IMITADOR

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Fui a una cita con Dylan —soltó aitana, mientras iba al lado de
Amaia camino hacia el estacionamiento.
—Ninguna sorpresa —respondió amaia. Aitana se erizó.
—¿Qué significa eso?
—Significa que me imaginé que lo harían. Los dos se estuvieron haciendo
ojitos durante toda nuestra noche de cartas. Aitana sonrió abiertamente.
—Es muy agradable.
—Es un jugador.
—No. Amaia se detuvo en seco.
—Sí, aitana, lo es. Tiene una novia nueva cada vez que lo veo.
—Ya no es así —dijo.
—¿Entonces ustedes son una pareja ahora?
—Síp.
—Bueno, felicidades. —Su tono derrochaba celos.
—¿Cuál es tu problema? —Preguntó aitana. Estaban de pie al lado del coche de Amaia.
—Nada. Dije felicidades.
—Sí, con una actitud de mierda —respondió aitana—. ¿Esto tiene que ver con Alfred?
Amaia resopló.
—Oh, ¿ahora él es «alfred»? ¿Será eso porque estás saliendo con su mejor
amigo? Aitana suspiró con paciencia.
—No descargues tu ira en mí porque estás enojada con tu novio. No lo estoy.
—Te estás comportando como una perra, con un pequeño problema de actitud.
—¿Ya terminaste? Tengo que ir a trabajar —dijo amaia rotundamente.
—Queríamos ver si ustedes quieren venir a cenar —dijo aitana.
—¿Eh?
—Este viernes por la noche. Nosotros haremos la cena.
—Vives en casa. ¿Cómo vas a ir a la de Gavin?
—Dylan.
—Eso es lo que quise decir. Dylan —dijo amaia con frialdad Aitana cruzó los brazos sobre el pecho.
—Mis padres piensan que pasaré la noche con Marybeth.
—Entiendo —respondió amaia—. Bueno, supongo que iremos.
aitana la miró detenidamente.
—Su nombre es Dylan —dijo ella.
—¿Eh?
—Deja de rechazar esto, amaia. Él es importante para mí —dijo aitana.
—Lo conoces por casi cinco minutos.
—Es importante para mí —repitió. Lentamente, como una advertencia.
—¿Vas a irte a vivir con él? —Preguntó amaia. Haciendo caso omiso de la advertencia. Ella la escuchó, pero obviamente eso no la asustaba.
—Nosotros solo nos conocemos por cinco minutos —respondió aitana.
Chica inteligente, pensó amaia. Yo también puedo ser malditamente inteligente.
—Los celos se ven muy poco atractivo en ti —dijo Aitana.
—¿Por qué estaría celosa? No quiero salir con Dylan.
—No. Pero quieres ser feliz ahora, y no es así. Amaia no respondió nada.
—No estoy tratando de sacarte en cara nada de esto. Sé que estás muy dolida,
¿de acuerdo? Pero pensé que tal vez si pasamos el rato juntos, podría aliviarse un poco la tensión —dijo aitana—. Quiero que seas feliz.
Amaia ni siquiera sabía lo que eso significaba. ¿Cómo es que salir con aitana y Dylan la haría feliz? Fue un comentario estúpido, y eso la molestó.
—Estoy súper, en realidad. —Miró su celular—. Y es tarde. Me tengo que ir.
—Deja esa actitud cuando vayas a venir —dijo aitana—. Este viernes a las siete. Ella no se molestó en decir un adiós, y a amaia no podría importarle menos.

* * *

Fue como con Javier y Kim todo de nuevo. Los celos masivos mezclándose con un grado alarmante de odio. Odio. Así no era cómo amaia solía sentir odio. Solo pasaba cuando su alter ego surgía, y ella no estaba allí. Si fuera ella, ya se habría abalanzado sobre la mesa hacia Aitana, quien conversaba agradablemente sobre su curso. ¿Curso? ¿A quién le importa? Amaia no sabía quién era esta chica. Aitana tenía solo diecinueve años. La chica frente a la mesa parecía de unos treinta y tantos, y hablaba como un adulto de unos treinta sobre cosas de adultos. Sus planes después de graduarse. Su plan 401 (k)13. La chica ganaba el salario mínimo en una tienda de lencería, pero ya tenía un plan 401 (k)? A la mierda tu plan 401 (k), Aitana, pensó amaia.
—¿Más vino? —Ofreció aitana.
Amaia asintió y sonrió dulcemente.
—¿Ya han oído hablar de ese concierto en el Tabernáculo? —preguntó aitana mientras llenaba la copa de vino de amaia Me emborracharé taaaaaanto esta noche, decidió Amaia.
—Oh, ¿el de esos DJ’s locales? —preguntó alfred—. Sí. Conseguiré las
entradas mañana.
—Yo ya lo hice —dijo aitana sonriendo—. Imaginé que todos podíamos ir.
—¿Desde cuándo te gusta el hip hop instrumental? —preguntó amaia.
Poniendo solo el más mínimo tono acusatorio. Aitana ignoró su tono.
—Dylan ha ido introduciéndome lentamente. En su tienda —dijo, sonriendo a su nuevo novio. Ella extendió la mano y lo pellizcó en la mejilla. Sí. Emborracharme. Hasta vomitar, pensó amaia.
—¿Recuerdas que tuve que mostrarte los tocadiscos y enseñarte cómo
funciona, amaia? —pregunto Dylan.
—Uh huh.
—Lo mismo ocurre con ella —dijo, empujando aitana.
—¿Y qué piensas al respecto? —le preguntó amaia a Aitana.
—¿Del tocadiscos o de la música?
—La música.
—Me gusta. Es fresca —dijo. Amaia respondió empujando un pedazo de pollo con ajo en su boca.
—Como sea, ¿qué tal si vamos todos? —preguntó aitana.
Los muchachos asintieron. Amaia solo se encogió de hombros.
—Yo tendré que revisar mi agenda —dijo.
—Oh, ¿ahora tienes una agenda? —preguntó aitana, riendo. Fue una sonrisa condescendiente que envió a amaia sobre el borde. Internamente, de todos modos.
—Sí. La tengo. Y puede que haya quedado con Michael y Carrie esa noche.
—Ni siquiera sabes qué noche es porque no lo he dicho todavía —respondió Aitana.
—Está bien, entonces. ¿Qué noche?
—El 10 de febrero.
—Está bien. Tendré que revisar mi agenda —respondió amaia. Y luego
añadió lentamente—. Puede que haya quedado con Michael y Carrie esa noche.
Dylan y alfred se miraron desde el otro lado de la mesa. Eran muy buenos para comunicarse en silencio. Lo aprendieron a través de varios años de bar en bar y sirviendo como piloto de flanco al otro.
Esto es exactamente lo que estaba hablando, dijeron los ojos de alfred.
Estás jodido, contestaron los ojos de Dylan.
—¿Hay algo que tengas que sacarte del pecho? —preguntó Aitana.
—No. ¿Por qué? —respondió amaia.
—Porque estas actuando como una completa perra en este momento.
—Bueno, creo que… —intervino Dylan—. Esa película empieza a las nueve. Será mejor que nos vayamos ya si queremos llegar a tiempo.
—Lamento que tengas esa impresión. No sé lo que dije para hacerte pensar que estoy actuando como una perra —dijo amaia.
—Oh, por favor. Has tenido la misma actitud desde que entraste por la puerta
—respondió aitana.
—No tengo ninguna actitud. Solo estoy cansada —explicó amaia.
—Mentirosa.
—Quizá deberíamos ponernos en marcha —sugirió alfred—. Ya sabes. Para conseguir buenos asiento.
—No me llames mentirosa —dijo Amaia secamente.
—Bueno, eso es lo que eres. No sé cuál es tu problema. Yo no te he hecho
nada —espetó aitana. Nunca dije que lo hicieras. De hecho, nunca dije nada de nada. No tengo ninguna actitud. En verdad siento que pienses eso. También siento que no podamos
ver la película con ustedes. Amaia saltó de su asiento y echó la servilleta de lino sobre la mesa.
—¿Qué demonios son estas servilletas? —gritó inesperadamente—. ¿Realmente fuiste a comprar estas cosas?
—¡¿Y qué si lo hice ?! —gritó amaia.
—¡Tienes diecinueve años, aitana!
—¡Soy muy consciente de eso, amaia!
Amaia no pudo bloquear la escena jugando en su mente, servilletas de tela y una estúpida y puta borracha que se sentaba en la mesa frente a ella, encerándose sin cesar sobre el mundo real y todas sus responsabilidades y amaia simplemente no lo entendía. Pero ella lo haría. Con el tiempo lo entendería.
Toda la noche fue vergonzosa. Estaba avergonzada de sí misma para hacer un gran alboroto en la cena. Por las servilletas de tela. Ella las había ido a comprar específicamente para esta cena. Aitana estaba tratando muy duro ser mayor. Y ella terminaba comportándose como una tonta.
Ella miró la servilleta de tela hecha una bola encima de su plato.
—¡Deja de tratar de actuar como si fueras toda una adulta! —le gritó a
Aitana—. ¡Esta no es tu vida!
—¡No sé de qué mierda estás hablando! —respondió aitana—. ¡Es solo una maldita servilleta de tela!
Pero no era así. No era solo una servilleta de tela. Amaia estaba perdida, perdida en este mundo de cenas con amigos, vivir con su novio, pagar del alquiler pagar el seguro del coche. Se sentía como una vagabunda. Ella fue una. Se recordó vagando alrededor de la tienda en busca de esas servilletas de tela, tratando de ser
alguien que no era, y ahora sentía a la servilleta envolviéndose alrededor de su cara, asfixiándola. Castigándola a ella por jugar a ser una charlatán.
—¡No es solo eso! —rugió amaia.
—amaia, detente —dijo alfred. La tomó la mano, pero ella se apartó.
—¡Nos vamos! —gritó en la cara de aitana.
—¡Bien! ¡Porque no están invitados a la película, de todos modos!
Amaia agarró su bolso y salió. No se detuvo a esperar a alfred. Ella sabía que iba a quedarse un rato y pediría disculpas por su mal comportamiento.
—A la mierda —dijo al aire de la noche mientras se encontraba de pie junto al coche. Esas no eran sus disculpas. No se sentía mal por todo lo que había dicho.
Alfred se acercó al coche y respiró hondo.—Ni siquiera se te ocurra decirme nada en este momento, o gritaré como en un sangriento asesinato —advirtió amaia. Se miraron a los ojos, y alfred asintió. Había tantas cosas que quería decirle,
pero se lo guardaría hasta llegar a casa. La explosión se acercaba. Él lo sabía. Y pensó que mejor que fuera una buena. Sin duda lo sería. Así que solo selló su boca y siguió en silencio, configurando el temporizador de cuenta atrás en su corazón

PARADISE SUMMERLAND (historia adaptada almaia)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora