Capítulo 46 - Damián
Cuando vi el auto de Julia supe que algo grave había pasado. Ver como Ana se iba a buscar a Diego fue durísimo. La distancia con la que me miro al irse me destrozo. Pero lo entendía, Diego era más que su pareja, era su familia. Y tuve una sensación enorme de soledad, me sentí huérfano. Apreciaba sobremanera ir a mi ritmo y hacer las cosas por mi cuenta, algo que siempre había funcionado a la perfección con Julia, pero con Ana era distinto. Me había enseñado a sanar y a querer a un nivel que no conocía.
Los días siguientes me propuse seguir mi rutina, pero fue en vano. Dormía en el sillón, porque volver a tocar la cama donde habíamos estado juntos me parecía imposible. Se acumulaba el trabajo. Los trastos en la cocina. La primera semana fue demoledora. Los llamados no habían cesado y aunque quise rastrear la línea telefónica, nadie tenía ni puta idea. No había respuesta.
Julia empezó a venir casi todos los días, y aunque no tenía ni una pisca de instinto materno me cuidó y fue un pilar importante para empezar a levantarme.
Gracias a ella sabía cómo iba todo con el caso de Diego y aunque me pesaba saberlos bajo el mismo techo también me daba alivio.
Aunque Ana estuviese lejos de ser responsable de algo, sé a la perfección como debía sentirse. A kilómetros leía la culpa en sus ojos el día que nos despedimos. Y podía intuir que le daba tranquilidad que el caso vaya bien y que Diego estuviese de nuevo en casa.
Poco a poco puse en orden mi rutina, me puse al día con el trabajo y volví a dormir en la cama. Estaba lejos de olvidarme de esa sensación de plenitud que me daba Ana, pero dadas las circunstancias no podía hacer nada.
***
Salir a correr me mantenía despierto, a flote. Mi día comenzaba así, como siempre en realidad, pero ahora tenía una cuota extra. Me daba estabilidad, me ayudaba a pensar o a no hacerlo.
De haberlo sabido, esa mañana me hubiese quedado en casa.
Al volver sobre las 8, sentí un golpe secó en la espalda y caí al piso. Ojalá ese hubiese sido el único. Había bastado para mí, pero no fue así. Un sinfín de golpes continuaron. Puños en mi cara o en abdomen, patadas que me dejaron en posición fetal. Habrán sido diez segundos, pero se sintieron horas.
−Este mensaje te lo manda David. Quiere que sepas que tiene amigos en Argentina.
Entre dos me levantaron para que pueda verle la cara a quien me hablaba.
− Nunca van a estar a mano, pero así equilibramos un poquito la balanza, ¿Sabes?
Me dio un último golpe, duro y seco. Pude sentir el chorro de sangre bordeando mi cara. Cuando se cansaron de mirarme se subieron a un auto que apenas pude ver y se fueron. Me costó levantarme, sentía el gusto acido de la sangre en mi boca. Una señora me vio a lo lejos, pero apresuró su paso. No la juzgo. Llegué como pude hasta mi casa, tambaleándome hasta caer al piso.
Por un segundo creí que estaba soñando, porque Ana estaba delante mío, gritando mi nombre. En cuanto vi que tomaba el celular reaccioné. No se trataba de un sueño y le rogué que cortara.
Verla me había dado una bocanada de aire, esa brisa que tanto deseamos un día de verano. Me ayudó a entrar y a llamar a Julio. Sólo él sabía toda mi verdad, la razón de mi regreso a Buenos Aires, la razón de mis pesadillas. Julio conocía la historia completa.
Ana intento curar mi ceja de la que aparentemente salía mucha sangre. Prácticamente ya no me dolía, estaba como adormecido. No sé si era por todos los golpes que había recibido o por tenerla cerca, pero ya no sentía dolor. No podía dejar de mirar su piel: tan blanca que contrastaba con el rojo de mi sangre. Casi no intercambiamos palabras, ella quería saber, estaba preocupada. Pero mi egoísmo me impedía contarle la verdad porque estaba seguro que eso significaba que me odiase y no podía soportar esa idea.
Cuando Ana fue a abrirle a Julio, supe que no iba a volver. Me detestaba en este momento por no contarle, porque sentía el miedo en su cara. Porque ella se había abierto conmigo como con nadie y yo había construido una pared enorme entre nosotros.
Julio no tardó en matarme a preguntas.
Con él es más fácil, siempre fue como un padre para mí. Aún más cuando me quedé solo.
Después del cuestionario, me hizo toda la curación en silencio, estando en su fase médica y manteniendo la distancia que supongo que necesita para actuar de forma fría. Hizo unos llamados porque quiere hacerme una radiografía o eso entendí, ya que cuando de medicina se trata no me cuenta ni consulta, me lo impone directamente.
−En dos horas nos esperan en el Zubizarreta para hacerte un par de placas.
Me limité a asentir con la cabeza porque sabía que después de eso se vendría una catarata de preguntas, pero ya no relacionadas a mi estado físico.
− Damián, esto no puede seguir así. ¿Qué vas a hacer?
− Ya está, se terminó.
− ¿Estás seguro?
− Si. -me dolía hasta hablar- Fueron claros. Los mandó David el hermano de Emma. – Julio seguía mirándome preocupado- Fue un ajuste cuentas. De algún modo estamos a mano.
Aunque yo sé muy bien que nunca vamos a estar a mano.
− Esa chica te quiere...
Se refería a Ana. Y entonces lo dije en voz alta, porque ya me lo había dicho muchas veces a mí mismo.
− Me enamore Julio. – Las palabras sonaron claras y tuve la sensación de que retumbaron en toda la casa - No creo que sea correspondido, pero no puedo evitarlo y eso me duele más que todos los golpes que me dieron.
− Te equivocas. No sé qué pasó entre ustedes, y no quiero meterme en tus asuntos de cama, pero esa chica te quiere. Y te quiere bien.
Si bien la charla continuó, yo solo me quede con ese "te quiere bien". Pensando una y otra vez como sería querer mal. Pensando en que ella era tan pura y yo la había corrompido, su vida había cambiado por completo y yo era el responsable. Porque no supe frenar. Y entonces una pregunta me hizo temblar... ¿Y si yo la quiero mal?
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Quiero verte bailar
عاطفيةAna se encuentra sola durante la cuarentena a pesar de vivir con el amor de su vida, quien parece estar luchando con sus fantasmas internos y no se da cuenta que la ha estado dejando de lado en todas sus decisiones. Pero todo cambia cuando reciben u...