Capítulo 45 - Ana

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Capítulo 45 - Ana

Al día siguiente no hablamos, al siguiente tampoco, y así fue pasando la semana. A veces conversando sobre temas triviales a veces dejando que las aguas se calmen. Diego está intentando controlar sus fantasmas, incluso hay momentos donde lo logra.

Sé muy bien que él necesita alguna ayuda adicional que ni yo ni nadie de su familia podemos brindarle, pero está totalmente negado a esa idea.

Por un segundo se me cruza por la cabeza lo que me dijo Julia cuando esperábamos que lo liberen: "Tiene mucha culpa encima, la arrastra de toda la vida, y descubrió que la sumisión y el masoquismo lo ayudan a sentirse mejor". Trato de olvidar esas palabras y seguir con mi día evitando yo también a mis propios fantasmas.

Las pesadillas habían aumentado, sentir que podía perder a Damián me abrumaba. Pero me abrumaba más sentir que iba a perder algo que en realidad nunca había sido mío, sino una ilusión o peor aún: un juego.

Se acerca el día de la madre, nunca fue un festejo muy emotivo. Dudo que este año cambie en algo. Igualmente le escribo a mi mamá para saber si tiene ganas de hacer algo.

Al llegar a casa tarde, después de un día de clases en el estudio de danza me encuentro con un Diego ensimismado en la computadora, lo saludo con un tímido "Hola" que casi fue un susurro pero que en el silencio de la noche retumbó entre las cuatro paredes de la oficina. Si, oficina, porque aquel espacio que antes compartíamos se lo había cedido a él, yo prefería ir al parque o a la escuela y desconectarme en otro lugar que no fuera mi casa, cargada de tensión y recuerdos.

Apenas levantó la vista y noto sus ojos un poco rojos. Había estado tomando.

− Llegas tarde.

Y no sé qué se me pasó por la cabeza. Si fue el agotamiento, la sensación eterna de querer salir corriendo, que ya no soportaba hacer de cuenta que no pasaba nada o tener que cuidar todo lo que decía para no herirlo y solté la peor y más cruel frase que podía decirle.

− Y vos te pareces cada vez más a tu papá.

Me arrepentí al segundo de terminar de decirlo, ¿Cómo podía ser tan hija de puta? Cuando estaba a punto de pedirle perdón creyendo que mis palabras lo habían dañado me lanzó eso que tenía atragantado desde el día que lo fui a buscar a la comisaria.

−Vos dejaste que todo esto pasara. Me pasara. Si hubieses atendido el puto teléfono estaríamos contando una historia muy distinta.

Cada palabra me pega justo en el centro del pecho. Yo ya lo sabía, no me estaba diciendo nada nuevo, pero escucharlo de su boca me dolía aún más. Lo miré con culpa, le di la espalda y me encerré en mi habitación. A los pocos segundos escuché un portazo y supe que se había ido. Y sentí alivio. Las lágrimas no tardaron en brotar y liberé toda esa angustia que tenía bajo mil llaves.

Diego sabía que no haber atendido el teléfono era algo que me torturaba cada día. Podría haberlo detenido y no lo hice. Tiene razón, la historia seria otra, pero esa otra versión, ese universo paralelo que nunca fue, ¿Nos tendría a nosotros como pareja? Cada vez estoy más convencida que no.

El teléfono empieza a vibrar.


Se hace un silencio hasta que un "hola" llega del otro lado y bastan solo esas cuatro letras para que mi corazón de un vuelco. Es él, es su voz.

− Ana, ¿Estás bien?

Por supuesto, Damián tiene el puto don de aparecer en el momento justo, de saber apenas con una respiración, que yo había estado llorando. Y eso era lo más odiaba y amaba de él. Lo amaba porque se volvía único y lo odiaba exactamente por lo mismo. ¿Dijiste que lo amabas?

Quiero verte bailarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora