NOVIA

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Él se sentía imprudente, pero no le importaba. Ella era un imán y su atracción era más fuerte que la gravedad. Tenía la certeza de eso porque caminaba hacia ella contra su voluntad. No tenía control sobre eso. Un pie delante del otro. Derecho. Izquierdo. Tal vez ella no era un imán. Tal vez era una pequeña bruja y le había lanzado un hechizo, forzando su sumisión apesar de ser consciente de que era peligroso. Ella lo destruiría y él pensó que no le importaría. ¡Da la vuelta! Gritó su cerebro pero lo ignoró y colocó su bolsa del almuerzo sobre la mesa. La observó por el rabillo del ojo. Ella se puso rígida en su silla y él pensó que ya lo sabía.
Que rápida. Maldita sea. La mujer era perceptible. Él charló placenteramente con otros dos estudiantes antes de dirigirse a amaia. No quiso ignorarla. Ella era, después de todo, la única razón por la que se había sentado en esa particular mesa para el almuerzo.
—Hola, amaia.
Ella saltó en su asiento.
—Hola.
—¿Está todo bien? —preguntó. Decidió divertirse un poco con ella. Estaba obviamente nerviosa. Él quería recordarle que era la única que lo había obligado a tomar asiento a su lado. Recuerda ese hechizo que lanzaste, ¿quería decirlo?
—Bien —respondió. Giró su tenedor en su puré de papa.
—¿No tienes hambre? Ella inclinó el tazón y lo miró directamente.
—¿Se ve apetecible para usted?
De ninguna manera, pensó. Pero seguro como el infierno que tú sí.
—No mucho —dijo en su lugar—. ¿Quieres un pedazo mi sándwich?
Esa era una pregunta ridícula. Pensó que eso debió haber sido porque ella se veía apagada. No ofendida o disgustada. Solo apagada. Ella negó.
—Probablemente necesitas comer algo. Ayuda al cerebro a funcionar mejor. Además, estás realmente delgada —dijo él. Sus ojos se abrieron y él reprimió una sonrisa.
—¿Estás cuidando bien de mi pañuelo? —preguntó. Ella lo miró y esta vez dejó que la sonrisa se deslizara en sus labios. Imaginaba que ella ya había captado su juego. Quería que así fuera. Sabía que era imprudente molestarla tan pronto. Sentía la vulnerabilidad irradiando de su pequeña figura. No estaba intentando tomar ventaja de eso. Ella era tan malditamente dulce. ¿No podía entender que él quería que
tuviera su pañuelo para siempre?
—¿Puedo entregárselo ahora? —preguntó ella y su corazón se hundió.
—No, solo estaba preguntando si lo estabas cuidando —respondió. Necesitaba que lo hiciera. Era un sustituto para su corazón. Sí. Él ya le había entregado su corazón a esta chica. No podía darle sentido a esto y dejó de intentarlo. Todavía no era amor. No era tonto. Pero quería alimentar esa atracción floreciendo y la quería así.
—Está en mi bolsillo —dijo ella.
—Bien. —A él le gustó la idea, que cargara con él. Si hubiera dicho «Está en mi casillero» estaría decepcionado.
La agitación de amaia aumentó hasta que finalmente espetó—: ¿Por qué se sentó aquí? Tuvo que tragar instantáneamente su pensamiento. Por ti. Dios mío, ¿no tenía control?
En su lugar le ofreció una respuesta segura, escuchando cómo ella había ofendido a los otros estudiantes en la mesa, luego observándola dirigirse hacia las puertas de la cafetería.
Pequeña mocosa, pensó, aunque sabía que instigó su ira. Jugó un juego malvado y no lo lamentaba. En ese momento ella ya había salido pero quería verla otra vez. Y otra vez y otra
vez. Ella sería su novia. Y él haría que ella lo amara.

* * *
—aitana está pasando la noche con Marybeth —dijo amaia, tratando
difícilmente de no reír.
—¿Marybeth? —preguntó alfred.
—No me pude resistir —dijo amaia—. Es el más virginal, dulce, y cristiano
nombre que jamás había escuchado, así que lo escogí para la amiga de Aitana en el campus. Alfred rodó los ojos.
—¿La Cruzada estudiantil para el amigo cristiano11?
—Mmhmm —respondió aitana. Sacó la información de contacto de
«Marybeth» en su teléfono y se lo mostró a alfred.
Él se inclinó y miró el número de amaia.
—Ingenioso.
—Lo sabemos —respondió aitana. Se detuvo por un momento—. Es
agradable verlo otra vez, Sr. García.
—Eso es lindo. Llámame alfred.
—Hmm. No, creo que voy a llamarlo Sr. García por un tiempo. Las chicas se rieron. Alfred empujó una mano a través de su cabello.
—¿Necesito ir a algún otro lado?
—No —dijeron las chicas al unísono.
—Está bien. Voy a llamar a Dylan.
—¿Quién es Dylan? —preguntó aitana, viendo a alfred caminar a la habitación.
—Un amigo de alfred. El chico que es dueño de la tienda de discos.
—Ohhhh. ¿Es lindo?
—Es lindo. Sin embargo, está saliendo con una bruja. Así que no sé qué es lo
que eso dice de su inteligencia.
—No hay nada malo con una bruja buena —dijo Aitana.
—Ella no es una bruja buena. Solo es una bruja.
—Hmm. Bueno, bruja buena, bruja mala…
—Bruja —corrigió amaia, luego sonrió.
—Eso es lo que dije. Perra. De todos modos, no me importa si él es un
retardado —dijo aitana—, mientras sea malditamente caliente. Amaia sonrió pacientemente.
—¿Crees que va a venir?
—No te hagas ideas —advirtió amaia. Volteó la página de su revista.
—¿Ideas? ¿Qué ideas? No tengo ninguna idea —argumentó aitana.
Amaia la miró.
—¡Estoy jodidamente cachonda, está bien! ¡No he sido follada en meses! ¿No puedo solo tener a alguien lindo para mirar y fantasear con él?
—¿Pero eso no lo hace peor? —preguntó amaia.
—Sí, pero no me importa. Necesito a un chico, amaia. ¿Está bien? Necesito
un chico que coquetee conmigo y luego me destroce.
—Tiene novia.
—Me encargaré de eso.
—Oh Dios.
—Muestra un poco de amabilidad, ¿sí?, estoy un poco desesperada aquí.
¿Hola? Canción de Salomón ¿amaia cerró su revista.
—¿Vamos a pintarnos las uñas?
—¡No, no quiero pintarme las uñas! ¡Quiero follar! ¡Solo quiero ser follada
realmente duro!
Alfred aclaró su garganta.
Aitana movió su cabeza alrededor.
—Oh, mierda.
—Sí, así que voy a ir a la tienda por cerveza. Esa es la única forma de que
pueda conseguir que Dylan venga.
—¿Vas a conseguirnos algo? —preguntó aitana.
—No.
Ella cruzó sus brazos sobre su pecho y torció su rostro.
—Él no la va a traer ¿cierto? —preguntó amaia.
—¿A quién? ¿A Portia? Amaia asintió.
—Rompió con ella hace una semana o algo así —respondió Alfred.
Aitana se levantó del sofá con una expresión amarga pero por dentro… oh, por dentro ¡su corazón estaba acelerando! Pulsando, en realidad, con esperanza. Sintió el movimiento punzante de su pecho en su apretado interior y apretó sus piernas
fuertemente.
—Adiós, adiós, Sr. García —dijo, tratando de empujarlo hacia la puerta así podría gritar con Amaia. Alfred abrió su boca para responder pero no tenía nada que decir. Le guiñó a amaia y luego se fue. Ella sabía lo que el guiño significaba.
Él sabía que aitana estaba emocionada y también sabía que no tenía una oportunidad con Dylan.
No tenía idea de lo equivocado que estaba.
Los cuatro se sentaron en la mesa del comedor sosteniendo las cartas y ofertas. Ahora Aitana observó a cada uno y luego desde la parte superior de sus cartas miró a Dylan, quien estaba sentado directamente frente a ella. Estaban jugando espadas y ella estaba en el equipo de alfred. Dylan tenía esa regla rara acerca de jugar a las
cartas: las parejas no podían ser compañeros, así que alfred estaba a regañadientes emparejado con aitana mientras amaia hacía equipo con Dylan. Dylan le sonrió a aitana, luego tomó un sorbo de su cerveza. Amaia lo observó con diversión. Alfred estaba escéptico de las intenciones de su amigo. No necesariamente llamaría a Dylan un jugador a pesar de que iba tras las mujeres como si fueran pañuelos. Era realmente que nadie podía cumplir con sus ridículos
estándares altos. O quizás eso era solo una excusa para permanecer sin
compromisos. Él no había dormido con todas. En realidad no había dormido con muchas de ellas porque no cumplían con sus estándares. Y porque estaba aterrorizado.
Alfred se echó a reír.
—¿Qué es tan gracioso? —preguntó aitana—. Por favor no me digas que tu
mano apesta. Él sacudió su cabeza.
—Nah. Vamos a ganar esta ronda. Solo sigue mi ejemplo.
—Eres un idiota engreído cuando juegas cartas —soltó Dylan—. Y ni siquiera eres bueno en eso.
Amaia sonrió.
—Sr. García, como voy a pasar la noche aquí quizás pueda dejar que
Amaia y yo bebamos algo. —aitana le sonrió dulcemente.
—Sigue llamándome «Sr. García» y puedes olvidarte de eso —respondió.
—¿Qué? —gritó indignada—. Es divertido. Y de cualquier forma fuiste mi profesor en la escuela. No puedo solo llamarte por tu nombre. Eso es, como, totalmente irrespetuoso.
—Lo llamo por su nombre —señaló Amaia.
—También lo estás follando —dijo aitana.
—¡Oh Dios mío, aitana! —gritó amaia.
—¿Qué? Solo estoy diciendo —aitana resopló. Le guiñó a Dylan quien estaba riendo fuertemente.
Alfred suspiró pacientemente.
—aitana, juega tus cartas.
—Oh, ¿es mi turno? —preguntó, buscando la cerveza de Dylan. Tomó un sorbo y lanzó un ocho de trébol—. No te importa compartir ¿cierto?
Dylan sacudió su cabeza.
—Toda tuya.
El doble sentido no pasó desapercibido para Amaia y alfred. Se miraron uno al otro, pasándose un mensaje no dicho.
—¿Qué vamos a hacer ahora?
—¿Te gusta tu trabajo Dylan? —preguntó Aitana.
—Por supuesto que me gusta. Soy dueño de mi propio negocio. Soy mi propio jefe —dijo. Respiró profundamente, dejando que su pecho se hinchara, asegurándose de que pudiera verlo. Oh, ella lo vio y coqueteó de regreso mordiendo su labio inferior, pretendiendo
que se estaba concentrando en su próxima jugada. Ella hizo un puchero cuando Dylan ganó con su rey de corazones.
—Nada personal, nena —dijo, empujando las cartas hacia él.
Ella se terminó su cerveza.
—Lo conseguiré la próxima vez.
—Querido Dios —murmuró Amaia—. Solo háganlo ya. Pero no en nuestra
habitación. Vayan a la habitación de invitados. Aitana se rió fuertemente.
—¡amaia! —dijo alfred.
—¿No has estado escuchando esta conversación? —le preguntó.
Él abrió la boca para responder cuando el celular de amaia sonó. El número de la casa de Aitana apareció en la pantalla.
—¡Aitana! ¿Qué se supone que debo hacer? —gritó amaia.
—Contesta y actúa como Marybeth.
—¡No puedo hacer eso! ¡Sabes que no puedo! ¡Voy a arruinarlo!
—¡Oh, por el amor de Dios! Dámelo —espetó aitana, agarrando el celular de
Amaia.
—¡No! ¡Oh Dios mío! ¡No lo hagas!
—Yo lo tomaré —dijo Dylan, arrancando el celular de la mano de Aitana. Colocó su dedo sobre su boca y presionó la tecla de responder—: Este es el teléfono de Marybeth. ¿Puedo preguntar quién está llamando? Amaia y aitana contuvieron el aliento.
—Soy su padre, en realidad. Ella dejó su celular aquí abajo. Las chicas están
arriba viendo una película. Uh huh. Oh, sí. Hola, Sra. Fisher. Marybeth me dijo acerca de su…
Alfred escuchó, intrigado.
—… Ella es adorable. Mhmmm…
Dylan se rió de algo que la Sra. Fisher dijo. Era tan falso que Aitana tuvo que
colocar su mano sobre su boca para evitar reír.
—… ¡Estoy de acuerdo en eso! —dijo Dylan—. Es difícil encontrar buenas
influencias estos días… Alfred puso los ojos en blanco.
—… Bueno, me alegra que haya llamado para verificarla. Suena genial. Está bien. Tenga una espléndida noche, Sra. Fisher.
Dylan colgó y le entregó el celular a amaia. Hecho —dijo—. ¿Quién quiere otra cerveza? Aitana lo observó con un respeto recién descubierto.
—Yo —dijo—. Me gustaría otra.
—¿amaia? —preguntó.
—No he tenido ninguna —respondió.
Dylan la miró confundido.
—Sí, te estoy preguntando si quieres una.
—Bueno, tú preguntaste quién quería otra. Alfred sonrió.
Dylan pensó por un momento.
—Mira. ¿Quieres una cerveza o no?
Amaia miró automáticamente a alfred. Aitana lo vio y no lo dejó pasar.
—¿Qué? ¿Necesitas el permiso del Sr. García para beber?
—No —amaia se enojó. No creía que le estuviera pidiendo permiso. Ella
pensaba que tenía más que ver con Gracie y su vago recuerdo de la fiesta de fraternidad. Gracie dijo que fue su elección, pero amaia no le creyó. Todo
acerca de esa noche estuvo mal, y no quería volver a sentirse así de vulnerable de nuevo cuando bebía. Se dio cuenta en ese momento de que no era una cuestión de pedir permiso para beber. Le preguntó a Alfred—: ¿Vas a cuidar de mí? —Si se
embriagaba alfred entendió e hizo caso omiso de Aitana.
—Yo me ocuparé de ti —susurró.
Amaia se volvió hacia Dylan y asintió.
Aitana se sentó sonriendo.
—Es un buen hombre, Sr. García.
—Gracias, aitana.
Aunque trató de impedirlo, las chicas se achisparon. Bueno, Amaia se
achispó. Aitana se emborrachó.
Afortunadamente no hubo vómito, pero podría haber prescindido de las risitas tontas. No es que le importaran sus risas. Realmente tenía que ver con el hecho de que no lo escucharon cuando trató de meterlas a la cama. En su lugar se rieron.
Terminó gritándole a aitana porque trató de desnudarse delante de él. Ella no podía entender por qué eso era un gran problema. Solo se iba a poner su pijama.
—Ya ha visto un sujetador, Sr. García —resopló amaia.
—No el tuyo —respondió. Agarró su bolso de viaje y lo arrojó en el baño—.
Ve allí aitana se puso de pie con las manos en las caderas y le sonrió de oreja a oreja.
—Usted es una persona aburrida.
Él se echó a reír a pesar de su irritación.
—¿Dónde has aprendido eso? ¡Qué retro!
—Es por eso que se lo he dicho. Usted es todo un hípster, un vintage y cosas
así. —Señaló la camiseta de Pink Floyd que llevaba amaia. Y entonces agarró su sombrero de fieltro de la cómoda y se lo puso. Buscó en la habitación hasta que vio sus Converse rojas, y deslizó su pies con calcetines en ellos.
—Hola a todos. Soy el Sr. García, y me gustan las matemáticas, el hip hop
instrumental y el coño de Amaia.
—¡AITANA! —chilló amaia.
Aitana se rio, y luego hizo un tipo de giro que se parecía a un paso de baile de Michael Jackson. Agarró el sombrero en su cabeza mientras lo hacía.
—Soy el Sr. García —continuó—: Y me gusta peinar mi cabello en un loco
estilo desordenado y coquetear con las adolescentes. Amaia se cayó de la cama partiéndose de risa.
—Una adolescente —corrigió él—. Una.
—¡Él dijo «una», gente! Y yo… —hizo una pausa y lo miró a los ojos—… le
creo. Alfred puso los ojos en blanco.
—Eso me hace muy feliz. ¿Ya has terminado? Ella continuó, sin inmutarse.
—Soy el Sr. García, y uso zapatillas bonitas y tomo refrescos que estaban a la moda antes de que naciera. —Intentó hacer la caminata lunar, pero sus zapatos eran demasiado grandes, y se cayó de trasero. Se rio con fuerza. Él se preguntó cuánto había tomado.
—Soy el Sr. García, y les voy a enseñar matemáticas, música y cómo ser un
filósofo hípster vanguardista.
—¿Soy un filósofo? —preguntó.
—Eso es lo que Amaia me dijo la primera vez que lo conoció. Dijo que lo veía como un tipo que se sienta en cafeterías independientes y discute sobre filosofía. Aitana luchó por ponerse de pie, y alfred le tendió la mano. Echó un vistazo a Amaia que estaba acurrucada en el suelo, ya roncaba.
—Un filósofo y una persona aburrida —dijo alfred.
—Casi aburrida —respondió aitana pensativa—. Usted se acostó con su
estudiante, por lo que no es completamente aburrido.El rostro de alfred se ruborizó de un profundo carmesí. Creyó oír a amaia soltar una risita en su sueño.
—aitana, ve a cambiarte y luego ve a la cama —dijo.
—Oiga, nunca me dio las gracias —se quejó aitana. Se quitó los zapatos—. Sus zapatos están muy limpios, Sr. García —mencionó.
—¿Darte las gracias por qué?
Ella levantó la mirada.
—¿Eh?
—¿Nunca te di las gracias por qué? —preguntó alfred pacientemente.
—Ohhh. Por ser amiga de amaia. Sin mí no habrías sido capaz de salir a
escondidas con ella. Tenía razón. Aunque aitana fuera impulsada por sus propios motivos egoístas, permitió que amaia y alfred estuvieran juntos. Ella creó las mentiras, tejió una
telaraña de mentiras. Y sus motivos finalmente lo beneficiaron al final. Claro, con el tiempo amaia y él se enredaron en la telaraña, pero hubo varios meses maravillosos antes de que fueran descubiertos. Meses secretos de amor secreto que florecieron en este pequeño apartamento. Recuerdos. Construir una vida con Amaia. Y todo era debido a Aitana.
Él estudió su rostro. Ella esperaba un «gracias», pero estaba siendo infantil al respecto. No podía evitarlo. Estaba borracha.
—Gracias, aitana —dijo alfred en voz baja, y no estaba siendo infantil en
absoluto.

* * *

Alfred salió de la casa y se fue directo donde Dylan.
—¿Qué crees que estás haciendo? —preguntó a Dylan, quien estaba sentado en su posición habitual: con los pies apoyados en el mostrador.
—¿De qué estás hablando?
—aitana.
Dylan esbozó una sonrisa.
—Ah, sí. Aitana. ¿Qué pasa con ella?
—Ni lo pienses. Te conozco demasiado bien. Sales con la misma chica durante unas tres semanas antes de pasar a alguien nuevo.
—Relájate. No pienso salir con ella.
Alfred suspiró de alivio.
—Tengo la intención de casarme con ella.
—¡¿Qué?!Dylan se echó a reír.
—Esa es mi chica, justo ahí. ¿Quieres saber por qué he salido con tantas chicas todos estos años y nunca he sentado cabeza? Estaba esperando a que ella apareciera.
—Dylan, esa es una idea terrible.
—¿Por qué? Estás saliendo con una chica más joven. Recuerdo que la pequeña señorita amaia tenía diecisiete cuando ustedes dos empezamos a verse.
—¡Es una cosa completamente diferente! —argumentó alfred.
—¿Cómo es eso? —Dylan bajó las piernas del mostrador y se puso de pie.
—Es raro. ¿Qué somos? ¿El club de «Salimos con chicas mucho más jóvenes»?
—Puedes ser el presidente ya que tú lo comenzaste —dijo Dylan.
—Cállate. Estoy hablando en serio.
—No puedo negar que amaia tiene una amiga sexy. Y tiene diecinueve.
Perfectamente legal. Y ella es mi sueño hecho realidad.
—Jugaste a las cartas con ella una noche. ¿Cómo puede ser la chica de tus sueños? Esto es pura química.
—Nop. Su cerebro, amigo. Me di cuenta de cómo opera. Es increíblemente inteligente. Me mantendrá alerta. Me desafiará. Me entretendrá.
—Ella no es un animal de circo, Dylan. Es una chica de carne y hueso. Con
sentimientos. Y los vas a lastimar. Y no voy a dejar que lo hagas porque no puedo hacer frente a ese tipo de consecuencias.
Alfred podía verlo ahora: Aitana entrando por su puerta llorando
desconsoladamente. Una sesión de sollozos durante toda la noche acerca de cuán horribles, estúpidos y crueles son los hombres, y tendría que permanecer sentado hasta el final del asunto y estar de acuerdo. Todo mientras repartía pañuelos de papel para las lágrimas y cucharas para el helado. A la mierda con eso.
—No va a suceder —decidió alfred—. Puedes olvidarlo.
—Tenemos una cita el viernes.
—¡Maldita sea, Dylan!
—Me encanta cuando utilizas aliteraciones.
—Vete a la mierda.
—Relájate, hermano. Todo saldrá bien. Es solo una cita. Ella puede terminar odiándome al final de la cita.
—Eso espero —murmuró alfred.
—¿Ella no te agrada? —preguntó Dylan. Dejó caer el tono juguetón. Alfred negó con la cabeza.
—No es eso en absoluto. Solo preveo mucha mansedumbre en el futuro. Ellas están muy conectadas. ¿Entiendes? Si le haces daño a Aitana, le haces daño a Amaia. Y por defecto, me haces daño a mí. Así es como funciona. No quiero tener que hacer malabares con los sentimientos de las personas. Lidiar con las emociones. Quiero decir por amaia, sí. Pero no por ti o aitana.
—Entiendo. Pero Aitana no es asunto tuyo —respondió Dylan.
—Bueno, no estoy de acuerdo, pero vas a hacer lo que quieras.
—Confía en mí, alfred. No me tomaría la molestia de hacerte la vida difícil. Y
es solo una cita.
—Bien. Pero ¿puedes abstenerte de dormir con ella?
—No me acuesto con alguien en la primera cita —dijo Dylan.
Alfred asintió. Eso era cierto. El temor de las ETS.
—Conociéndote, van a terminar funcionando. Dylan se rió entre dientes.
—¿Sería tan malo?
Alfred se encogió de hombros.
—Tal vez no. Aunque sí extraño, pero ¿quién demonios soy yo para decirle a
alguien con quién salir?
—No he escuchado palabras más ciertas —respondió Dylan.
Alfred pensó por un momento.
—Realmente no trataste de disuadirme.
—¿Eh?
—Cuando te dije acerca de amaia. Quiero decir, me dijiste que estaba loco y que tenía el corazón roto y todo eso. Dijiste que algo malo podría pasar, pero incluso entonces, dijiste que todavía serías mi amigo y que me visitarías en la cárcel.
Dylan asintió.
—¿Por qué?
—Porque las personas no tienen derecho a elegir una vida para otra persona.
—Claro, pero todavía hay reglas —señaló alfred.
—Solo rompiste una. Y no fue ilegal.
—Me costó mi trabajo —dijo Alfred.
—Ni siquiera te gustaba tu trabajo —señaló Dylan. Alfred rio entre dientes—¿Era tan obvio?
—Bueno, corrijo. Te gustaba un aspecto de tu trabajo. Y su nombre es amaia
—dijo Dylan.
—Dime la verdad. ¿Qué pensante de ella cuando vino aquí a escuchar discos? Dylan suspiró.
—¿De verdad quieres saber?
Alfred asintió.
—Pensé, ¿cómo puede una persona pequeña llevar consigo tanta tristeza?
Alfred se puso tenso. Dylan lo miró pensativo.
—Tienes que decirle, Alfred  —dijo en voz baja.
—Lo sé.
—Va a ser horrible, pero no puedes ocultárselo por mucho más tiempo.
—No quiero verla triste como antes. Haría cualquier cosa para mantenerla feliz para siempre —dijo alfred.
—Lo sé. Pero no es justo que le ocultes la verdad. Y lo sabes.
Alfred5 respiró profundamente, exhalando el aire lentamente, tratando de eliminar con él cualquier temor a revelarle su pasado a amaia. No funcionó. Esto lo consumió durante toda la tarde, mucho después de que dejó la tienda de Dylan.
Tomó la decisión de decirle. Simplemente no podía ponerle una fecha todavía.

PARADISE SUMMERLAND (historia adaptada almaia)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora