PRIMER BESO

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Papá me creyó cuando le dije que me iba a encontrar con  Avery después de la escuela en Starbucks para trabajar en el próximo proyecto del grupo de jóvenes del servicio comunitario. Era miércoles por la tarde, y le dije que no me esperara en casa hasta las siete. El grupo de jóvenes fue cancelado ya que el Pastor Allan estaba
enfermo. Estaba segura de que papá no me dejaría volver a casa tan tarde ya que teníamos la cena cada noche a las 6.30, pero dijo que estaba bien, e incluso me dijo que saludara a Aitana de su parte.
Por supuesto puse al día a aitana sobre esto, así ella hizo planes con Miguel.
Teníamos una regla: nos contábamos la una a la otra lo menos posible sobre
nuestros encuentros clandestinos y con quién eran, pero siempre nos
asegurábamos de tener nuestras historias sobre las cosas que hacíamos cuando estábamos “pretendiendo” estar juntas.
—Bueno, tuviste tu habitual “mocha latté” y yo tuve un café negro, —dijo
Aitana por teléfono mientras yo conducía a la casa del Sr. García. Quiero decir de Alfred.
—Asqueroso. ¿Tomas café negro?
—Sí —respondió.
—¿No pone eso pelo en tu pecho?
—Eres tan linda, Amaia. Me encanta todo sobre ti —contestó Aitana.
Me reí.
—Ahora, el proyecto más reciente es un banquete que estamos montando
para el centro de ancianos en Chastain Road.
—¿Es un proyecto real o uno falso?
—Uno real, sólo no he comenzado a organizar nada todavía —respondió
Aitana. —Pasamos sobre posibles fechas y horas, y te pongo a cargo del
entretenimiento.¿Qué? No sé cómo entretener a la gente mayor —argumenté.
—Entonces pregúntale a tus padres. Estoy segura de que pueden ayudarte
con algunas ideas —dijo Aitana.
Solté un gruñido.
—Te enviaré un mensaje con fechas falsas que consideramos antes de las
siete de hoy. ¿Es cuando dijiste que tenías que estar en casa?
—Sí.
—Está bien —respondió Aitana. —¿Y Amaia?
—¿Sí?
—La próxima vez, dame una advertencia, ¿de acuerdo? Hubiera sido agradable conseguir cera — dijo Aitana.
—¿Eh?
— Cera, Amaia. Buen Dios. ¿Sabes? ¿Esa cosa pegajosa caliente que te
arranca el vello?
—¿Usas ceras? ¿Cómo en tus cejas?—Pregunté, entrando en una plaza de
aparcamiento en frente del edificio de alfred.
—Sí, como mis cejas. Y en mi coño, también —respondió Aitana.
Estuve a punto de dejar caer el teléfono. — ¿En serio?
—Sí —dijo— ¿Por qué estás actuando tan sorprendida por esto? ¿Quién
diablos no lo haría?
—No lo sé —murmuré, mirando entre mis piernas.
Aitana se rió entre dientes. — ¿Ha estado el Hombre Misterioso ahí abajo ya?
¡Ella sabía que me estaba mirando a mí misma!
—¡No!—Grité. — ¡Y no hay hombre misterioso!
—Lo que sea. Te voy a dar un consejo.
—No.
—Es una lástima. Tienes que asegurarte de que esa mierda ahí abajo esté limpia. No me puedo imaginar a cualquier tipo queriendo su cara en un gran arbusto viejo. Estaba mortificada. ¡Yo no tenía un gran arbusto viejo! Lo recortaba.
—Voy a conseguir una cita para ti. Iremos juntas. Pero no como estar en la misma habitación con la otra mientras lo hace.
—¿Eh?
—Chao, chao, Amaia—dijo Aitana dulcemente y colgó.
Me senté en mi auto por un momento tratando de serenarme. Mi rostro
estaba enrojecido, traicionando mi nerviosismo. El Sr. García podría tratar de besarme hoy. Quiero decir alfred. ¡Maldita sea! ¡Su nombre es Alfred! Alfred podría intentar besarme hoy. Yo estaba bien con eso. Tenía muchas ganas de besarle,
pero, ¿y si él quería algo más que un beso? ¿Y si él quería levantar mi camisa o bajar mis pantalones? Aitana me había preocupado sobre la forma en que me veía entre mis piernas. El zumbido de mi teléfono me distrajo. Era un texto de Aitana.
Conseguí quitarlo todo.
No le respondí. Rodé los ojos, pesqué un caramelo de menta de mi bolsa y me dirigí al apartamento de Alfred. Realmente no quería esa imagen en mi cerebro el día que pensaba que alfred me podía besar.
—Hola —dijo él, envolviéndome en un abrazo. Olía muy bien, y lo mismo
hacía su apartamento. De repente todo era aterrador de nuevo, y no sabía que contestar. No me ocurrió decir “hola” en respuesta.
Idiota total.
—¿Qué?¿Hizo Yankee Candle una línea sólo para hombres?—Pregunté,
alejándome de él y tirando mi bolsa de libros en su sillón.
—En realidad, sí, lo hacen. Se llaman hombre velas —respondió.
Sacudí la cabeza.
—¿Sabes una cosa que me gusta de ti, Amaia?—Preguntó alfred, cerrando la
puerta.
—¿Qué?
—Como tratas de bromear cuando estás incómoda —respondió.
Me encrespé.
—Has estado aquí antes. Justo el jueves pasado —dijo en voz baja. lo se susurré—¿Tenemos que empezar de nuevo? Asentí, y él tomó mi mano y me llevó al sofá. Se sentó y me llevó a su regazo como antes.
—Entonces, ¿sobre qué te gustaría hablar hoy?—Preguntó, sosteniendo mi mano. No pude sacar la revelación de Aitana sobre su aseo personal fuera de mi mente. Y entonces esto me hizo pensar sobre alfred y qué prefería ahí abajo. ¿Pelo?
¿Sin pelo? ¿Un poco de pelo? Me encogí de hombros.
Alfred se encogió. —¿Te gustaría comer algo?
Me tensé. —¿Te gustaría?—Grité, presa del pánico.
—amaia, ¿qué pasa?
—No lo sé. —Estaba agitada y nerviosa, tirando mi mano de la suya para jugar con mis dedos.
—¿Harás el favor de hablar conmigo?—Preguntó Alfred
—¡No estoy preparada para que me hagas sexo oral!—Solté. Giré al cara y
miré fijamente a los pies de su sillón. Qué maldita idiota.
Alfred se echó a reír.
—¡Ugh! ¡Para!—Grité. Escondí mi cara entre mis manos.
—Lo siento, Amaia —contestó, todavía riendo. —Hombre, las cosas que salen de tu boca.
Él despegó mis manos. —No iba a hacerte sexo oral hoy. Ni siquiera nos
hemos besado, si recuerdas. ¿Y de dónde viene esto? Resoplé. —Mi estúpida, ridícula amiga.
—¿Ridícula amiga?
—aitana—aclaré, y miré a alfred.
Él rió entre dientes. —Ah, sí. Aitana. Estoy contento de que no está en ninguna de mis clases. Sonreí.
—¿Qué te ha dicho?Nada.
—¿Te asustó sobre…eso?—Preguntó.
—¿Por qué estaría asustada?—Pregunté indignada.
—No lo sé.
—¿Qué? ¿Crees que nadie me ha hecho eso?
—No lo sé.
Nadie me había hecho eso. Pero no quería que él lo supiera. Él tenía, después de todo, veintiocho. Estoy segura de que tuvo todo tipo de experiencias con el sexo oral. Me sentí como una pequeña tonta ingenua.
—¿Amaia?—Preguntó Alfred con suavidad. —Nunca haría algo que no
quieras. Sabes eso, ¿verdad?
Asentí.
—Ahora, voy a hacerte sentir incómoda por un segundo —dijo.— ¿Estás bien
con eso?
—Supongo —contesté, sintiendo mis latidos aumentar. No sabía que pensaba decir. O hacer.
—Nunca haría algo que no quieras, pero espero en el futuro, que me dejes
hacerte sexo oral—dijo.
Me quería morir.
Él tomó mi cara y me obligó a mirarlo.
—Porque realmente quiero hacerte sexo oral —Se encogió de hombros y
sonrió. —Eventualmente.
Arqueó una ceja, esperando mi respuesta. Dios, ¡él era tan malditamente caliente! De repente, no estaba avergonzada por sus palabras. Sólo quería mirar sus características. Su cabello estaba especialmente loco hoy. Quería mis manos en él. Quería tirar de él. Y sus ojos. ¡Oh, sus ojos! Como vidrio empañado. Una película
opaca de humo, dejándome entrar sólo lo justo, pero no todo el camino. Yo quería entrar todo el camino.
—Está bien —dije.
Él se rió entre dientes. —¿Puedo besarte?
—Está bien —dije automáticamente.Estás segura?
—Está bien.
—¿Amaia? Eso ni siquiera es una respuesta a lo que acabo de preguntar.
—Creo que estoy teniendo un ataque al corazón.
—Bueno, entonces será mejor que me de prisa y te bese —bromeó.
—¡Sr. García! ¡Estoy asustada!—Grité.
Alfred suspiró. —Oh, Amaia.
—Quiero decir alfred. Alfred, Alfred, Alfred. —Sacudí la cabeza. —Creo que
debería irme.
—¿De verdad quieres irte?
—No.
—Entonces, ¿por qué dices eso?—Preguntó.
—¡Porque me siento como una idiota! ¡Todo lo que puedo pensar es sobre
sexo oral, y nunca lo he hecho o me lo han hecho, y realmente no he hecho nada a pesar de que he querido, y ahora tengo que preocuparme sobre todo lo que pasa ahí, incluyendo arrancar el pelo de mi cuerpo!—Tomé una respiración profunda. Alfred se quedó en silencio por un momento.
— ¿amaia?
—¿Qué?—Ladré.
—Sólo quiero besarte.
Suspiré.
—Y estoy bastante seguro de que ya has hecho eso —dijo.
—Sí— respondí. —Un montón de veces.
Los labios de Alfred se curvaron en una sonrisa irónica. Puso su mano detrás de mi cabeza, tirando de mí hacia su cara. No me resistí, aunque pensé por una fracción de segundo que iría al infierno por besar a mi profesor de matemáticas. Y en el primer contacto de labios sobre labios, sentí una explosión dentro de mi corazón. “¡Estás besando a un ángel!” Gritó, y recordé la primera vez que había visto a Alfred en el lateral de la carretera. Él era un ángel, y nunca pensé que el acto de besar podría ser algo parecido a lo espiritual. Pero lo era.Él chupó mi labio inferior en su boca, succionando con ternura, haciendo que me retorciera en su regazo. Él gruñó, y no me di cuenta hasta que hasta que estaba conduciendo a casa más tarde de lo que mi parte inferior retorciéndose debe haber estado haciéndole a él todo el tiempo que nos besamos.
Yo era una ignorante en muchas áreas, pero besar no era una de ellas.
Retrocedí una fracción y corrí mi lengua juguetonamente sobre su labio inferior, lamiéndolo como un gatito hambriento. Oí un ruido sordo en su garganta cuando aplastó sus labios contra los míos. Forzó mi boca abierta con la lengua, buscando la mía, jugando con ella hasta que me quejé.
—Siéntate sobre mí —dijo en mi boca.
—Estoy sentada sobre ti— contesté.
—Jesucristo, Amaia —dijo, exasperado, y tiró de mis muslos hasta que estaba a horcajadas sobre él.
—Ohhh, ¿te refieres a esto?—Pregunté juguetonamente, moviendo mis
caderas hacia atrás y hacia delante siempre ligeramente. Se sentía natural, y también me sentí culpable por hacerlo, porque sabía que no quería llevar nuestra sesión de besuqueo más allá.
Sus manos fueron directamente a mi culo, apretándome y empujándome
sobre él. Me besó de nuevo, mordisqueando y chupando mis labios hasta que se estremecieron. Me aparté.
—Estoy asustada de hacer algo más que esto.
—No lo haremos. Lo prometo.
El alivio se apoderó de mí como una suave, ondulante ola.
—Es sólo que, ya sé que no quieres esperar para siempre. Ya que lo has
hecho antes. Pero yo no estoy lista.
—Yo no estoy listo, tampoco —respondió Alfred.
—Deja de tratar de hacerme sentir mejor.
—No lo estoy. Te estoy diciendo la verdad. No quiero hacer nada más.
Mi cerebro dijo, “Absolutamente no”, pero mi boca no escuchó.
—¿Me estás manipulando para conseguir lo que quieres?—Pregunté.
Alfred rodó los ojos. —Si me preguntas eso, entonces sabes que no puedo.No entiendo por qué te gusto. Y no digas que por mi bondad. Eso sólo me hace querer vomitar.
Alfred rió entre dientes. —¿Por qué no puedo sentirme atraído por tu bondad?
—¡Porque no es suficiente!
—¿Quieres que enumere todas las razones por las que me gustas?
—Sí.
—Vamos, Amaia. ¿En serio?
—Muy en serio.
—¿No quieres que te cuente con el tiempo?
—Por supuesto que no. ¡Quiero escuchar todas y cada una de ellas en este momento!—Dije.
—Está bien. Pero iba a esperar a decirte cuando tuviera todas mis canciones en orden— dijo alfred.
—¿Tus canciones?
—Sí. Mis canciones. Es mi banda de sonora constante para mi vida. Y no te
rías—dijo mirándome severamente.
Mi rostro estalló en una sonrisa.
—¡Lo digo en serio, Amaia! ¡Me tomo mi banda sonora en serio!
—¿Hay canciones para mí?
—Sí, y si fueras un poco paciente, las compartiré contigo. Jesús —alfred bajó la cabeza.
—Mírame —pedí.
Él levantó su rostro al mío, y vi sus mejillas sonrojadas por primera vez. Le hice sonrojar.
—¿Vas a compartir una? ¿Sólo una?
Pensó por un momento. —Está bien. Has escuchado todo de
Entroducing…por ahora, ¿cierto?
Asentí.
—Está bien, pues la primera vez que me di cuenta de lo mucho que tenía que perder persiguiéndote, puse “Building Steam with a Grain of Salt” en repetición y la escuché durante un tiempo. Necesitaba algo intenso que me ayudara a ordenar mis
sentimientos por ti y lo que iba a hacer.
Oleada instantánea de sentimientos sexuales.
—Pensé que tal vez la canción ayudaría. Pero realmente no lo hizo. Sólo me puso más nervioso.
Me reí.
—¿Qué? ¿Crees que es divertido que me sienta nervioso a tu alrededor?
—Nunca lo demostraste —dije.
—Bueno, hago un buen trabajo ocultando mis sentimientos —admitió Alfred.
Pero mi corazón estaba golpeando.
—¿Por qué?
—Porque eres hermosa.
—Soy promedio.
—Eres mucho más que promedio, Amaia. Eres fuera de este mundo.
Me encogí de hombros.
—Tengo una canción para eso, también, pero tendrás que esperar por ella.
—¡No es justo! Dime ahora —demandé.
Pellizqué su mejilla. No fuerte. Sólo uno de esos pellizcos de “eres realmente
adorable”.
—He estado pensando mucho en esto y sólo quiero decirlo —comencé. —No
creo que seas un depredador sexual.
—Es bueno saberlo —replicó Alfred. —Porque no lo soy.
—Lo sé. Hice mi investigación sobre las leyes. Ya que no me lo explicaste la
última vez.
Alfred frunció el ceño. —¿Ah, sí?
—Busqué la edad de consentimiento en Georgia. Son dieciséis —contesté.
Alfred aclaró la garganta. —No voy a tener relaciones sexuales contigo hasta que tengas dieciocho años. No me importa cuál sea la edad de consentimiento.
—Así que crees que estás haciendo algo malo —dije.No, no lo creo.
—Entonces, ¿qué importa que tenga diecisiete o dieciocho?
—Lo que importa es que no estás lista. Hace un minuto te estabas volviendo
loca por el sexo oral. ¿Y por qué estamos de vuelta en esto de todos modos?
Bajé la cabeza. —Lo siento. No sé por qué mencioné nada sobre el sexo. Es
simplemente todo en lo que puedo pensar —admití.
—No tienes que pensar en ello. ¿Y por qué estarías asustada de que quiera
hacer el amor contigo tan pronto? Ni siquiera sé tú segundo nombre —contestó Alfred.
—no tengo  —dije automáticamente. No estaba pensando en mi segundo
nombre, estaba pensando en Alfred utilizando el término “hacer el amor” en lugar de “sexo”. Me calenté.
—Hmm, me gusta. Ahora, ¿están tus piernas doloridas ya?
Había estado a horcajadas sobre él todo el tiempo. Una vez que mi cerebro registró esto, mis piernas comenzaron a doler.
—Sí. —Bajé del regazo de alfred y me senté junto a él, deslizando mis
sandalias y tirando de mis rodillas hasta mi pecho. —¿Por qué fuiste a la escuela de matemáticas?
—No lo hice.
—Estoy confundida.
—Tengo una maestría en inglés.
—¿Entonces por qué estás enseñando matemáticas?
—Porque soy bueno en matemáticas, y obtuve un título adicional en ellas
como estudiante. Y encontrar un trabajo enseñando matemáticos fue mucho más fácil.
Pensé por un momento. —Normalmente la gente es buena en uno o lo otro.
—Creo que estoy bendecido.
—¿Eres cristiano?—Pregunté.
Él se echó a reír. —¿Por qué? ¿Porque te dije que estoy bendecido?
Asentí.
—No, amaia. Pensé que debería irme. Todo lo que aprendí en el grupo de jóvenes hasta la fecha a nunca salir con un no creyente. Era una regla superior como cristiano. No
recordaba una regla en contra de tener una aventura con un maestro, pero la cosa del no-cristiano era un definitivo no-no.
—¿Qué estás pensando?—Preguntó alfred.
Como si fuera a decirle en lo que estaba pensando.
—¿Quieres enseñar matemáticas para siempre?—Pregunté en su lugar.
—Sí. Pero no en el nivel de escuela secundaria.
—¿Qué quieres decir?
—Estoy ahorrando para volver a la escuela —explicó.
—¿Para qué?
—Un doctorado en matemáticas en el Instituto Tecnológico de Georgia.
Asentí. No sabía qué decir. No entendía nada sobre programas de doctorado.
Suponía que te hacían doctor en algo. En cualquier caso, no quería quedar
como una completa idiota o resaltar nuestra diferencia de edad.
—Quiero enseñar a nivel universitario —dijo alfred.
—Oh. Supongo que los estudiantes universitarios no son tan molestos, ¿eh? Alfred se rió entre dientes. —Es sólo que me gusta más el material
universitario.
—¿Por qué?
—Estoy un poco cansado de hablar de mí mismo.
— Imposible. A los hombres les encanta hablar de sí mismos —repliqué.
—¿Has estado leyendo Marie Claire últimamente?—Preguntó.
Me eché a reír. —Es lindo.
—Tú eres linda —dijo, y se inclinó para besarme de nuevo. Esta vez obligué mi lengua dentro de su boca, y creo que esto lo sorprendió y lo deleitó. De hecho, se sentó y me dejó hacer todo el trabajo. No me importó. Por alguna razón pensé que tenía algo que demostrarle.
—Haz eso otra vez —dijo entre besos.—¿El qué?—Respiré.
—Lamer mi labio. Me gustó eso—dijo.
Le sonreí, satisfecha, apartándome de él y ladeando la cabeza en un desafío.
—No.
Él me consideró por un momento. —Sí.
Sacudí la cabeza, sonriendo tímidamente. Se inclinó, empujándome abajo en los cojines del sofá, y me besó con ternura.
—Me gusta este inocente, provocador coqueteo que estás haciendo —dijo. —
Y te dejaré jugar así por un rato. —Rastrilló besos sobre mi mejilla hasta mi cuello, succionando suavemente antes de hundir sus dientes en mi piel. Gemí y arqueé mi cuerpo hacia él. —Pero sólo por un rato. —Me estremecí.
No sabía dónde poner mis manos mientras me besaba el cuello y pensé que era natural correrlas a través de su pelo. Me había estado muriendo por hacer esto desde que lo vi en la orilla de la carretera. Dudé, mis dedos preparados encima de su cuero cabelludo, antes de enterrarlos en su cabello con cuidado. Era suave y
grueso, y dejé que mis dedos se encontraran con una docena de remolinos. Me reí.
—¿Qué?—Preguntó, apartándose para mirarme.
—Tu pelo es un desastre.
—Lo sé —dijo. —No hay nada que pueda hacer al respecto.
—No quiero que hagas nada al respecto. Me encanta. —Pasé los dedos una vez más a través de su cabello lentamente, contando verbalmente los remolinos.
—Uno, dos, tres —dije. —Oh, hay cuatro. Cinco, Seis. Y siete…
—Sí, amaia —dijo Alfred pacientemente. —Tengo muchos remolinos.
Me reí, y mi estómago gruñó.
—¡Oh, santo cielo!—Resoplé.
—¿Has comido el almuerzo de hoy?—Preguntó, deslizándose fuera de mí y
ayudándome hasta una posición sentada.
—No.
—Pensé que tu apetito había vuelto —dijo Alfred.
—No por la comida de la cafetería de la escuela —contesté. Alfred sonrió. —Me temo que esto va a ser una relación cara. ¿Relación? Supongo que hasta que él dijo esa palabra pensaba que esto era una ridícula fantasía—una de la que despertaría de un momento a otro. Lo observé caminar a la cocina. Se detuvo y se volvió.
—¿Y bien? ¿Vienes?
—¿No te importa darme de comer de nuevo?—Pregunté.
—amaia, no me importa hacer cualquier cosa por ti.

PARADISE SUMMERLAND (historia adaptada almaia)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora