pasó el canuto, y ella tomó su segunda y final calada. Charlie sonreía de oreja a oreja. Había querido lengua, pero se conformaría con lo que había conseguido. El grupo se sentó y habló de política, de Dios, de los pechos de las mujeres, de los beneficios nutricionales de la fruta frente a la verdura, programas de televisión y
sexo. —Creo que Dios es, como, súper enorme —dijo Pete, yaciendo extendido en el suelo.
—¿Cómo crees que luce? —preguntó Wesley.
—Creo que solo como un tipo enorme. Con manos realmente enormes.
Amaia asintió con la cabeza.
—¿Los truenos de verdad son ángeles jugando a los bolos? —preguntó Pete.
—Sí —respondió javier—. Es como en la biblia.
—Amigo, ¿en serio? —preguntó Pete.
—Creo que sí —dijo javier.
Amaia pensó por un momento. Ella siempre había oído que los truenos era el sonido de los ángeles jugando a los bolos, pero no estaba segura si eso lo decía realmente en la biblia. Tendría que mirarlo cuando llegara a casa.
—Vivimos en un estado autoritario fascista —dijo Wesley.
—¿Ah, sí? —preguntó amaia.
—No lo sé. Solo lo dije para ponerlo a discusión —respondió.
—Eso es lo que nos enseña la música punk —dijo Pete.
—Esto no es una democracia —dijo Charlie con una profunda y andrajosa
voz.
El grupo se echó a reír.
—¿De dónde es eso? —preguntó amaia.
—De The Walking Dead. ¿Hola? Como Rick en, «Hey, esto no es una
democracia». —Usó la misma voz profunda y andrajosa, entonces se rió—. O algo parecido.
Amaia cayó al suelo riéndose. Yació sobre su espalda y atrajo sus rodillas
contra su pecho, abrazando sus espinillas.
—Amigo, leí en alguna parte que los cerebros de las mujeres están diseñados científicamente para compartir secretos —dijo Wesley.
Amaia elevó la voz.
—¿Científicamente diseñados?
—Sí. Es como que no pueden guardar un secreto. Una vez que escuchan uno, tienen que contarlo —explicó Wesley. Arrancó hojas de hierba y les dio vueltas entre el pulgar y el índice.
—Eso no es bueno —murmuró amaia. Y entonces se le ocurrió una idea—.
Hey, vamos a intentarlo.
—¿Eh? —dijo Wesley.
—Cuéntame un secreto y veamos si puedo guardarlo. Los chicos se rieron.
—Muy bien —dijo Wesley. Se inclinó y le susurró algo al oído de Amaia.
Ella sonrió.
—Oh, ese es bueno —dijo—. Realmente bueno.
—¿Cuál es el secreto, amais? —preguntó javier.
—No voy a decirlo.
—Sabes que quieres hacerlo —instó Charlie.
—Vamos —intervino Pete—. No vamos a contarlo.
—Nop. ¿Ven? Puedo guardar un secreto. —Se giró sobre su estómago e hizo girar un mecho de su cabello alrededor de su dedo índice.
Los chicos asintieron, convencidos.
—Tú eres la excepción entonces —dijo Pete. La miraron atentamente. Ella estaba en el suelo pensando en la admisión de Wesley, muriéndose por soltarla. Pensó que era solo por la hierba y no su cableado
cerebral obligándola a compartirlo.
—Denle diez segundos más —susurró javier.
Diez, nueve, ocho, siete…
—¡Jennifer Parson le mostró a Wesley sus pechos en octavo grado! —
exclamó—¡Le dijo que lo mataría si decía algo! ¡También dejó que se los tocara! Los chicos se carcajearon. Sus risas flotaron en la brisa de la noche, llevándolas hacia arriba, hacia las estrellas.
—Maldita sea —gimió amaia.
—Lo guardaste como, por un minuto —dijo Pete—. No seas tan dura contigo misma.
Amaia sonrió.
—De todos modos, creo que es mentira. Jennifer no te daría ni la hora del día, Wesley.
—¿Por qué crees que amenazó con matarme si hablaba? —argumentó.
Amaia aprendió mucho sobre los hombres esa noche. En su mayoría se dio cuenta que eran unos estúpidos y solo se preocupaban realmente por el sexo y la patinetas. Al menos este grupo en particular. No fue hasta que alguien mencionó que tenía que irse a casa que se dio cuenta que no sabía cómo habían llegado allí.
—Llama a tu hombre, amais —sugirió Pete.
—¿Has perdido la cabeza? —preguntó amaia. No había forma en el infierno
que fuera a llamar a alfred. Era tan anti-drogas como se puede ser y podría ponerse hecho un basilisco—Ya lo hice —dijo Javi.
—¡¿QUÉ?!
—¿Amiga, cómo más vamos a ir a casa? —dijo javier a amaia.
—No la llames amiga, hombre. Ella es una chica —dijo Wesley.
—¡javier, voy a matarte! ¿Qué pasa con lo de cubrirnos las espaldas? —gritó amaia.
—Oh, oh. ¿Alguien va a estar en problemas con papá cuando llegue a casa? —
preguntó Pete.
Amaia se dio la vuelta.
—No es divertido, idiota. Esto es realmente muy grave.
—Totalmente —Charlie estuvo de acuerdo.
—¡Deja de estar de acuerdo conmigo porque te gusto!
—Oye. Tú me besaste a mí, dulzura —dijo Charlie.
—¡Y no me llames dulzura!
Todos se giraron para ver como unos faros se detenían en el estacionamiento.
—Oh, Dios mío, Dios mío, Dios mío —respiraba Amaia—. Estoy tan
muerta. Observó cómo alfred se acercaba a la puerta del parque y miraba al grupo a través de la puerta bloqueada.
—¿Cómo entraron ahí?—preguntó.
—Por el agujero que está en la valla del otro lado —respondió Wesley.
Alfred asintió.
—¿Se divirtieron?
Wesley no estaba seguro de cómo se suponía que debía responder
—Uh, ¿Sí?
Alfred puso los ojos en blanco.
—¿Están listos para irnos?
—Amigo, ¿patinas? —preguntó Pete.
—Sí —respondió alfred.
—¿Quieres hacerlo?
Alfred consideró la oferta. Necesitaba tiempo para pensar así que se imaginó que bien podía mostrar sus habilidades en la patineta.
—¿Dónde está el agujero?
Cinco minutos después, alfred estaba haciendo volteretas. Le tomó unos pocos intentos balancearse pero se dio cuenta de que era como andar en bicicleta. Unavez que aprendes no se olvida. Le mostró un poco a amaia. Él quería que ella se sentara ahí y así pensar en todas las cosas que planeaba decirle cuando estuvieran
solos en casa. Sabía que era enloquecedor para ella, haciéndola esperar. Ella quería tratar toda la noche como una curita. Quitar esa mierda de un tirón y terminar con
eso. No alfred.
Él quería sacarlo lentamente, hacer que fuera con un poco de ligero dolor.
Hizo que amaia se sentara en el regazo de Pete cuando se subieron al auto.
Ella realmente no tenía mucha opción. No podrían sentarse todos en el auto y después de que alfred se enteró que Pete era el único con novia, decidió que era el único regazo adecuado. Escuchó a los chicos quejarse inútilmente mientras los
llevaba a cada uno a su casa, dejándolos uno a uno hasta que solo quedaron Amaia y él. Ella permaneció en el asiento trasero, demasiado humillada y aterrada para moverse. Estuvieron en silencio durante todo el trayecto.
—¿Tienes hambre? —preguntó alfred mientras caminaban a través de su puerta principal.
—Sí —susurró.
—Ese es un efecto secundario —respondió, sacando guacamole hecho en casa del refrigerador. Lo hizo ayer para acompañar sus tacos de pollo.
—No necesito un sermón —advirtió amaia. Se dejó caer en una silla en la
mesa del comedor. Alfred le llevó tazón y las papas y se sentó en su propia silla.
—No te voy a dar uno. Solo pensé que debías saber que tu cerebro puede
sentirse un poco inactivo las siguientes seis semanas o menos.
—¿Huh?
—Lo investigué. Puede tomarte seis semanas para que la droga deje tu sistema. En el transcurso puedes tener algunos síntomas en clases con pérdida de memoria a corto plazo y dificultad para comprender el material. Amaia se llevó una papa a su boca, dejando guacamole en las esquinas de sus labios.
—Eso es mentira —dijo con la boca llena.
—¿Lo es? —La miró curiosamente—. Te traeré el artículo mañana. Puedes
leerlo tú misma.
—No quiero leerlo —dijo—. Quiero sentarme aquí y comer.
Alfred asintió.
—Lo entiendo —dijo amablemente.
—¿Qué entiendes?
—Esta situación. Lo entiendo. Estás enojada conmigo.
Amaia resopló.No estoy enojada contigo en lo absoluto. Quería salir con mi hermano y fumar algo de hierba. Eso es todo lo que fue.
—Tienes guacamole en todo el labio—alfred señaló.
—No me importa.
Él suspiró.
—Está bien. ¿Quieres algo para limpiarlo?
—¿No voy a conseguir alguna cerveza?
Él sonrió.
—No, pero puedo traerte un vaso enorme de agua fría. Lo trajo a la mesa y la observó beberlo codiciosamente antes de ver el tazón.
Estaba casi vació.
—Sabes que te amo y me preocupo por ti —dijo alfred, observándola.
Ella parpadeó y siguió comiendo.
—No te voy a dar un sermón acerca de las drogas porque sé que no lo
necesitas. Eres más inteligente que eso.
—No uses esa mierda de psicología inversa conmigo —dijo amaia. Y luego
se echó a reír.
Alfred puso los ojos en blanco.
—Bueno, no es psicología inversa, pero en fin.
—Estás apelando a mi necesidad de sentirme inteligente —dijo Amaia—. Lo estás usando para convencerme de que las drogas son malas. —Observó a alfred a través de sus grandes ojos. ¿De dónde demonios salió eso? Todavía seguía tan en las nubes como una cometa pero se las arregló para decir algo malditamente inteligente. Se aplaudió a sí misma. Alfred la ignoró.
—Fumé marihuana por un largo tiempo y no me llevó a ningún lado. Estoy sorprendido de que todavía esté funcionando a cualquier nivel de intelecto.
—Entonces no debe ser tan malo —dijo Amaia.
Alfred la miró. Así que es así como se ve el resentimiento. Duro. Inflexible.
Desafiante. Distante.
—Está bien, amaia—dijo suavemente—. ¿Quieres algo más de comer?
—Pizza —respondió.
—Ordenaré pizza.
No hubo más conversación después de eso.

PARADISE SUMMERLAND (historia adaptada almaia)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora