LOGÍSTICA

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Su corazón se dejó caer cuando él la vio entrar al salón. Hizo caso omiso de las risitas y susurros y la siguió con la mirada mientras se dirigía a uno de los dos asientos restantes en su clase. Ambos al frente. No tenía opción. Tenía que estar cerca de él.
Cuando comprendió que él era el chico de la carretera 28, el miedo en su rostro fue inconfundible. Él no sentía tanto miedo. Sintió una extrema decepción. Y desesperanza.
Y entonces, estaba el asunto de su enterizo naranja. Él no sabía cómo hacerle frente o si debía hacerle frente. Una gran parte de él decía que debía dejarla en paz. Claramente estaba siendo intimidada, y ella pensaría en tratar de cambiar los papeles. Pero lucía ridícula. Tenía
que saberlo. Él no estaba seguro si ella en realidad había ganado o simplemente pensaba que lo había hecho. Trató de ser gentil, un acercamiento sin confrontaciones.
—amaia, probablemente quieras ir a cambiarte —dijo suavemente.
Los ojos de ella se abrieron como platos. No estaba seguro de porqué. Y luego lo golpeo.
¡Dijo su nombre! Sí, el recordaba su nombre. ¿Cómo podría olvidar ese nombre? Amaia.
Rítmica. Su canción. Su vida. Él lo decidió esa tarde al lado de la carretera. Ella era su cadencia. Ese fue un momento de claridad alarmante ahora confusa por la comprensión de que ella era su alumna. Él pensaba que Dios le estaba jugando otra broma cruel.
—En realidad, estoy bien —replicó ella, su voz era apenas un susurro.
No esperaba eso. Él pensó que ella obedecería. ¿No era eso lo que se supone que los estudiantes hacen?
¿Obedecer?
Él intentó un enfoque diferente.
—De acuerdo. Realmente no era una sugerencia. Las palabras pudieron haber salido un poco más planas de lo que el pretendía. Quería que ella entendiera que él estaba a cargo, pero tampoco quería avergonzarla.
Ella lo miró fijamente. No. Eso no estaba bien. Ella lo miró directamente través a sus ojos y dentro de su cerebro. ¿Podría ella ver lo que estaba pasando? ¿Podría sentir su imposible atracción por ella? No le gustaba la forma en la que lo miraba. Se inclinó hacia adelante. —¿Oíste lo que dije?
Ella parpadeó y se volvió a enfocar.
—Lo oí. No quiero cambiarme. Es un regalo, ¿ve? Fue dejado para mí en mi armario esta mañana. Quería usarlo para mostrar mi aprecio. Y fue entonces cuando él supo que tenía que tenerla. Él ya estaba irritado por su resistencia. ¿Pero ahora su actitud? Bueno, le molestó de inmediato. Y lo cambió al mismo tiempo.

* * *

Amaia tomó el vaso de Orange Crush
delante de alfred, luego se sentó a su
lado en la mesa del comedor. Él sonrió y negó con su cabeza.
—¿Qué? —preguntó ella.
—Tú.
—¿Qué sobre mí?
—Tú y tu moda por la naranja —explicó él.
Amaia arqueó su ceja.
—¿Y qué?
—Hiciste realmente difícil mi primer día, y lo sabias. Tú eras una malcriada.
Amaia resopló.
—Lo que sea.
Él se echó a reír.
—Disfrutaste cada segundo de esa conversación. Probablemente tenías una erección —dijo ella.
Él la ignoró.
—¿Estás lista?
—Creo que sí —respondió ella. De repente estaba nerviosa y no sabía por qué.
—Bueno. Primero es lo primero —alfred hizo una pausa y miró a su novia. Ella le devolvió la mirada, esperando—. ¿Vas a tomar notas?
—¿Es necesario?—pregunto ella.
Alfred se encogió de hombros.
—No lo sé.
Amaia respiró profundo.
—Si empiezo a sentirme abrumada, tomaré notas.
Alfred asintió.
Bueno, lo primero: Necesitas llenar el formulario W-4 de tu empleador y
llenarlo de nuevo. Amaia parpadeó.
—¿Eh? Alfred tomó un sorbo de su bebida.
—¿Recuerdas el papeleo que has debido llenar cuando empezaste a trabajar con Millie?
—No lo llené. Papá lo hizo. Él solo me hizo firmar junto a la nota adhesiva.
Alfred sonrió pacientemente.
—Bien. Bueno, necesitas pedirle a Millie llenar de nuevo el papeleo. Se llama W-4.
—¿Por qué necesito eso?
—Porque estoy malditamente seguro de que tu papá te quiere declarar como dependiente en sus impuestos, y no lo hará.
—¿Eh?
—Déjame ponerlo de esta manera: tu papá intenta sacar algo de dinero de ti, y como él te cortó, no creo que debamos permitírselo. Amaia asintió. No entendía nada.
—Así que, necesito que obtengas el nuevo papel para que podamos llenarlo un poco diferente. Esta vez no vas a marcar la casilla de «dependiente». Solo pondrás «0» en tus impuestos. De esta manera obtendrás el reembolso máximo, que, para ti, será todo. No haces lo suficiente para pagar, pero no quieres declarar ninguna retención tampoco. Dejarás que ellos tomen el máximo de sus cheques de pago porque obtendrás todo de vuelta a final de año de todos modos. Bueno, quiero
decir, no seguridad social…
—¡alfred! ¡No entiendo esto! —soltó rápidamente y estaba abrumada e irritada. Ella apoyó los codos en la mesa y se cubrió la cara con las manos.
—amaia, solo tráeme el papel. Yo me encargo de ellos —dijo alfred.
Ella mantuvo la cabeza baja, su cabello actuaba como cortina para proteger la mayor parte de la cara, pero se volvió un poco para mirarlo a través de una pequeña abertura en sus hebras.
—Crees que soy estúpida —susurró ella.
—No, no lo hago. Nadie entiende los impuestos. Solo sé lo básico. Lo
suficiente como para llenar un formulario W-4. —Sonrió—. Yo te ayudaré. Todo va a estar bien.
Amaia se sentó en silencio por un tiempo reflexionando sobre el término «dependiente». Aparentemente, se suponía que ya no lo era, y la idea de ser independiente no era ni liberadora ni emocionante. Se dio cuenta de que estaba
aterrorizada, estaba entrando a otra fase adulta, no estaba segura de que lo podía manejar.
—¿Cariño? —escuchó ella a su izquierda.
—¿Cariño? —repitió, y luego se echó a reír—. ¿Al igual que las parejas de
mediana edad se llaman entre sí?
«¿Cariño?» no podía evitar el recuerdo repentino de alfred llamándola «Cariño» en el Walgreens cuando fueron a comprar las pruebas de embarazo. Ella se echó a reír de nuevo.
—¿Qué? —pregunto alfred indignado.
—¿Puedes llamarme, como, un nombre atractivo de mascota? ¿Cómo «bebe» o «Mejillas Dulces»?
Ahora alfred se echó a reír.
—¿Mejillas Dulces?
Ella le dio un manotazo en el brazo.
—No sé. Algo mejor que «Cariño»
—Está bien —respondió Alfred—. Déjame pensar en eso. Amaia asintió, y bebió un sorbo del Orange Crush de alfred.
—Te voy a poner ti en la aseguradora de mi auto —dijo él—. Solo necesitas
pagar el básico de la colisión que sería unos 30 dólares al mes. ¿Puedes manejar eso? —preguntó él.
El corazón de amaia se dio una breve sacudida. Las palabras se escaparon
de sus labios antes de que pudiera detenerlas.
—¿No estás pagando por eso?
La sonrisa de alfred estaba en algún lugar entre la condescendencia y la alegría.
Estaba confundida por eso. Entonces se molestó por eso. Y luego cambió por completo. Solo le tomo tres segundos para ejecutar toda esta gama.
—No, Mejillas Dulces. Tienes tu propio peso en esta casa. Él no podía saber lo mucho que ella se deleitaba con esa declaración. Ella pensó que podría traducirse en «te veo en esta relación igual de importante por partes iguales». Se dio cuenta de que ella no tendría que dejar los billetes en su
cartera después de todo.
—Está bien —dijo ella en voz baja—. Pero no tuve ningún peso cuando me compraste ese auto.
—¿Volvemos a eso? —preguntó él.
—Fue simplemente un decir —respondió amaia. Casi sonaba como un reto, y el tomo Puedo pensar en algunas maneras en la que podrías pagarme —dijo pensativo.
Amaia se sonrojó y sonrió.
—¿Quieres venir y sentarte en mi regazo? —preguntó él.
—Quieres distraerme, y se supone deberías estar ayudándome —argumentó amaia.
—Eh, tienes razón.
Repasó el montón de papeles que tenía delante.
—Puedes utilizar el centro de salud universitaria. Tomar ventaja de ello como
estudiante de tiempo completo —aconsejó él.
—Estás pagando por la maldita cosa. —Hizo una pausa y leyó—. Parece que tendrás que pagar un poco más de tu bolsillo para la cuota anual, pero 75 dólares es un infierno mucho mejor a pagar quinientos en el consultorio y en médico. Amaia se sonrojó.
—Tú control de natalidad también está cubierto —explicó él—. Si estás
interesada.
—¿Qué?
Alfred continúo leyendo.
—Oh, espera. No. Parece que es un paquete de cinco dólares. —Rascó la
sombra de su barba—. Leí mal.
—¿Qué? —repitió amaia.
Alfred miró hacia arriba.
—No estoy diciendo que tengas que ir al control de natalidad. Solo estoy
diciendo que es una opción. Y es bastante buena comparativamente hablando. Es como 45 dólares más barato sin seguro.
—¿Cómo sabes siquiera eso?
Alfred se tensó ligeramente. Estaba teniendo muchos deslices. Demasiado seguidos ahora que ella vivía con él, había llegado a estar tan íntimamente conectado con su vida, su mundo. Él se estaba volviendo demasiado relajado, y simplemente no estaba listo para ir allí todavía. Para hablar de Andy y cómo
demonios él sabía algo sobre el costo de los paquetes de control de natalidad.
—Novias en la universidad —murmuró él.
Amaia pensó por un momento.
—No sé si voy a hacer alumna de tiempo completo.
—Parece que estás pagando el gimnasio, también —interrumpió alfred, pasando la página—. ¿Qué demonios? ¿Qué pasó con los días en que solo pagabas por las clases y ya?—alfred. Te dije que no sé si voy a ir a la escuela a tiempo completo —dijo
Amaia.
—¿Por qué?
—Porque no sé si tengo nota todavía —explicó ella.
—¿Qué quieres decir?
Amaia abrió su laptop. Era la única posesión que su padre le había comprado que no requirió ser devuelta después de su despedida.
—¿Vas a revisar esto por mí? —preguntó ella, empujando la computadora hacia alfred.
—¿Qué es esto? —preguntó él, viendo la pantalla.
—Mis papeles de FAFSA3
. ¿Tengo que llenarlo correctamente?
¡¿Cómo podía ser tan idiota?! En toda su preparación para ayudarla a resolver sus responsabilidades financieras, se olvidó por completo de cómo pagar su universidad. Él asumió que su padre lo haría. No sabía por qué. Tal vez en su
subconsciente esperaba que el señor Romero no fuera un completo idiota.
—Me dijiste que tus padres establecieron un fondo para la universidad —dijo Alfred.
—Lo hicieron.
Alfred parpadeó.
—Bueno, por lo que entiendo los fondos universitarios son específicamente para la universidad. El interés que se acumula en ellos… simplemente lo puedes utilizar como quieras.
—No fue un fondo para la universidad de esos. Papa solo creó una cuenta
separada. Algo en acciones o algo. No lo sé. Quería hacer un mejor retorno del dinero. Lo que sea que eso signifique. Nunca malditamente lo entendí. Solo sé que yo no tengo dinero para pagar la universidad —señaló la pantalla—. Ahora
ayúdame con esto.
Alfred se mordió la lengua. Había una serie de palabras que quería dejar salir sobre su padre, pero se las arregló para resumirlas todas en una se inclinó hacia la pantalla.
—No sabía que el primer nombre de tu papá era «Gilipollas».
Ella esbozó una sonrisa.
—¿No es horrible que sus padres le hicieran eso?
Alfred rio entre dientes.
—Tendría que haberlo cambiado legalmente para ahora —dijo amaia.
Alfred sonrió.
—Sabes que tendrás que arreglar eso antes de enviarlo. Amaia rio.
—Lo sé.
—Pero lo puedo dejar así por ahora. «Gilipollas Romero». Hay una buena rima ahí.
—Ya me lo imaginaba.
Alfred miró pensativamente a amaia. Ella estaba mirando la pantalla,
distraídamente mientras que giraba una cadena de oro alrededor de su dedo.
—Ven aquí, Mejillas Dulces —dijo él, tirando de su brazo. Él empujó su silla y la atrajo a su regazo. Ella se acurrucó contra él, con los ojos aun pegados a la pantalla.
—¿Lo llené bien? —preguntó ella.
Él leyó las páginas, cambiando cosas aquí y allá. Le hizo a ella unas preguntas, algunas que no pudo responder, y vio crecer su frustración.
—Lo haremos lo mejor que podamos —dijo él, y ella suspiró.
—¿Esta listo para enviarlo?
—Sí —respondió él.
—¿Así que puedo hacer clic en «Enviar» ahora?
—Tienes que firmar electrónicamente primero —señaló alfred.
—¿Cómo puedo hacer eso?
—Solo tienes que escribir tu nombre.
—¿Eso es una firma?
—Sí. —puso su cabello sobre su hombro izquierdo y se inclinó para besar la parte de atrás del cuello de ella. Sintió como los poros de ella se ponían de piel de gallina y los lamió. Ella se retorció.
—Detente. Estoy trabajando.
—¿Escribir tu nombre es trabajar? —preguntó él, con los labios apretados
contra su cuello. Tan suave. Tan dulce y salado. Aspiró su cuello solo para sentirla retorcerse sobre él. Un pequeño botón en ella y lo puso duro en un instante.
—alfred…
—¿Hmmm?
—Tengo que ir a trabajar en treinta minutos.
—Un montón de tiempo.
—No hemos hablado de las facturas del agua y electricidad —dijo amaia.
Vamos a hablar de ello más tarde —respondió alfred.
Amaia se levantó y se dio vuelta en el regazo de alfred, poniéndose a
horcajadas sobre él. Ella dejó caer los brazos alrededor del cuello de él.
—Pero es un asunto importante, alfred. Él la miró a los ojos azul hielo y se dio cuenta de que él pagaría por todo. Incluso si tenía que trabajar cuatro turnos y negarse a sí mismo los pequeños placeres de discos y libros. Haría todo eso para darle esto a ella. Para hacer que se sintiera cómoda. Para que no le faltara nada.
—Tú ganas —dijo él pensativo, y ella frunció el ceño.
—¿Así que vamos a ordenar las cuentas?
Él negó con la cabeza.
—No. No eso. Solo quería decir que ganaste. Hablando en términos generales. Tú eres la ganadora.
—¿Por qué? —preguntó ella.
—Porque yo voy a hacer cualquier cosa por ti, ¿ves? Así que esto te convierte en ganadora.
Amaia rio y abrazó a alfred muy cerca.
—Siempre me dices estas cosas cursis —murmuró ella en su cuello.
—¿Cursis? pensé que había dicho las cosas correctas.
—Lo haces. —amaia estuvo de acuerdo—. Pero también son cursis.
—Me quedo con las dos —respondió alfred —. Ahora ve a ese dormitorio y quítate esas bragas.
Amaia saltó de su regazo y se dirigió al pasillo.
—Las quitas tú —dijo ella, y corrió a la habitación.
—Aún mejor.

PARADISE SUMMERLAND (historia adaptada almaia)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora