ESTOY BIEN

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—¿Dónde has estado? —gritó alfred tan pronto amaia entró por la puerta.
—¿Qué demonios? —respondió ella.
—¡Tú hermano está el hospital! He estado tratando de ponerme en contacto contigo! —La tomó del brazo y la arrastró hacia la puerta. La acompañó hasta su coche y la lanzó en el asiento.
—Oh dios mío —susurró amaia. El pánico fue inmediato—. ¿Qué ha
pasado? Alfred cerró la puerta y encendió el motor
—Accidente de coche.
—Dios mío.
—Uno de sus amigos ha muerto —continuó alfred.
—¡¿Qué?!
—Charlie. Creo que su nombre es Charlie. Él iba conduciendo. Iban
borrachos. —alfred salió del estacionamiento y se dirigió hacia el Hospital Nortside.
—¡¿QUÉ?!
—Hablé con tu madre por teléfono. Está histérica. Ha intentado llamarte. —Le dio una mirada de enojo—. ¿Dónde diablos has estado?
—Estaba con Carrie —dijo con aire ausente. No podía procesar nada de lo que acababa de decirle. No podía invocar lo que debería ser una adecuada respuesta a la información. Debería gritar histéricamente, pero sus ojos eran huesos secos.
—¿Emborrachándote? —escupió.
No le hizo caso.
—¿Qué más sabes?
—Nada. Te he dicho lo que sé.
Alfred arrojó una bolsa en su regazo. No había notado que llevara nada.
—Ponte presentable —gritó mientras giraban hacia Roswell Road. Su tono
tenía un punto de disgusto. Le temblaron las manos mientras bajaba la visera y abría el espejo. No quería
mirarse. Sabía que lucía terrible por la resaca. No quería verse tan despeinada cuando viera a javi por primera vez. Era vergonzoso e insultante, por lo que abrió
la bolsa para ver con lo que alfred la había llenado para dejarla con un aspecto respetable.
Se limpió los ojos primero, deslizando el pañitoo de desmaquillante sobre la
negra mancha de delineador y rímel. Seguidamente, utilizó el enjuague bucal, pero no tenía donde escupir, por lo que en su lugar, se lo tragó. Le quemó la garganta, igual que el vodka que bebió la noche anterior. Se peinó los nudos de su cabello y lo
colocó en una coleta. Notó una camiseta limpia en la bolsa, y se quitó la suya impregnada a humo, haciendo caso omiso de los pasajeros en los coches que pasaban mirándola.
Cerró la bolsa y se recostó en su asiento.
—¿Va a ponerse bien? —No lo había preguntado antes porque tenía mucho
miedo de la respuesta.
—Sí —respondió alfred.
Suspiró con alivió, agarrando el pomo de la puerta porque su cuerpo estaba
temblando, y no sabía cómo detenerlo.
Siguió a alfred por el pasillo del hospital hacia la habitación de javier. El Sr. Romero abrió la puerta. Asintió con la cabeza y se movió a un lado, dejando pasar a Amaia primero. Corrió hacia la cama de su hermano, y él sonrió cuando la vio.
—javi —dijo en un respiro, agarrando su mano. Sus nudillos rozaron la IV, y
dijo entre dientes—: Lo siento —susurró, sentándose a su lado con cuidado. Nunca miró a su padre. E ignoraba que su madre estuviera en la habitación.
—Soy un idiota —dijo él.
Amaia sacudió la cabeza.
—Lo soy —insistió.
Hablaba como si aquello hubiera sido un estúpido accidente de patinetas.
Como si no hubiera debido bajar ese pasa-manos, porque era demasiado empinado, y sabía que iba a romperse un brazo. ¿No sabía lo de Charlie?
—No has hecho nada malo —dijo amaia.
—Bebí. Me emborraché. No debería haberlo hecho. No debería haber dicho
que estaba bien que Charlie condujera. ¿Cómo está?
Amaia miró a su padre por primera vez. Él negó con la cabeza muy
ligeramente, y se giró de nuevo hacia su hermano.
—No lo sé —dijo—. Creo que he oído que está bien.
Odiaba la forma que se escuchó su mentira. Odiaba haber tenido que hacerlo. Pero todos estaban pendientes de su recuperación, y una mentira le ayudaría a superarla más rápido. ¿Qué importaba quien mentía? —Estamos metidos en un buen lío, amais.
—No, no lo están. No están en ningún lío. Él asintió con la cabeza, sin estar convencido.
—En un gran, gran lío. ¿Tendré que ir al reformatorio como tú?
Amaia se encogió.
—No, javi. Nadie va a enviarte a un reformatorio.
—Estoy cansado de mi vida —dijo.
Ella sonrió con tristeza.
—Eres demasiado joven para estar cansado de tu vida.
—Echo de menos a Kim.
—Lo sé.
—Creo que necesito un cambio.
—¿No lo necesitamos todos? —Alzó la vista. Su cabeza estaba vendada. Su ojo estaba magullado y cerrado. Tenía una profunda herida en su mejilla, recién suturada. Su brazo estaba roto.
—Estaba fuera de combate —dijo después de un momento—. No me acuerdo de nada.
—No tienes que recordarlo —respondió Amaia. Pero sabía que en algún momento lo haría. Recordaría pedacitos de aquí y allá hasta que consiguiera armar el rompecabezas. Puede que no fuera toda una imagen, pero sería suficiente para darle un recuerdo. Uno malo.
—¿Vas a pasar la noche conmigo? —preguntó.
—Por supuesto.
—¿Le dirás a mamá y papá que se vayan?
Amaia se tensó.
—No sé, javi. Están tan preocupados por ti como lo estoy yo.
—¿Les dirás entonces que se vayan por la noche? Solo te quiero a ti aquí.
Ella estuvo de acuerdo y miró a su padre una vez más. Él asintió con la cabeza mientras las lágrimas caían.
La Sra. Romero montó un infierno cuando llegó la noche. Instó a su marido a luchar con Amaia, que la forzara a permitirles quedarse. Amaia nunca había visto a su madre tan enojada. Trató de hablar con ella, explicarle que había sido
decisión de javier, pero la Sra. Romero la ignoró saliendo por la puerta.
Alfred se fue después de dejar la cena. Amaia necesitaba tiempo a solas con su hermano y esperaba que su conversación pudiera cambiarle el corazón. Que lo ablandara, tal vez. Que quizás le permitiera reconocer su propio comportamiento
autodestructivo y reuniera el coraje para apartarse de ello.
—¿De verdad quisiste decir lo que dijiste? —preguntó amaia.
—¿Qué dije? —respondió Javier.
—¿Que estás cansado de tu vida?
Javier asintió.
—Soy infeliz. Y nada de esta mierda que hago está ayudando en absoluto. Solo es un arreglo temporal.
—La mayoría de los chicos de diecisiete años no son lo suficientemente inteligentes como para reconocer eso —señaló amaia.
—Sí, la mayoría de diecinueve tampoco.
—Listillo.
—No estaba intentando serlo —dijo Javier.
—¿Entonces qué? ¿Ahora tienes la autoridad para decirme que rehaga mi vida porque estás metido en una cama de hospital?
—Así es por lo general como funciona —respondió javier.
Amaia se rió.
—Sí, supongo que tienes razón.
—¿Quieres terminar en una cama de hospital?
—No.
—Bien, entonces.
—No es como si estuviera fuera de control o algo así —argumentó amaia.
—amais, no soy un maldito idiota. Sé que estás siendo imprudente. Y lo
entiendo. Estás soltando golpes a diestra y siniestra porque estás enojada con Alfred igual que yo arremetí contra mamá y papá porque estaba enojado con ellos.
—Que perceptivo.
—Nadie tiene que ser perceptivo para ver eso. Es, como, totalmente obvio —
dijo javier.
—¿Así que ya no volverás locos a mamá y a papá?
—Por supuesto que sí. Estoy enojado con ellos. Pero me estaba haciendo daño a mí mismo por eso. Y tú estás haciendo lo mismo. Quiero decir, mírate, eres un desastre.
Amaia miró su camisa.
—¿Lo soy?
—Todo sobre ti. Te ves como la mierda, amais. Solo estoy siendo honesto. Estás fea.—¿Cómo un corazón feo?
—No, quiero decir que estás simplemente fea. Bolsas bajo los ojos. ¿No se supone que las chicas se ponen loción y mierda en su cara?
Amaia ahuecó sus mejillas con sus manos.
—Estás toda cetrina  —observó javier.
—¿Cetrina?¿Cómo diablos conoces siquiera esa palabra?
—Soy más inteligente que tú. Siempre he sido más inteligente que tú —
respondió. Ella rodó los ojos.
—Supongo que estoy un poco cetrina.
—Estás fuera de los diagramas del cetrino. Solías ser realmente bonita. ¿Qué te pasó?
—alfred —respondió antes de que pudiera detenerse.
—Buen intento. ¿Quién eres? ¿aitana? Deja de culparlo a él por tus malas
decisiones.
Amaia se erizó.
—¡Él me mintió!
—amais, supéralo. No es como si te hubiera escondido el horrible secreto de que es un asesino en serie o un violador o algo así. Tenía una esposa, y murió. ¿Por qué no puedes ser un poco más comprensiva?
—Me dijo cosas horribles.
—¿Cuando estaban discutiendo? Sí. Suena como que sí. La mayoría de la gente dice cosas horribles cuando están discutiendo —explicó javier.
—Yo no le dije cosas horribles a él —susurró amaia—. Me hizo sentir como
si no tuviera ningún valor.
Javier pensó por un momento.
—No. Tu misma te has convencido de que no tienes ningún valor. Sé lo que
Alfred te dijo, y puedo entender cómo puede interpretarse eso en la manera que tú lo hiciste. Pero sé que no fue eso lo que él quiso decir.
—¿Ah sí? ¿Cómo es eso?
—Porque miré la situación desde su punto de vista. Amaia suspiró.
—Solo escucha. El tipo tenía una mujer. Como en una estampa de familia feliz. Tener un bebé. Decorado un vivero. Todas esas cosas. Y entonces ¡zas! Todo se va. ¿Crees que el tipo va a buscar un problema nuevo para resolverlo? ¿Crees que
va a buscar una mujer complicada con una tonelada de equipaje? Él ya tiene suficiente equipaje, amais.
—Dijo que no tenía historia.
—Tienes diecinueve. No la tienes.
—¡javier! Fui a un reformatorio. ¡Tengo algunas experiencias!
—Las suficientes. Pero no es la perdida de una esposa.
Amaia se erizó.
—No me había dado cuenta que estábamos poniendo grados de importancia a nuestras experiencias.
—Mierda, relájate. Todo lo que quiero es que tengas un poco de perspectiva.
Él no piensa que no tengas una historia.
—Pero eso es lo que dijo.
—Todos decimos estupideces, amais. Estaba enfadado. No quiso decirlo. Eres algo así como la cosa más importante para él. Es algo vomitivo, en realidad, lo mucho que te ama.
Amaia no dijo nada.
—Él dijo aquello por la rabia, y eso estuvo mal. Él estaba equivocado. No
quiso decir aquello. Tienes que perdonarlo —dijo javier.
Amaia frunció el ceño.
—¿Y entonces? ¿Ahora ya eres todo maduro?
—Más que tú.
—¿Esto es lo que sucede cundo las personas experimentan un trauma? ¿Tiene epifanías ultra-maduras?
—Supongo que sí. Quiero decir, mírame. Soy el jodido Dalai Lama.
Amaia resopló.
—Y estoy tratando de ayudar a alfred.
—¿Podemos hablar de otra cosa?
—Bueno, si quieres hablar de mí, puedes irlo olvidando —dijo javier—. He terminado. Les diré a Charlie, Pete y a todos que ya no puedo seguir haciendo más el tonto. No tengo tiempo para eso.
—¿Lo estás haciendo mucho?
—Sí.
—¿Beber y drogarte?
—Sí.
—¿Estabas teniendo malas notas?Sí.
—¿Te estabas metiendo el problemas en la escuela?
—No.
Amaia asintió.
—Tengo que encontrar la manera de volver con Kim —dijo javier.
—¿Quieres que te ayude a diseñar un plan?
—¿Tienes uno?
—Claro. Éste es el plan —dijo amaia.
Javier escuchó atentamente.
—Di que lo sientes.
—Bien. ¿Y?
—Solo eso. Solo di que lo sientes.
Javier sonrió.
—Eres una inútil.

PARADISE SUMMERLAND (historia adaptada almaia)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora