PATINAJE A TODA VELOCIDAD

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La pista de patinaje? —preguntó amaia, viendo la señal de neón brillante a través del parabrisas.
Alfred sonrió.
—¿Disculpa poco convincente?
—¿Disculpa por qué? ¿Por mantener un gran secreto o sacar toda la mierda de mí a nalgadas cuando estuve enojada contigo por eso? —preguntó amaia. Alfred suspiró gratamente.
—Oh amaia. Cuánto te amo.
Ella se rio.
—No puedo patinar. Quiero decir, nunca lo he intentado. Nunca he estado en la pista. Pasaron de moda cuando yo estaba creciendo.
—Entonces te lo perdiste, mi amiga —dijo alfres—. Patinar es la bomba.
Amaia se echó a reír.
—Eso es tan de los 90’s.
—Será mejor que lo creas. —alfred parpadeó hacia ella antes de salir. Amaia esperó a que caminara alrededor del auto y abriera su puerta. Le tomó un poco
acostumbrarse cuando empezaron a salir por primera vez. Ella no podía entender la gran cosa de abrir ella misma la puerta.
—¿Tan solo me dejarías ser un caballero? —alfred había dicho y desde ahí, ella esperaba.
—¡Estoy nerviosa! —señaló cuando entraron. Era exactamente como lo alfred recordaba, congelando el tiempo. La alfombra confeti y el olor de algo viejo, usado y muy querido. La música sonaba de las bocinas desordenadas que revestían las paredes en las cuatro esquinas del edificio. Dios, él esperaba que pudieran conseguir jugar a las Cuatro Esquinas 16. Ganó una vez cuando estaba en la escuela secundaria, días de libre patinaje y alquiler. Oh, sí y
una Coca-Cola. Pagó por sus boletos y luego tomó la mano de amaia llevándola al mostrador de alquiler de patines. Un estereotipado adolescente con piel estropeada de acné y mala actitud los miró, esperando.
—¿Qué tal hombre? —preguntó alfred.
—¿Qué talla? —respondió el chico.
—Necesito talla 12 en patines de velocidad. Mi chica necesita talla 5.5 en patines regulares —respondió alfred—. ¿Has estado un tiempo hoy?
—No lo sé —balbuceó el chico. Se giró alrededor y escaneó su inventario—.
Amigo, no tengo 5.5. Solo tengo talla 6.
—Oh, bien —dijo amaia. El alivio era evidente en su voz—. Solo miraré.
—De ninguna manera —respondió alfred—. Puedes usar la talla 6.
—Serán muy grandes —argumentó amaia.
—Solo inténtalo. Estás usando calcetines gruesos ¿cierto?
—No.
—Bien, inténtalo. Realmente quiero que vayas conmigo.
—¿Por qué?
El chico suspiró pesadamente.
—Porque quiero que patines conmigo —dijo alfred.
—Pero estoy aterrorizada —respondió Amaia.
—Amigo, tengo fila —dijo el chico impacientemente.
—Dame los de talla 6 —dijo alfred Colocó el dinero en el mostrador y tomó los zapatos. Se sentaron en un banco vacío y se pusieron sus patines.
—alfred, no me gusta esto —dijo Amaia—. Me voy a caer y lastimar.
—amaia, no voy a dejar que caigas —respondió alfred. Ella se puso de pie y casi inmediatamente, sus pies de deslizaron debajo de ella.
Alfred la alcanzó pero la perdió por unos centímetros. Cayó de espaldas sobre su trasero, lastimándose la muñeca en el proceso.
—¡Esto es de lo que estoy hablando! —gritó. Alfred se puso de pie sobre ella y la ayudó a levantarse. Frotó sus manos sobre todo su trasero mientras la besaba en la mejilla.
—¿Mejor?—preguntó suavemente.
—Hmmm. —amaia prefirió ser evasiva. Se frotó su muñeca.
—¿Se dobló hacia atrás? —preguntó alfred. Asintió y él tomó su mano en la
suya y dejó ligeros besos sobre todo el interior de la muñeca. Amaia le pellizcó la mejilla.
—Vamos, lindura. Sé mi compañera de patinaje. No te dejaré caer. Lo juro — dijo él.
—¡Ya lo hiciste!
—Me refería en la pista —aclaró.
Ella se asomó sobre la mitad de la pared.
—Esa madera se ve muy resbaladiza.
—Debe ser así. Serás capaz de deslizarte —explicó alfred—. Déjame decirte algo, al final del día, voy a luchar por sacarte de aquí. Amaia sonrió.
—¿Puedes patinar de espaldas?
—Por supuesto.
—¿Puedes dar vueltas?
—Síp. También puedo patinar como el viento.
— ¿En serio?
—Sí. Ni siquiera puedo decirte cuántas veces me metí en problemas y tuve que salir a sentarme.
—¿Por qué?
—Por patinar a gran velocidad cuando se suponía que no debía. Verás, solo puedes patinar tan rápido durante el tiempo de patinaje regular. Luego sacan a todos de la pista y dejan a los locos sobre la pista para el patinaje de velocidad. Pero incluso entonces no puedes patinar imprudentemente. Me pregunto si todavía hacen eso. —alfred miró sobre amaia—. ¿Estás lista?
Ella tomó una respiración profunda y asintió. Él tomó su mano y la dejó tranquilamente lo más cerca de la entrada. La empujó sobre el suelo encerado y vio que sus ojos se ampliaron.
—¿Un poco diferente de la alfombra, huh? —preguntó él sonriendo.
Amaia sonrió vigorosamente, luego sacudió la cabeza.
—No puedo. Oh Dios mío, ¡estoy muy asustada! Unos chicos patinando pasaron junto a ella, uno casi golpeándola.
—Hay mucha gente ahí afuera alfred —dijo con desconcierto—. ¿Quién
demonios patina?
—¿No sabías que volvió a estar de moda? —preguntó alfred. Patinó de espaldas lentamente, jalándola, permitiéndole acostumbrarse a la facilidad con que se deslizaban sus patines sobre el brillante suelo. No volvió a estar de moda —argumentó amaia. Sintió que sus manos
empezaron a sudar—. Toda esta gente es tonta. Alfred rio y apretó sus palmas.
—Empieza a mover tu peso de lado a lado. Izquierda a derecha. Izquierda a
derecha. Ella obedeció, sintiéndose incluso más vulnerable y con la certeza de que se caería al suelo en cualquier momento.
—Bien —dijo alfred—. Ahora pon un poco de presión sobre el suelo e
impúlsate. Izquierda a derecha. Izquierda a derecha. Ella sacudió su cabeza.
—No voy a dejarte caer —dijo alfred gentilmente.
—Estamos llegando a una esquina. Oh Dios mío, ¡estamos llegando a una
esquina!
—amaia, está bien. —alfred no lo pudo evitar: La mirada en su rostro lo hizo reír y ella estrechó sus ojos hacia él. Luego los volvió a abrir mientras sentía que giraba.
—Inclínate a tu izquierda —instruyó alfred.
—¡Voy a morir! ¡Quiero decir caer! ¡Voy a caer!
—Te tengo.
Ella no se inclinó. Se tensó tan fuerte como pudo, sus pies permanecían
separados y sus dedos apuntándose hacia adelante mientras él la giraba alrededor de la equina.
—¿Por qué? —preguntó ella desesperadamente—. ¿Por qué me estás haciendo esto? Él la empujó a la alfombrada «área de descanso» en el lado lejano de la pista. Ella suspiró de alivio mientras se sentaba, empujando sus pies y abrazando sus
rodillas. Se sentaron lado a lado por unos minutos observando a los patinadores. Había muchos y amaia notó que la mayoría eran mayores. Nostalgia. Un anhelo de algo viejo. Recuerdos del pasado que estaban cada día y ordinariamente
mientras sucedían pero que crecían de manera especial y se perdían demasiado mientras los años pasaban. Podía ver en sus rostros mientras pasaban a su lado. La nostalgia por el ayer porque, en retrospectiva, era mucho mejor que el presente.
—Te di dos enormes razones para no confiar en mí —dijo alfred suavemente—. Primero cuando rompí contigo después de nuestro susto del embarazo y luego cuando mantuve mi matrimonio pasado en secreto. Te lastimé de la manera más significativa y me doy cuenta que ni siquiera tengo derecho a esperar que confíes en mí de nuevo. Pero no quiero que vivas con miedo y duda.
—¿Así que me trajiste a patinar? —preguntó. Alfred sonrió.
—Quería compartir contigo algo de mi pasado. Algo realmente especial para mí. Antes de que mi papá muriera, él me traía a patinar todo el tiempo. Era cosa nuestra. Me retaba. Competíamos. —Se detuvo, recordando—. Mi papá siempre
ganaba. Amaia escuchó atentamente.
—Cuando consigues ser bueno, puedes pretender que algo malo viene después
—continuó alfred—. Y te está poniendo a prueba pero eres más rápido. Es un sentimiento increíble, cargar alrededor de la pista, sacar por medio del patinaje las cosas malas. Un corazón roto. Miedo. Un remordimiento. Amaia tomó su mano.
—Una muerte —susurró.
Permanecieron en silencio por un momento.
—Es liberador —dijo alfred finalmente—. Y quería compartir eso contigo. Sé que suena tonto pero quizás puede ser cosa nuestra. No espero que el resto de nuestra vida juntos sea ligero y libre de dolor. No espero nunca herir tus sentimientos en algún punto en el futuro porque soy humano y cometo errores.
Pero creo que si tenemos un lugar al que ir y dejar caer nuestras preocupaciones por un tiempo, patinar para alejarnos de ellos, quizás eso nos pueda dar perspectiva.
Terminó para mí, especialmente cuando mi papá murió. Venía aquí y patinaba todo el tiempo. Alejaba mis preocupaciones y solo patinaba para alejarme. Incluso si solo iba en círculos.
—Pero no puedo patinar —apuntó amaia.
—Ese es el por qué te estoy enseñando —dijo alfred.
—¿Pero qué pasa si nunca llego a ser buena en esto? —preguntó ella.
—Espero que nunca lo hagas, amaia.
—¿Por qué?
—Porque entonces siempre podré sostener tu mano. Siempre podré ayudarte. El lado de su boca se dobló hacia arriba.
—No quiero que patinemos por nuestra cuenta. Nunca quiero patinar por mí mismo otra vez. Si necesito deslizarme alrededor de esta pista para olvidar algo hiriente, entonces lo voy a hacer con alguien. Lo voy hacer contigo. Sin importar si peleamos, sin importar si nos lastimamos, quiero que vengamos aquí a patinar juntos, alejar los problemas juntos. Porque dos son mejor que uno. Amaia limpió una lágrima que cayó de su ojo.
—Oye, eso es de la biblia.
—Lo sé.
—¿Conoces el resto?—ella preguntó. Dos son mejor que uno porque se ayudan uno al otro a triunfar —citó.
—Eso no lo estudiaste de tu religión, seguro —dijo Amaia.
—No. No, no lo hice.
La luz apareció pero no era tiempo de revelar lo que había entendido. En su
lugar le preguntó si patinaría para ella.
—¿En serio? —dijo, sonriendo.
Y dos segundos después, el DJ les pidió a todos que despejaran la pista para el
tiempo del patinaje a velocidad. Alfred ayudó a amaia a llegar a la salida más cercana, besó sus labios y luego regresó a la pista.
— ¡Prepárense para ser derrotados! —dijo—. ¡Soy el mejor!
—¡De ninguna manera! —dijo un niño que estaba a su derecha. Un estudiante de primaria. Alfred vio a amaia y puso los ojos en blanco.
—¿Escuchaste a este niño? Ella rio y asintió.
—Amigo, voy a limpiar el suelo contigo —dijo el niño.
—Quiero ver que lo intentes —respondió alfred. El DJ tocó On Our Own de Bobby Browns, banda sonora de la película Cazafantasmas II y Alfred se echó a reír.
—Esta es mi canción de patinaje, niño. No tienes oportunidad —dijo y luego
avanzó, el niño justo en sus talones.
Amaia aplaudió mientras alfred rondaba la esquina, pasando junto a ella mientras cantaba las palabras del coro. Ella no podía darle sentido al conflicto de sus sentimientos, lujuria por su fluido cuerpo y vergüenza por su ridiculez. Le gritó que acelerara; el niño lo estaba alcanzando. Alfred miró detrás de él para un segundo giro, girando su rostro hacia adelante justo en el momento en que casi
golpea un patinador directamente frente a él.
—¡El de camisa negra con letras blancas! ¡Baja la velocidad! —gritó el DJ en el micrófono. Alfred lo ignoró y tomó la esquina más abierta en un solo patín, dándole a su
oponente la ventaja interna.
—Mierda —siseó, viendo al niño tomar la ventaja.
—¡Oye! ¡Niño de la camisa roja! ¡Baja la velocidad! —gritó el DJ en el
micrófono.
—¡Hazle caso al DJ! —dijo alfred.
—¡Sí claro, anciano! —gritó el niño detrás de él. Tomaron velocidad, esquivando y ondeando dentro y fuera de los otros patinadores de velocidad, yendo alrededor y alrededor en una furiosa e imprudente carrera. Amaia vio a dos empleados salir de la media pared. Todo terminaría en un minuto y se echó a reír. Alfred y el niño rondaron su última esquina, cuello a cuello, pasando a los empleados que esperaban para ordenarles que salieran de la pista.
—¡Lo sabemos! —gritó alfred, volando a un lado de ellos.
—¡Sal de la pista! —dijo uno detrás de él.
—Sí, sí, ¡lo sabemos! —respondió, deteniéndose de repente y patinando hacia la salida.
—Madura —soltó el otro empleado mientras patinaba pasándola hacia el
borde de la salida de la pista.
—No puedo —respondió, respirando pesadamente—. ¿Por qué crees que
vengo aquí? Ella puso los ojos en blanco y se giró para darle la espalda.
Él miró alrededor para encontrarse con el niño de la camisa roja, viéndolo estar cerca de amaia. Patinó hacia ellos y chocó sus manos con su oponente.
—Un empate —dijo.
—De ninguna manera, hombre. Te di una paliza —respondió el niño.
—No, no lo hiciste —dijo alfred. Miró a su novia—. Amaia ¿quién ganó?
—El niño —respondió.
Camisa Roja sonrío brillantemente.
—Cómprame nachos.
—¿Ese fue nuestro arreglo? —preguntó alfred.
El niño asintió.
—Grité «nachos» en la pista cuando te pasé.
—Pequeño mentiroso —contestó alfred, sacando un billete de cinco dólares de la billetera.
—¡Gracias! —exclamó el chico, arrebatándoselo—. Llámame —le dijo a amaia, entonces se giró y patinó hacia la barra de aperitivos.
Alfred levantó las cejas. Amaia se encogió de hombros y levantó un pedazo de papel con un número
de teléfono garabateado en él.
—Él cree que estoy en la escuela.
Alfred sacudió la cabeza y se rió. Fuiste sexi y tonto allí afuera —dijo ella—. No sé qué se supone que haga
con eso. La tomó de la mano.
—Significa que tienes que hacerlo cuando lleguemos a casa. Amaia rió con fuerza.
—Siento arruinar tu lección de patinaje. No creo que vayan a dejarme regresar al suelo hoy.
—Tengo la sensación de que eso pasó mucho cuando eras más joven —dijo
Amaia, dejando que la llevara hacia una banca.
—Uh, sí —contestó alfred. Se quitó los zapatos.
—Costoso para solo ir a la pista un puñado de veces —señaló ella.
—Lo sé. Pero mi papá era así de malo, si no peor. Fuimos excluidos por un
mes más o menos.
Amaia rió.
—Tienes que estar bromeando.
—Así que entonces patinamos por el barro hasta que nos metimos en
problemas con los propietarios de la asociación. —Miró alrededor de la pista y suspiró—. Dios, extraño a mi papá. —Se rascó la nuca y miró a amaia.
—Extraño al mío también —dijo ella en voz baja—. Quiero decir, echo de
menos al papá que conocía antes que todo esto pasara. Alfred levantó su pierna sobre sus rodillas y desató su patín.
—¿Es mi culpa? —susurró.
—¿Qué? ¿Que mi padre me repudie? —preguntó.
Él asintió.
—alfred, ¿hablas en serio?
—Aún tendrías una relación con tus padres si no hubiera aparecido —señaló.
—Cuando llegaste arrojaste luz a mi tenue relación con mis padres —explicó ella.
—Tenue. Me gusta esa palabra.
—La usé en un trabajo de inglés. Aún fresca en mi mente —dijo amaia.
Alfred rio entre dientes.
—Mírame —exigió ella.
Él retiró su patín, y luego la miró.
—¿Crees que por un minuto siento como si estuviera cometiendo un gran error Comenzando una relación contigo? —preguntó ella.Espero que no.
—No lo hago. Sé que estaba destinada a estar contigo. Y no me importa quién lo acepta y quién no. Que se vayan al carajo porque te amo. Fuiste dado a mí. Lo reconocí desde el principio.
—¿Y quién me dio a ti? —preguntó él.
—Dios.
Alfred pensó por un momento.
—Sabes, te gusta darle crédito a Dios por cada buena cosa que… —Se sonrojó.
Amaia sonrió.
—Puedes decir que eres una buena cosa porque lo eres. Eres la mejor cosa que me ha pasado. Alfred le apretó el pie.
—Solo quiero decir que incluso cuando gente la que hace cosas buenas por ti, siempre le das el crédito a Dios.
—¿Crees que él no está usando a esas personas para ayudarme? —Ella subió su otra pierna sobre las rodillas de él, y empezó a quitarse su patín.
—Nunca lo pensé de esa manera —dijo alfred.
—Bueno, eso es porque estás enojado con Dios y te apartaste de él. No
significa que aún no pueda usarse para su propósito. Él usa todo el tiempo a las personas que no creen en él.
—Marionetas, ¿eh? —preguntó alfred, quitándole su patín.
—¿Piezas de ajedrez?
Amaia se detuvo y se inclinó para besar su mejilla.
—Nunca entenderé tu dolor —susurró—. No creo que se suponga que deba.
Pero estoy aquí. Siempre. Y vendré a patinar cada vez que quieras.
Alfred se tensó.
—Y si necesitas hablar sobre Andy y tu pérdida, puedes hacerlo. En cualquier momento. Si quieres hablar de tu papá, estoy aquí. Puede que no sea capaz de entender, pero escucharé. Te consolaré. Porque te amo, alfred. Estabas destinado a
sanar mi corazón el año pasado cuando estaba sola y perdida. Creo que tal vez estoy destinada a sanar el tuyo también. Alfred miraba al suelo mientras distraídamente acariciaba el pie de Amaia.
—¿Te das cuenta que ni siquiera hice una vuelta completa alrededor de la
pista? —preguntó ella.
Él se rió entre dientes.
—Pasos de bebé.Entiendo.
Se giró hacia ella una vez más.
—¿Estás lista, Mejillas Dulces? Ella asintió y se inclinó para otro beso. Fue un beso inocente de pista de patinaje. Sin lengua. Sin pasión arraigada. Solo un chico y una chica en un beso de
cita. Él se apartó y le sonrió.
—Me comportaré la próxima vez —prometió él.
—Está bien —contestó ella.
Salieron de la pista dejando su equipaje en el suelo encerado.

PARADISE SUMMERLAND (historia adaptada almaia)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora