ANHELO

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¡Oh carne, carne mía, mujer que amé y perdí!, a ti en esta hora húmeda evoco y hago canto... Ese fue mi destino y en él viajo mi anhelo, y en él cayó mi anhelo, ¡todo en ti fue naufragio!

Pablo Neruda

POV Armando Mendoza

Había llegado a mi apartamento apenas hace unos minutos, con la botella de whisky casi vacía. Galán, mi perro, salió a recibirme, ajeno a toda la tragedia que me acechaba.

Desde pequeño amaba los animales. Salía al jardín de la casa por el simple gusto de ver los insectos y aves en cuanta planta o arbusto posaban. Camila solía burlarse diciendo que si tuviera oportunidad de acariciar un cocodrilo, lo haría. A lo sumo mis padres aceptaron tener perros de raza pequeña en casa. Eso y bueno, los caballos que constantemente montaba en el club, cuya presencia orgullosa me fascinaba, de ahí que me empeñara en equitación como deporte, por el contacto con el animal.

Pero Galán había llegado a mi vida un año después que empecé a vivir solo, siendo el primer perro de raza grande que tenía solo para mí.

–Mi único acompañante, mi verdadero amigo –le dije mientras acariciaba su suave pelaje y él respondía agitando su cola y acercando su cabeza más al tacto de mi mano.

Después de servirle su alimento y un poco agua en los trastes dispuestos para él en la cocina del departamento, me dispuse a beber una vez más, sentado en el sillón de cuero negro de mi sala de estar vacía. Había retirado la corbata de mi cuello, quitado el saco y desabotonado mi camisa, con la vana esperanza de liberar la presión de mi pecho y dejé los zapatos botados en alguna parte del piso.

No sé en qué momento me recosté en el sillón, preso de los recuerdos, hasta que uno perfecto llegó...

–...Yo ya no le puedo pedir que me quiera, porque apenas es más que evidente que usted ya no siente lo mismo por mí...–le pedí.

–...Usted no sabe cuánto la necesito yo–le dije, acercándome a ella para abrazarla, posando una mano sobre su cabello, y deslizando lentamente la otra por su espalda. Sentí cómo Beatriz se tensaba ante mi tacto, inhalando y exhalando pausadamente. Esa acción tan minúscula, tan simple como respirar, me turbó, tenerla en mi brazos otra vez me había dado valor –...Yo a usted si la amo –le dije sin poder contenerme.

–...Yo también lo amo, doctor –respondió mi Betty. Llevaba semanas, meses sin escucharle tan dulces palabras, que simplemente algo en mí se llenó. Anhelaba tanto sus palabras, sus besos, sus caricias, su todo, que separé mis brazos de su cuerpo, para llevar mis manos hacia su rostro, posando mi pulgar por debajo de su oreja, sobre su mandíbula bien perfilada, para luego acercarme lentamente a esos labios que se habían vuelto mi paraíso.

No quería forzarla, debía controlarme hasta que Betty respondiera a mi beso como lo había hecho tantas veces antes. Aún con los labios unidos, soltó un suspiro bajo, pasando un poco de saliva, hasta que poco a poco se deshizo el fruncido de sus labios para terminar entreabriéndolos en señal de aceptación. Emanaba un sabor dulce, como la miel –¡Mi Betty! –Le susurré, antes de volver a perderme en sus labios.

Entonces corté la poca distancia que había entre nuestros cuerpos y rodeé con mi brazo derecho su cintura. Sabía que bajo ese vestido verde musgo con figuras floreadas, había un cuerpo menudo, delgado que me había llamado desde la primera vez como la pieza de rompecabezas que creía perdida. Hasta que nuestros cuerpos quedaron perfectamente embonados. La tomé con firmeza, sin llegar a lastimarla, pues ante todo, esa mujer frágil y dulce, merecía ser tocada como si de una escultura se tratara...

Me atreví a sacar la punta de mi lengua, pasándola lentamente sobre sus labios carnosos, sabía que a ella le gustaba, porque unos segundos después, Beatriz gimió tímidamente, mientras colocaba sus brazos en mi cuerpo: uno alrededor de mi cuello, y el otro en mi espalda, moviendo la palma de su mano nerviosamente por encima del saco, delineando mis músculos con caricias tiernas, pero cargadas de deseo, de amor. Fue ahí donde no pude contenerme más. Introduje mi lengua en su boca, encontrándome con la suya, que me acariciaba con deseo, llevando un vaivén suave, delicado como el movimiento de las olas chocando después de la tormenta, deseando fundirse aún más en una cadencia por demás deliciosa. La excitación que me provocó saberla mía, mandó un sinfín de señales nerviosas a todo mi cuerpo, aumentando el calor que me producía tenerla así de cerca y que culminó con la rápida erección de mi miembro, que rozaba contra el abdomen de Beatriz. Ella había descendido sus besos de mis labios hacia mi cuello, posándolos suavemente, para luego deslizar su lengua sobre mí.

Me enamoré por primera vezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora