UNA CARICIA

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Pensé que había terminado el abuso. Pasé tres semanas sin ningún incidente, aparte de la ocasional nota de odio que se deslizó a través de las rendijas de mi casillero, y me imaginé que los abusones habían pasado a alguien más porque yo era aburrida. Y debido a que tenía una cerradura nueva. Pero entonces el lunes abrí
mi casillero a la harina. Montones y montones de harina estaba esparcida por todos mis libros y carpetas, cubriendo mis manos y espolvoreó la parte delantera de mí camisa y las tapas de mis zapatos cuando saqué un cuaderno. Oí risitas
A través de la sala y las ignoré. Aún así, no pude ocultar mi irritación. Me gustaba el modelito que llevaba, y ahora se veía ridículo.
—¿Quieres que les diga algo?
Salté entonces dándome la vuelta. Javier estaba de pie detrás de mí con los puños apretados. Negué con la cabeza.
—No te molestes. Y de todos modos, eso podría empeorar las cosas, —le
contesté. —Gracias, sin embargo.
Asintió con la cabeza. —¿Quieres que te acompañe a clase? Sonreí. Me gustaba la idea de tener un guardaespaldas, pero realmente no
quería que javier se tomara la molestia. No quería que él peleara mis batallas o se convirtiera en mí: un paria. Bueno, semi-paria. Yo tenía a Nicole y a Riley. Al menos durante el almuerzo.
—Soy una niña grande, javi. Voy a estar bien.
Él asintió con la cabeza una vez y giró hacia la izquierda en dirección opuesta.
Me apresuré a ir a cálculo para lograr llegar con la última campana. Sin tiempo para lavarme las manos primero.

Hace un juego de palabras como si el casillero fuera comida y la harina un ingrediente, como quien dice pollo al limón.

Entré en la habitación y me senté, haciendo caso omiso de las risas detrás de mí. Lo que no podía ignorar era los chismes. Escuché “amaia,” “Crack”, “Pistola”
Tenía muchas ganas de darme la vuelta y ponerles las cosas claras. En primer lugar, que no me había metido crack. Había sido cocaína. Una cosa totalmente diferente. El crack era como la cocaína del pobre. Una versión barata del polvo blanco que te sube rápidamente, pero te da el bajón con la misma velocidad. Mi subidón fue por una cocaína muy cara, o eso me dijeron. Y fue un subidón que duró un tiempo.
En segundo lugar, yo no estaba sosteniendo el arma. Y no era una
pistola de verdad. Era una pistola tranquilizante. Debido a que la gente con la que estaba eran unos imbéciles totales.
La campana sonó y la clase comenzó con un repaso de la tarea de la última
noche. Me instalé en una especie de entumecimiento, escuchando a medias algo sobre derivados y aproximación lineal. Descansé mi barbilla en mis manos, mirando a un punto más allá de la pizarra. O tal vez era un punto dentro de la pizarra. No estoy segura. Sólo sé que la voz del señor García era relajante, y me
transporto a un sueño tonto. Gracie estaba en él, y teníamos diez años de edad, pasábamos notas de ida y vuelta durante la escuela bíblica de vacaciones. Las notas eran sobre nuestro profesor, el Sr. Arnold, y nos burlábamos de la raya de su
peinado. Él confiscó las notitas, y nos metimos en serios problemas.
Sonreí, pensando en el sermón que recibí de papá acerca de los modales y el respeto a nuestros mayores. El Sr. García me devolvió la sonrisa, sacudiéndome a salir del sueño. La campana sonó, y estuve una vez más totalmente inmersa en mi realidad.
— ¿Amaia? ¿Puedes quedarte un minuto? — El Sr. García preguntó
cuando los estudiantes se lanzaban fuera de la habitación.
Asentí con la cabeza y me quedé en mi asiento. No estaba segura de por qué
el Sr. García me retenía. Después de que él me comprara para comer varias semanas atrás, pero que me ignorara por todas partes de la escuela. Me hizo darme
cuenta que mi fantasía tonta con él era precisamente eso: una fantasía tonta. No estaba interesado en mí, y no tenía ni idea de por qué tenía metido en mi cabeza que él lo estaba. Me quedé pensando sobre esa mirada de la carretera 28. En realidad, estaba consumida por esa mirada. Sé que no me la imaginé, pero él tenía
una novia. Caso cerrado.

Se le conoce por Escuela Biblica de Vacaciones. Término usado por los evangélicos protestantes.

Una vez que la sala se vació, el Sr. García cerró la puerta y tiró de las
cortinas sobre las ventanas. Creí oír el débil chasquido de la cerradura. Volvió a su escritorio y metió la mano en un cajón, sacando una toallita húmeda. Se acercó a mí y se arrodilló al lado de mi escritorio.
— ¿Puedo? — preguntó.
Le di mi mano de forma automática, y él la tomó, limpiándola suavemente,
trazando las líneas de mis manos.
— Veo un futuro muy prometedor, —dijo, mirando mi mano.
— ¿Lee las manos?
— Oh, sí, —respondió.
— ¿Y cuándo empezó a leer la mano?
— Ahora mismo. — Él me sonrió. Y allí estaba. La mirada que sugería que él veía algo en mí que yo no. Algo magnético que le obligaba a tocarme en la escuela cuando él sabía que no debería. Ahí estaba. ¡Yo sabía que no me lo había imaginado! Le devolví la sonrisa.
Bajó la mirada a mi mano una vez más. —Veo a una mujer feliz.
— ¿Por qué está feliz? — Le pregunté.
— Debido a que ella ya no asiste a Crestview High, — contestó.
Me reí, y el Sr. García continuó limpiando mi mano hasta que no quedó ni rastro de harina. Le permití repetir el proceso en la otra mano. Sabía que mi rostro
estaba enrojecido y de color carmesí, y pensé que se prendería fuego por lo que hizo a continuación.
Dobló la toallita húmeda a una parte limpia y la llevó a mí mejilla. Se me había olvidado que había estado apoyando mí cara en mis manos durante la mitad de la
clase. Cerré los ojos por reflejo, algo que hacía cuando pequeña y mamá lavaba mi cara. Me quedé congelada como una estatua mientras el Sr. García lavó mi otra mejilla, arrastrando la toallita húmeda lenta y suavemente a lo largo de mi
mandíbula, desde la punta de la barbilla hasta el final a lóbulo de mi oreja.
Me estremecí involuntariamente e instintivamente agarré su mano.
— Soy cosquillosa, —suspiré, agarrando su mano en mi cara.
— Lo siento, —respondió.
Abrí los ojos para ver que me estudiaba. No podía soportar la intimidad del momento busque algo desesperadamente algo que decir
— ¿Cómo se llama su novia? —Le pregunté.
— ¿Qué novia?
Fruncí mis cejas, y él sonrió.
— ¿Por qué le dijo a la clase que tenía una novia? — Le pregunté.
— Porque eso es lo que querían oír, — respondió. Su mirada era penetrante,
y traté de pensar en algo menos íntimo para discutir.
— ¿Por qué tiene toallitas húmedas en su escritorio? — Le pregunté.
— Sabes que vas a estar bien, —respondió, haciendo caso omiso de mí
pregunta.
Mi respiración se aceleró, y no pude ocultar el rápido ascenso y caída de mí pecho. Me hubiera gustado que fuera invierno y que hubiera estado envuelta en un pesado abrigo, pero incluso entonces, temía que podría ser capaz de ver el palpitar de mi pecho, mi delicioso terrorífico pánico.
Negué con la cabeza. —Yo no lo creo.
Apreté su mano, y él la abrió, ahuecando mi mejilla con la toallita que había utilizado para limpiar. Debería haberme reído de lo tonto que se sentía, pero sabía que era sólo porque él estaba tratando de acariciar mi piel, y la toallita estaba en el
camino.
—Vas a llegar tarde a clase, Amaia, — dijo, y como si su voz fuera la señal,
el timbre sonó, rompiendo el encantador momento. Se puso de pie y caminó hacia la papelera, tirando la toallita antes de girarse hacia mí una vez más.
—Tengo toallitas húmedas en mi escritorio porque nunca sé cuando voy a necesitar una de ellas, — dijo.
— Oh.
— Puedo hacer que se detenga, —dijo.
— ¿Qué quieres decir?
— El... acoso.
Agarré mis libros y me levanté.
— No. No hay nada que pueda hacer, —le dije, caminando hacia la puerta. — Ellos se cansarán con el tiempo.
— No es justo, —dijo García. —Yo puedo hacer algo al respecto— No, Sr. García, — dije. —Por favor, no lo haga. Lo único que hará será
empeorarlo.
Parecía enojado, pero no conmigo. Parecía enfadado porque sabía que yo
estaba en lo cierto. No había nada que realmente pudiera hacer. Se acordaba de la escuela secundaria. Él conocía las reglas, justas o injustas.
— Te voy a dar un pase de tardanza, — dijo, caminando hacia su escritorio y garabateó su firma en un papel de color rosa. Lo tomé, abrí la puerta, y me escabullí sin decir palabra.
Me miré las manos en todas las clases durante el resto del día repitiendo los
cuidados del Sr. García.
Él tenía que saber que había sido inapropiado. ¿Por qué me había tocado de esa manera? ¿Y por qué lo dejé? yo podría haber dicho que no. Podría haberme
alejado. Pero no quería. Quería que limpiara mis manos, que me dijera cosas amables, que me hiciera reír. Me di cuenta de que el Sr. García era uno de los únicos hombres buenos en mi vida en este momento. ¿Tenía sentido eso? ¿Y estaba
él tomando ventaja de ello?

PARADISE SUMMERLAND (historia adaptada almaia)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora