Muy bien, amaia. Vamos a arreglar esto —dijo alfred, irrumpiendo en la habitación esa noche. Amaia se sentó apoyada en la cama leyendo un libro de inglés 201. Afectada por la confusión.
—¿Qué?
—Sabes el qué. Oculté mi matrimonio de ti… mi pasado. ¡Y has estado
castigándome por dos meses! Amaia levantó un poco la cabeza.
—¿Castigándote cómo? He estado ocupada.
—Basura.
Ella se burló.
—Bien. Así que no te he llamado todos los días. No es la gran cosa. Yo…
—Es un gran problema cuando vives conmigo —dijo Alfred interrumpiéndola.
—¿Así que necesito tu permiso para vivir mi vida? —pregunto ella.
—Sé realista. No estás viviendo. Estas moviéndote en espiral. Y creí que
después de lo que pasó con javier, tendrías un llamado de atención. ¿Qué demonios, amaia? ¿Fumando marihuana? ¿Emborrachándote cada fin de semana? ¿En qué quieres que consista tu vida? Así es la vida de un perdedor. La boca de amaia fue apretándose, en una delgada línea de insolencia.
—Ahora sé por qué has estado ausente. Lo sé. Sé que merecía tu ausencia. Pero termina ahora. Basta de jugar tu mierda de juegos pasivo-agresivos conmigo. Él se acercó a la cama y agarro su brazo, acarreó sus pies. Ella arrancó su
brazo de su agarre.
—Estoy estudiando —escupió ella.
—Me importa un carajo. Amaia apretó sus pequeños puños. Alfred lo vio y la animó.
—Solo quieres golpearme ¿Eso te haría sentir mejor? Porque lo que más
necesito en el mundo en este momento es que te sientas mejor —dijo él —. ¿Cuántas veces debo pedir perdón? ¿De cuantas maneras debo actuar para hacer las cosas bien? Me equivoqué al hacerte daño así, pero tienes que perdonarme en
algún… Amaia giró su cara, conduciendo su puño a la oreja derecha de él. Ella abrió la boca con incredulidad. No había querido pegarle tan duro. Pero el golpe había
impulsado dentro de ella un deseo de venganza, del tipo físico donde alguien cae fuera de combate.
Alfred silbó y se froto la oreja, pero no dijo nada.
—¡Quiero destrozarte! ¡Quiero hacerte daño como tú me has hecho daño a mí!
—gritó.
—Entonces hazlo —respondió el.
—Estoy resentida contigo.
—Entonces demuéstramelo. Ella no esperaba una invitación. Se puso de pie, momentáneamente confundida, esperando que revocara su oferta. Pero no lo hizo, así que condujo un
puñetazo a su pecho. No fue un golpe tan duro. Fue una tentativa, como si ella lo estuviese probando. ¿Lo diría en serio, y la podría controlar una vez su vacilación se convirtiera en furia llena?
—Muéstrame —insistió él —. Si eso va a hacer que te sientas mejor. Esta vez ella no dudó. Se lanzó contra su pecho con más fuerza, haciéndolo tropezar ligeramente. Ella le dio una cachetada en su cara una y otra vez, una mejilla, luego otra, su mano escocía por el golpe a su barba. Ella empujó sus hombros con fuerza en un Intento de derribarlo al suelo. El tomó cada golpe, aceptando el castigo por su
engaño, sabiendo que era merecido y justificado.
—¡Eres un MENTIROSO! —gritó ella en la cara de él. Él asintió con la cabeza.
—¡No puedo confiar en ti!
Ella golpeó su brazo.
—¡Te ODIO!
Ella le dio una cachetada en la cara con toda la fuerza que su cuerpo de 45
kilos pudo reunir. Alfred gruñó y parpadeó hasta que no vio estrellas.
Ella no sabía cuánto tiempo lo golpeo. Pensó que se merecía por lo menos una hora de eso, pero sus manos comenzaron a doler, y ella se cansó.
—Tú… tú…Ella dejó caer sus brazos y se quedó mirándolo. Ella pensó que iba a llorar por el dolor, pero no tenía lágrimas. Su corazón extraído, sin sentimientos. Quería estar cerca de él, pero la brecha entre ellos era grande y fuerte, y temía que esto los dividiría de forma permanente.
—Tienes que perdonarme, amaia —dijo alfred en voz baja —. No puedes
llevar el resentimiento a todas partes, o esto no va a sobrevivir.
Amaia asintió.
—Estoy tan enojada contigo. Ha tomado raíces en mi corazón, esta ira. Ha crecido un odio monumental que hizo mi locura. Ya ni siquiera sé quién soy. Alfred se acercó y tomó su mano. Ella lo dejó.
—Sé que sobreactué. Sé que te asustó que no te llamara. Sé que herí tus
sentimientos cuando no me presenté a las citas, ni pasé tiempo contigo. No sabía cómo castigarte lo suficiente. Cada vez que hacia una cosa fea, solo me daban ganas de hacer otra cosa aún más fea. Me hice adicta a las cosas, que veo que te duelen. Porque me dio un poco de satisfacción. «Bueno», pensé. «A él le duele tanto
como a mí».
—Tenías razón me sentía de esa manera —dijo alfred.
—Lastimaste mis sentimientos. Me hiciste sentir que no era importante para ti, solo una chica estúpida con nada especial sobre ella. No puedo sacar esas palabras que me dijiste. Pienso que el daño es irreparable.
—No me gusta que digas esas cosas, Amaia. No lo creo en lo absoluto.
Nunca te hubiese perseguido si no hubiese visto algo especial en ti. Algo digno de acariciar. Has sido mi salvadora, esa persona que me enseñó a vivir de nuevo. A amar de nuevo.
Amaia suspiró.
—No sé cómo volver a donde estábamos —susurró.
—Puede ser que nunca volvamos allí. Puede que tengamos que encontrar un nuevo lugar. Un lugar mejor.
Ella bajó la cabeza.
—Pero vale la pena hacer esto, ¿verdad? —pregunto él—. Quiero encontrar un lugar mejor contigo.
Ella asintió, y él la tomó en brazos, rodeando su cintura y meciéndola lado a lado como lo hizo la primera vez que lo visitó en su apartamento. Él se sorprendió con el dolor que sentía de sus golpes. Ella era pequeña, pero estaba llena de golpes
poderosos.
—Todavía la amas —declaró amaia no como una pregunta. Alfred se quedó en silencio por un momento, contemplando su respuesta. A ella
no le gustó, pero él nunca le mentiría de nuevo. Así que él le diría la verdad.
—Sí. Hay un lugar en mi corazón en el que siempre va a estar ella. Pero tú…
—Inhaló su aroma, luego presionó sus labios en su oreja —… eres mi corazón. Y entonces fue cuando comenzó la curación. Ella ya no se resistió. La ira comenzó a derretirse, y ella apretó sus brazos alrededor del cuello de alfred para evitar deslizarse de su agarre. Él le respondió aplastando su pequeño cuerpo al
suyo.
—Bésame —susurro él.
Ella apretó sus labios con timidez. Había pasado mucho tiempo desde que ella lo besó con sentimiento. Era extraño, como si lo estuviese haciendo por primera vez. Él fue paciente con ella, dejando que ella buscara su boca. Él quería ser
agresivo. Quería herir sus labios, pero ahora no era el momento. Ella sacó su labio inferior de la boca de él antes de abrir la suya como invitación a su lengua. Él se la dio, y ella suspiró antes de morderlo. Él se estremeció y retrocedió.
—¿Has terminado de castigarme? —pregunto él. Ella se sonrió con la risa malvada más linda que había visto nunca, y él se alegraba por eso, contento que sirvió como justificación de lo que planeo después.
—Bueno —ronroneó él—. Porque ahora es tu turno. Su sonrisa se desvaneció, y su cuerpo se puso rígido. Él la dejó en el suelo, y luego se puso a su altura.
—¿De qué estás hablando?
Su voz era tan pequeña que por un momento, casi decidió no hacerlo. Hasta que él recordó que ella había desaparecido la semana pasado por tres días, y luego regresó a su casa sin ninguna explicación. Solo una directa actitud maldiciente.
—Dejé que me castigaras porque me lo merecía. Y ahora tienes que ser
castigada por la forma en la que actuaste —dijo alfred.
—Tenía derecho a actuar de esa manera —argumentó amaia. Ella dio un paso atrás.
—Tal vez, pero si no hay consecuencias por la forma en la que me trataste, ¿cómo sé que no lo vas a hacer una y otra vez? Los ojos de amaia se apartaron.
—No lo haré.
—Oh, yo sé que no lo harás —dijo alfred—. Ven aquí.
—No.
—amaia, no lo hagas más difícil.
—¡No soy una jodida niña! —golpeó ella el suelo con el pie—No he dicho que lo fueras. Esto no tiene nada que ver con eso. Esto tiene que ver con reparaciones.
—Yo… lo siento por las cosas que hice —dijo ella rápidamente—. ¡Te dije que
lo siento!
—Lo sé. Y ahora voy a asegurarme de que lo sientas. —Se acercó a ella, pero
ella evadió su alcance. Él suspiro con paciencia—. Amaia, ven aquí.
—¡No! —gritó ella, corriendo hacia el lado opuesto de la habitación.
—¿Quieres hacerlo más difícil?
—¡Eres un enfermo! —gritó ella.
—¿Cómo es eso? Si ni siquiera sabes lo que tengo planeado —dijo con total
naturalidad. Él observó el rápido ascenso y caída de su pecho, y sonrió. No pudo evitarlo. Su miedo alimentaba su resolución, e iba actuar en consecuencia. Él iba a restaurar
esta relación de una vez por todas.
—Te voy a tumbar sobre la cama si tengo que hacerlo —dijo de manera
uniforme.
—Me quieres lastimar —susurró amaia. Su voz tembló.
—No. No, lo hago. Pero lo haré. Y mereces cada pedacito de eso.
Esperó la transformación. Ella no es pan comido, no como ella había estado por meses. Y efectivamente, él vio su miedo al igual que su rabia absoluta.
—¡No! —ofreció ella como un desafío.
—Te di tu espacio y el tiempo, porque me encantas y te respeto. Te dejé actuar como una perra por dos meses seguidos, porque te amo. Dejé que la preocupación me llevara a la mierda, porque te amo. Dejé que rompieras mi corazón, porque te amo. ¿Y ahora? Ahora, voy a golpear tu trasero —hizo una pausa para dejar que esa información llegara, viendo sus ojos se iluminaban con el desafío—. Porque te amo. Amaia vislumbró la puerta del dormitorio, preguntándose si tenía tiempo suficiente para llegar a la misma, girar la perilla, y hacer su escape antes de que él la agarrara. Ella pensó que no lo lograría, pero no tenía elección. Tenía que intentarlo.
Ella corrió y él la cogió antes de que sus dedos alcanzaran a tocar la perilla.
—¡No! —gritó ella, retorciéndose para liberarse de su agarre. Él la ignoró, caminando hasta el borde de la cama y poniéndola de pie junto a él.
—Agáchate.
—Vete a la mierda.
—Inclínate hacia delante, amaia.—¡Te odio!
—Dios, tu eres un poco terca —dijo. Se puso de pie detrás de ella, su cuerpo
presionándose, y le susurró al oído—: Voy a hacer esto de una manera u otra. Te vas a agachar, o yo me inclinaré sobre ti. Y no quieres que me incline sobre ti. Ella se dio vuelta y trató de asaltarlo con sus puños, pero él era demasiado rápido. Llevó las manos de ella a su espalda y la empujó cuidadosamente en la
cama, con la cara primero. Ella se retorció, gruñó y gritó. Él no le prestó atención mientras tiraba de sus pantalones cortos de algodón. Ella se lo hizo muy fácil. Banda elástica. Sin bragas. Si ella hubiese estado usando vaqueros, él habría tenido
que negociar con ella, y le habría robado toda la diversión a él.
Él se quedó mirando su trasero desnudo y contuvo el aliento.
Control, se dijo a sí mismo. Control, pensando absurdamente en esa canción MGMT15. Sonrió.
—¿amaia?
No respondió.
—Voy a tomar lo que necesito —explicó él. Ella intentó con la culpa.
—¡Eres un monstruo y no me amas! Si me amaras no hicieras… Su palma bajo de forma súbita, ¡Rápido tortazo! La piel ardió como una
picadura de hormigas de fuego.
—¡Mierda!
—Lo sé —dijo alfred. Su tono no era ni conciliador ni simpático. Ella trató de liberar sus manos, y él la azotó con más fuerza. Ella gritó.
—Quédate quieta, Amaia —ordenó él, azotándola una tercera vez. Él creció
fuertemente viendo su regordete traserito saltar.
Control. Contrólate.
—¡Lo entiendo! —exclamó ella —. ¡Lo entiendo, y no voy a hacer nunca esas
cosas de nuevo! Golpeó su culo desnudo y otra vez hasta que la hizo llorar. ¡Lloró! Y mientras ella no quería que él lo supiera, en secreto se deleitaba con eso, las lágrimas
corriendo constantemente de sus ojos para ser absorbidas por el edredón. Ella estaba llorando. Sintiendo algo. ¡Después de un mes! ¡Sintiendo!
Él se relajó, frotando suavemente para borrar la picazón. Ella se dio cuenta de que le gustaba, y pensó que eso estaba mal.
—¡Deja de hacer eso! —espetó ella.
—Bien —respondió el, y le dio otra nalgada nuevamente.Observo la sangre llenar las mejillas, enrojeciendo todos los lugares donde la mano la tocó. Se dio cuenta de que no era suficiente. Quería ver una marca. Se merecía una maldita marca de su mano. Tal vez dos. Él la palmeaba duro y mucho mientras ella chillaba en el edredón. Y una y otra
vez hasta que ella gritó su nombre.
—¿Sí? —preguntó él, al momento de otro asalto de su mano.
—No voy a hacerlo e nuevo. —Se quedó sin aliento.
—Lo sé, Mejillas Dulces.
Su cuerpo se tensó, reaccionó a sus palabras. ¿Estaba tratando de ser
inteligente? Ella pensó que sí, y soltó una sarta de las palabras más sucias que podía imaginar. Se mezclaron con las lágrimas que se agrupaban en las comisuras de sus labios. Amaia juró que alfred la azotó toda la tarde. Se sintió como toda la tarde para ella. En realidad, él la azotó durante solo dos minutos, asegurándose de que su
trasero considerablemente estuviera rojo e hinchado para cuando todo hubiera terminado. Y tuvo éxito en dejar una huella perfecta. Se imaginó que quemaría dolorosamente. Él le soltó las manos y se sentó en la cama junto a ella. Ella permaneció
inmóvil, sin saber su próximo movimiento. Él suspiró.
—Joder, esto no funciona.
—¿Qué? —habló ella dentro del edredón, incapaz de mirarlo.
Él sonrió.
—Ya sabes. ¿El armario de clase?
Su cara enrojeció, recordando. Incluso después de todo este tiempo juntos, ella todavía se sonrojaba acerca de esa tarde.
—Pensé que ya no funcionaba, que tenía que intentar algo más —dijo alfred. Empujó sus manos a través del pelo rebelde—. Te di dos meses para caminar sobre mí.
—Lo sé —susurró.
—Me preocupaste hasta la muerte.
—Lo sé.
—Estaba frenético. Cada vez que te quedabas en la noche en algún lugar pensé que alguien te llevaría lejos de mí. —Él sentía un poco de resentimiento fluir de nuevo en su corazón y se esforzó para sacarlo. De lo contrario, él le daría nalgadas
otra vez.
—Lo sé —respondió ella.Entonces muéstrame —dijo alfred.
Amaia levantó la cara.
—¿Quieres tener sexo después de eso?
—Sí —respondió—. Necesito que me ames. No me has amado en dos meses.
—No trates de hacerme sentir culpable por sentirme herida y enojada.
—No lo hago. Te dije que te entendía. Pero te lo estoy pidiendo, si realmente
me perdonaste, por favor ámame.
Él la atrajo hacia una posición sentada. Su parte trasera gritó, pero siguió callada. No quería darle a él la satisfacción. Alfred se levantó y se desnudó, observándola de cerca. Apartó los ojos, como si
estuviera avergonzada de su desnudez. Él comprendió eso, también. Habían pasado tanto tiempo sin conexión que parecía natural que ella lo evitara. Observo su rostro
carmesí tras sonrojarse, pensando qué hacer para se sienta como la primera vez, y él se preguntaba si ella pensaba lo mismo.
—No recuerdo —dijo ella en voz baja—. Estoy asustada.
—Yo también. —Y lo estaba. Pero había trabajado a través del temor porque tenía que tenerla en ese momento. La recompensaría por castigarla. Esperaba que ella hiciera lo mismo. Se inclinó hacia adelante y la besó suavemente, animándola acostarse sobre su espalda, empujando sus piernas.
—Mi trasero duele —dijo en su boca, y él se echó a reír.
—No me arrepiento, amaia. Pero sé que trabajarás al máximo para tratar de hacerme sentir. Ella puso mala cara y lo alejó de ella.
—Siéntate contra la cabecera.
Él obedeció, y se subió encima de él, a horcajadas sobre sus muslos. No
presionando sus nalgas, y ella respiró aliviada.
—Esta mojada— dijo.
—No lo estoy —respondió, pero ella sabía que era mentira. Se sintió
mortificada que sus azotes forzaron su respuesta sexual. Flagrante y goteando. No podía esconderlo cuando sus piernas estaban encima de él. Él tomó su camisa y se la pasó por la cabeza. No le gustaba estar expuesta ante él. Estaba avergonzada, e instintivamente se cubrió los pechos.
—¿Porque no dejas que te mire? —preguntó—. Eres hermosa.
—No lo sé —susurró. Él no insistió. Dejó que se quedara como estaba, las
manos de ella ocultando sus pechos.
Él se condujo dentro de ella, llenándola con un movimiento deslizante.Ella gimió, sintiendo su cuerpo estrecharse alrededor de él. La sensación era a la vez extraña y familiar, y ella pensó que estaba haciendo el amor con un
desconocido que había conocido desde siempre. Dejó hacer sus manos a sus hombros, preparándose mientras lo montaba con suavidad.
—Lo siento —susurró.
—Lo siento —contestó él. Agarró sus caderas y tomó el control de sus
movimientos, forzando su cuerpo sobre él. Él la mantuvo inmóvil, estudiando su rostro mientras se aferraba a sus hombros, deseando que su cuerpo aceptara su intrusión completa—. Puedes seguir rompiendo mi corazón —dijo él pensativo—.
Si quieres. No me importaría mientras pueda sentir esto. Mientras que me pueda conectar contigo. Justo así.
Ella sonrió.
—No lo haré. No voy a romper tu corazón nunca más. —Y luego él liberó sus caderas y dejó que tomara el control. Apretó su cuerpo sobre él duro, una creciente necesidad de deshacerlo. Ella quería ver todo su dolor fuera, su angustia y placer.
Haría valer su disculpa y ella quería la cruda honestidad de su orgasmo como un acto de absolución. Ella lo montó frenéticamente, desesperada por el perdón y la oportunidad de
empezar de nuevo. Él la alentó, cada golpe contraía su propio placer. Él vio
cambiar su cara de deseo a frustración y de nuevo a deseo. Él extendió la mano y tomó los pechos pasando sus pulgares sobre sus pezones, y escuchó esos gritos
familiares. Los que marcaban el comienzo de una explosión de placer. Ellos empezaron y él se hinchó en ella.
Ella sintió la primera oleada correr empezando por su garganta y barriendo abajo a través de su vientre para estrellarse entre sus piernas. Ella gritó, abriendo la boca y la degustación de las lágrimas saladas que salían de los ojos. La ola se estrelló de nuevo, brotando de sus ojos, de ese lugar secreto entre sus
piernas. Él respondió a su grito, corriéndose duro y de forma inesperada en ella, llenando su cuerpo con su propia disculpa. Con la esperanza de que ella lo aceptara
y perdonara todo. Ella se derrumbó sobre él y movió la cabeza con agotamiento y sollozos incontrolables. Él le acaricio la espalda y le besó la sien.
—Te amo —exclamó en su cuello—. Te amo y lo siento mucho.
—Está bien amaia —alfred respondió—. Estás perdonada. Y te amo. Tanto.
Lo lamento por todo. Ella se incorporó lentamente y lo miró a los ojos.
—¿De verdad?
—Está perdonada —repitió. Él la miró a sus transparentes ojos. Estaban
vidriosos, enrojecidos e indefensos—. Te amo —susurró—. ¿Lo entiendes?Ella asintió.
—No hay nada que ocultar, amaia —dijo—. Tú ves todo. Te daré todo. ¿Me
crees? Ella asintió de nuevo.
—Yo... nunca supe que te había lastimado. Nunca lo entendí. Me fui tanto tiempo sin sentir nada en absoluto. Que no es una excusa por mantenerte lejos. Pero es la única razón que tengo. Ella se secó los ojos.
—Es doloroso que realmente me fui lejos totalmente. Pero si me dejas seguir amándote, creo que me puedes curar. Poco a poco. Tal vez me sorprendería que un día descubra que todo el dolor se ha ido.
Ella sonrió.
—Estoy herida, también —susurró.
—Lo sé —respondió—. Sabía lo triste que estabas desde en que te conocí.
Sabía que mi propósito era tratar de hacerte feliz. Pero a veces me siento como que no he hecho nada más que hacer tu vida más dolorosa.
—Eso no es cierto en lo absoluto —argumentó.
Alfred suspiró.
—Creo que somos solo una pareja de personas tristes.
Amaia rio entre dientes.
—Siempre y cuando tenga la oportunidad de estar triste contigo.
Él sonrió.
—Mañana se sentirá extraño —dijo Amaia después de un momento—. Aquí, ahora, ¿en la oscuridad? Me siento muy cerca de ti. Pero mañana, me temo que va a sentirse como vivir con un extraño.
—Así será —dijo alfred. No tenía sentido mentir al respecto—. Vamos a tener que descubrirnos de nuevo. Acostumbrarnos el uno al otro. Va tomar tiempo. Nos vamos a sentir raros al respecto, pero al final todo será como un sombrero viejo.
—Confió en ti cuando dices eso —susurró amaia.
Las palabras iluminaron su corazón. Ella confiaba en él. Y de repente el
trabajo por delante no era tan terrible.* * *
Se sentaron uno junto al otro en el sofá. Él la miro por el rabillo del ojo. Tenía las piernas dobladas al estilo indio, con los brazos cruzados sobre el pecho. Estaba nerviosa, podía decirlo, así que decidió dar el primer paso.
—¿Tienes hambre? —preguntó Ella negó con la cabeza, mientras su estómago gruño por encima del ruido de la película. —Oh, Dios mío —dijo ella, agarrando su cintura. Miro a alfred a con los ojos bien abiertos—. Al parecer sí.
—Bueno, tengo esa cosa de cuscús con camarón. No estoy seguro de si es algo
que te gustaría, pero eres más que bienvenida a probar —dijo. Su sonrisa se perdió en ella, aunque vagamente recordaba haber oído esas palabras antes. Ella intentó de señalarlo pero se quedó con las manos vacías.
—Está bien. —Asintió—. Pero sabes que me gusta el cuscús con camarón.
Él salió de la sala de estar para calentarle un plato. Regresó con la comida, un tenedor y un vaso de Orange Crush.
—El Orange Crush es para mí —dijo entregándole el recipiente—. ¿Qué
quieres de beber?
—Oh, solo voy a compartir contigo —dijo ella con aire ausente.
Ella se lanzó a eso, todo menos lamer el interior del recipiente cuando el
último cuscús había desaparecido. Pensó que estableció un nuevo record para devorar alimentos y se preguntó si no tendría empacho en unos pocos minutos. Y luego la densa niebla que nublaba su cerebro de repente se levantó. Se quedó mirando de frente a la estantería de libros. Incluso más registros. Ella buscaba las palabras, qué decirle después a él, luego de que ella pusiera toda la comida en su
boca.
—Perdón por no compartir. —Se giró para verlo y él vio la luz en sus ojos,
recordando un evento pasado, muy importante, que solo ellos podían entender. Él cogió el tazón de su mano y lo arrojó sobre la mesa de café. Luego se acercó a ella y la empujó suavemente en su regazo. Ella inclinó su cabeza al igual que antes, saboreando el ajo en la lengua y no querer ofenderlo con su aliento. Ella
escondió su rostro detrás de la cortina de su cabello dorado que había caído hacia adelante.
—En primer lugar, quería que comieras toda la cosa. No esperaba que compartieras. En segundo lugar, eres mucho mejor en muchas cosas que yo, Amaia, así que deja de preocuparte por la diferencia de edad.
Ella se rio, pero mantuvo la cabeza gacha.
—En tercer lugar, di mi nombre.
Ella se reposicionó en su regazo.
—Primero, es de mala educación no ofrecer incluso si no querías que
compartiera. En segundo lugar, tengo que preocuparme por la diferencia de edad porque es grande. ¡Tú eres diez años más viejo que yo! —hizo una pausa y lo miró a la cara—. En tercer lugar, Alfred. No tuvo que esperar para su permiso. Planeaba preguntar, pero se dio cuenta que tomaría demasiado tiempo. Aplastó sus labios con los de ella. Ella trató de retroceder, pero el atrapó su cabeza con la mano, sosteniéndola allí en su regazo mientras él la buscaba con su lengua, saboreando la dulzura del ajo. No podía esperar a dirigirse hacia abajo, bajo a través de su cuerpo para descansar entre sus piernas. Quería probar ahí, también.
—Te amo —dijo en su boca.
Ella envolvió sus brazos alrededor de su cuello y lo apretó con fuerza.
—También te amo —dijo ella sobre sus labios.
—Yo... quiero amarte otra vez —susurró. Ella asintió y se puso de pie, llevándola al dormitorio, donde la quería toda la noche. Las palabras vendrían eventualmente, pero en los próximos cruciales días, necesitaban la conexión física, la renovación física. Ellos se curarían entre sí con
sus manos y bocas primero. Hablar podía esperar.
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PARADISE SUMMERLAND (historia adaptada almaia)
FanficAmaia Romero es una chica buena. Sólo comete un error en su primer año en la escuela secundaria que le cuesta diez meses de detención juvenil. Ahora en su último año a perdido todo:su mejor amiga, La confianza de sus padres, el privilegio de conduci...