Amaia esperaba espadas y escudos. Lo que obtuvo en su lugar fueron bolsas y sombreros. ¿Esas mujeres iban a ser sus protectoras? Umm, no. Ellas eran atrevidas, les daba eso, pero no estaba segura que fueran capaces de hacer el trabajo. Después de todo, había cinco de ellas, pero cientos de todos los demás.
—¿Recuérdenme otra vez porque esto es importante? —preguntó amaia. Se quedó acurrucada fuera de las puertas del santuario, no estaba dispuesta a entrar. Alfred estaba a su lado, su brazo abrazando su cintura.
—amaia, cariño, estarás bien. Tú no huyes, ¿recuerdas? —dijo Martha.
—Sí, lo hago —argumentó amaia—. Seguro que lo hago. —Rompió el
agarre de alfred y empezó a caminar hacia el estacionamiento. Alfred fue tras ella.
—Oye —dijo, tomando su mano y haciéndola parar—. Está bien. Podemos ir a casa.
—Estás diciendo eso solo porque tampoco quieres estar aquí —dijo amaia.
—amaia, no me importa estar aquí. Y sé que la iglesia es importante para ti. Yo quiero ir. Y no dejaré que nadie sea malo contigo. No creo que lo sean, pero estás a salvo de todas maneras.
—Esas mujeres no pueden protegerme, alfred —dijo amaia—. Tú tampoco puedes.
—Nos subestimas a todos nosotros —señaló alfred. Hizo un gesto al grupo
esperando pacientemente en la puerta.
—Te das cuenta que ellas son madres, ¿no es así?
—¿Huh?
Él sonrió.
—Ellas son madres. Nadie se va a meter contigo.
No lo entendía. Ella tenía una madre, ¿pero eso qué importaba? Ella fue
constantemente maltratada el año pasado. Sin protección. Sin simpatía. ¿Quéquería decir? No todas las madres protegían a sus hijos.
—Vamos. —La apresuro, jalando su mano suavemente.Ella sacudió la cabeza
—A ti ni siquiera te gusta la iglesia —señaló.
—Tiene mérito —replicó él. Esa declaración la hizo reír.
—Y es importante para ti —agregó—. Y lo que es importante para ti, es
importante para mí. Ella asintió.
—No quiero regresar para probar que no tengo miedo de nadie. Porque no es verdad. Tengo miedo de todos.
Alfred escuchó.
—Quiero regresar porque no puedo hacer todos mis estudios sola.
—Lo entiendo.
—¿Lo haces?
—Necesitas llenarte de la comida espiritual de un experto —respondió él. Ella sonrió.
—¿Eso está bien?
—No lo que querría de otra forma —dijo.Amaia no estaba segura de lo que alfred quería decir con eso. Lo dijo jugando, pero hubo una seriedad subyacente en sus palabras. Fue casi imperceptible para todos menos para ella. Pero ella escuchó eso, y se preguntaba qué significaba. Ella abrió su boca para responder antes de que fuera interrumpida por la voz de la
Sra. García.
—¿Están listos ustedes dos?
Amaia tomó una profunda respiración y caminó hacia adentro con todos. Ellas las rodearon a ella y a alfred, la Sra. García y LouAnn enfrente, Marybeth y Gypsy a cada lado de ellos y Martha atrás. Ellas de verdad se tomaban en serio su
seguridad, aunque nunca pensó que tenía que preocuparse por su seguridad dentro de una iglesia.
Ella escaneó el sitio donde su familia generalmente se sentaba, pero la gente todavía se estaba moviendo buscando sus asientos, así que era difícil ver a los que ya estaban sentados. Su mano empezó a sudar, y ella en voz baja se disculpó con
Alfred, que la estaba sosteniendo.
—Me gusta cuando te sudan las manos —le aseguro él.
Ella sonrió. Era tan estúpido, y sabía que él le estaría diciendo ese tipo de cosas para calmar sus nervios.
Llenaron una fila que estaba vacía, y allí fue cuando amaia vislumbró a su
madre que estaba mirándola. Bueno, no. Eso no era cierto. Ella estaba mirando hacia la izquierda de amaia, donde la Sra. García estaba sentada. Amaia lo entendió de inmediato: Celos. Y una parte de ella se sentida codiciosa por ello porque eso decía que a su madre le importaba. De pronto el incidente en Bed Bath
& Beyond no importaba. Si ella lo intentaba insistentemente, podría olvidar todo eso y enfocarse en un nuevo sentimiento: uno de esperanza. A su madre le importaba. Lo demostraba pobremente, pero sin embargo a ella le importaba. Esto en cuanto al sustento espiritual. Amaia fue a la iglesia para aprender algo, pero pasó todo el servicio imaginando un universo alternativo donde su padre rogaba por perdón, rogaba porque regresara a casa, y le prometía a ella lo que quisiera. Su madre también estaba ahí, también llorando a lágrima viva, envolviendo a amaia con abrazos y besos. Fue una agradable fantasía. Su cerebro se desconectó. La fantasía terminó, y ahora su mente viajaba en el
camino de los recuerdos. Vio a su familia acurrucada en el sillón viendo películas de Disney. Ella tenía ocho. Javier seis. Estaban comiendo palomitas. Ella estaba
entre sus padres, y tenía la cabeza recargada sobre el pecho de su padre. Pensó que él le beso lo alto de su cabeza.
—¿Estas bien? —susurró alfred.
Ella volteó a verlo, y ahí fue cuando sintió que sus lágrimas corrían por sus mejillas. Se limpió y sonrió.
—Porque el pastor acaba de hacer una broma —dijo alfred—. Pero estas
llorando.
—No lo escuché —dijo amaia.
Alfred tomó su mano y la apretó. Solamente faltaban diez minutos del servicio, y ella trató de escuchar. Tenía que enfocarse arduamente, sin embargo, porque su mente la hacía regresar hacia esa noche de películas de Disney, y estaba segura de que algunas partes las estaba inventando. Su padre no le dio un beso en la cabeza. Sí, lo hizo, su cerebro contrarrestaba.Eso es mentira, insistía amaia. No lo es. Él te dio un beso en la cabeza. Rio cuando tú accidentalmente eructaste. Los ojos de amaia se ampliaron. ¡Había olvidado eso! Era la Coca Cola. Ella
no podía controlarlo, y pensó que se metería en problemas con su madre. Pero su madre rio. Papá rio. Javier rio. Fue uno de esos momentos de unión familiar. Sobre un desagradable eructo.
—¿amaia? —preguntó alfred, y entonces tomó su mano y la condujo fuera del santuario. Ella hizo todo el camino hasta el vestíbulo antes de estallar en llanto.
—Cariño, está bien —dijo él, abrazándola.
—¡Ni siquiera es importante! —se lamentó ella.Él no sabía qué quería decir, pero sacudió su cabeza.—Todo es importante, amaia —dijo—. Si te está pasando a ti, entonces es
importante.
—¡Yo eructe! —lloró.
Él estaba aún más confundido, pero él se mantuvo sosteniéndola.
—Todos lo hacen —dijo.
Ella consiguió una risa.
—No, no. Cuando yo tenía ocho, accidentalmente eructe, y todos rieron. Estábamos viendo una película. Toda mi familia. Papá dejo que recostara mi cabeza en él.
La misa terminó, y la gente empezó a deslizarse por el vestíbulo. Alfred y
Amaia fueron arrastrados por la marea y empujaron las puertas. Él tomó su mano y la llevó a un rincón privado del otro lado de la entrada de la iglesia.
—Quería que tuvieras una buena experiencia —dijo alfred—. Quería que te sintieras bien al regresar aquí.
Amaia agitó su cabeza.
—No sé lo que estaba pensando. Tal vez, si no hubiera visto a mis padres,
hubiera estado bien.
—Bueno, todavía escuché el sermón mientras mantenía un ojo sobre ti —dijo Alfred —. Por si querías que te lo dijera luego.
Ella sonrió.
—¿Porque es tan difícil dejarlos ir?
—Porque son tus padres.
—¡Pero son horribles!
—No importa. Pasaste la mayor parte de tu vida…
Amaia colocó su mano en el antebrazo de Mark y sacudió su cabeza,
diciéndole en silencio que se callara.
Ella pensó que escuchó la voz de la Sra. García, pero no se escuchaba como una conversación amistosa. Amaia camino alrededor de la esquina y las vio: La Sra. García y su madre. Algo le dijo que se quedara, así que se escondió parcialmente atrás de un árbol.
—Si usted tiene algo que decirme, entonces necesita decírmelo —dijo la Sra. García.
—Si tengo algo que decirle —replicó la Sra. Romero.
—¡Bueno, pues dígalo de una vez!
La Sra. Romero no perdió el tiempo. —¿Qué clase de mujer cría a un hijo que va por chicas jóvenes? ¿Hmm? ¡Su hijo no es más que un depredador que toma ventaja de jóvenes impresionables!La Sra. García se irguió en toda su estatura.
—Ahora, no creo que usted necesite insultos. Quiero decir, creo que nosotros podríamos tomar ese camino, pero no quiere escuchar los nombres que tengo para
usted.
—No me hable de esa forma. No tengo miedo de nada de lo que tenga que
decirme —golpeó la Sra. Romero.
—Sra. Romero, estoy segura que no quiere que la llame perra sin espinas en un estacionamiento de iglesia —dijo la Sra. García.
La boca de la Sra. Romero cayó abierta. Ella entrecerró los ojos.
—¡Su hijo es un DEPREDADOR! —grito a tomo pulmón. Sabía que atraería la atención de los feligreses que dejaban el auditorio.
—Mi hijo no rompió ninguna ley —dijo calmadamente la Sra. García.
—¿Y qué? ¡Él era su maestro! ¡Debió de haberlo sabido mejor! ¡Se aprovechó de ella porque estaba sola!
La señora García alzó sus cejas. El mensaje no pasó desapercibido para la Sra. Romero.
—¡Cómo se atreve! Porque amaia había sido castigada, ¿es nuestra culpa que ella fuera un blanco fácil?
—No. No creo que ella haya sido un blanco en absoluto.
La Sra. Romero resopló.
—Por supuesto que no. Eso sería equivalente a reconocer la culpa de su hijo.
—Encuentro interesante que no le de crédito a amaia por tener cerebro. Ella fue una participante dispuesta desde el principio, pero usted no le dio la decencia o el respeto que ella merecía. Ella tiene un cerebro que funciona y que puede hacer sus propias malditas decisiones.
La Sra. Romero parecía aturdida.
—Escuchen esa boca sucia —resopló.
—Y tengo más —advirtió la Sra. García. Ella apuntó un dedo justo enfrente del rostro de la Sra. Romero—. Usted tuvo una oportunidad de restablecer la relación con su hija. Su hija. Y usted se alejó. Es una excusa patética para una madre.
—¡No lo es! —grito la Sra. Romero—. ¡Yo soy una buena madre!
La Sra. García se echó a reír, una risa ácida.
—Se engaña a sí misma. Usted ha repudiado a su hija. La hija que su marido golpeó.
—¡Deténgase!—La niña que hizo una mala decisión, pero por Dios santo, ¡UNA mala decisión! ¿Va a tener que pagar por eso siempre?
—¡Usted no sabe nada de nuestra situación! —gritó la Sra. Romero.
—Yo sé todo sobre su situación porque amaia me lo dijo —replicó la Sra. Garcia.
—¡A ella le lavaron el cerebro! ¡El hombre le lavo el cerebro!
—¡El hombre tiene nombre! —rugió la Sra. Garcia—. Su nombre es alfred.
Él le da a su hija las cosas que usted debería darle: un hogar, seguridad, amor.
La Sra. Romero no pudo pensar en una respuesta, así que ella gritó.
— ¡Usted no es su madre! Amaia quería correr hacia el sonido de la voz de su madre, pero se dio cuenta que la discusión había atraído a la multitud. Estaba apenada, y se escondió aún más detrás del árbol.
El Sr. Romero trató de arrastrar a su mujer hacia el coche, pero ella no se movió. Todavía no había terminado con la Sra. Garcia.
—¡¿Fue este su plan todo el tiempo?! ¡¿Hacer que su hijo fuera por mi hija así usted podía alejarla de mí?!
La Sra. Garcia no dijo nada. Como podía ella responder a una pregunta tan absurda.
—¡Él se robó a mi hija! —lloró Sra. Romero. Estaba histérica, y amaia
observaba impotente mientras las lágrimas corrían por sus mejillas calientes y desgastadas—. ¡Él la robo de mí! ¡Usted la robo de mí!
—Ya fue suficiente, javiera —dijo el Sr. Romero. Él colocó su brazo alrededor de ella y la condujo hacia el auto.Los asistentes de la iglesia fueron enviados a romper la discusión cuando era muy tarde. Todo había terminado. La pequeña multitud se dispersó y se fueron al almuerzo del domingo con una deliciosa historia para compartir.
Amaia esperó hasta que la Sra. Garcia estuviera completamente sola antes
de correr hacia ella. La Sra. Garcia la vislumbró por el rabillo del ojo y abrió sus brazos como invitación. Amaia chocó contra ella, lanzando sus brazos alrededor del cuello de la Sra. Garcia, apretándola tal vez muy fuerte y deseando poder tenerla más cerca.
—Cariño —susurró en su oído la Sra. Garcia.
Amaia sollozó en el cuello de la Sra. Garcia, aferrándose a ella. Ella no
dijo nada. Después de todo, no había nada más que decir. Solo quería sentirse protegida y amada, y sentía esas cosas ahora que su nueva madre frotaba su espalda y acallaba sus sollozos. Alfred se quedó unos cuantos metros alejado observando a su madre, su atención concentrada solamente en la joven mujer en sus brazos. Él vio a la mujer que vendó sus rodillas cada vez que él se caía de la patineta. La madre que secó sus ojos cuando su perro murió. La madre que parchó sus jeans y recortó su cabello. La madre que siempre tenía una respuesta a sus preguntas difíciles: ¿Por qué no podemos flotar en el aire? ¿Cómo trabaja la
televisión? ¿De dónde venimos? ¿Quién hizo a Dios?
Él observó a esta sabia mujer, esta persona que arregla, hacer su magia en Amaia. Reconfortando su pena, zurciendo su corazón, prometiéndole amor, y se dio cuenta en ese momento cuan afortunado era tener una madre que se preocupaba por él.
ESTÁS LEYENDO
PARADISE SUMMERLAND (historia adaptada almaia)
FanficAmaia Romero es una chica buena. Sólo comete un error en su primer año en la escuela secundaria que le cuesta diez meses de detención juvenil. Ahora en su último año a perdido todo:su mejor amiga, La confianza de sus padres, el privilegio de conduci...