EXILIO

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"La pasé muy mal, me amenazaron de muerte, me separaron de mi ciudad, de mi mujer, y sólo por algún azar me fui salvando, pero no por hacer concesiones. Yo hubiera preferido no tener que recurrir al exilio, y sin embargo, en cierta forma el exilio me ayudó."

Mario Benedetti

POV Armando Mendoza

...

–Hola, hermanito –musitó la figura que ignoré hace un momentico, acercándose cada vez más hasta que llegó a mi lado, animándome a voltear pues ya no sabía si estaba alucinando. –¡Armando, ¿Qué tienes?! –exclamó Camila que me tomó rápidamente en sus brazos mientras yo no podía hablar, confundido con la presencia de mi hermana en Bogotá.

–¡Camila! –sollocé en sus brazos, apoyándome en ella como siempre hacía cuando reconocí el olor de su champú, cuando sus manos palmearon mi espalda con suavidad, dejando que el llanto saliera una vez, permitiéndome consuelo con la única persona que se apiadaría de mí, sintiendo un beso quedo en mi mejilla, uno que necesitaba pero de alguien más.

Frente a mí tenía a la Mendoza que tanta falta me hacía, acunándome en sus brazos con el cariño que hace tanto no sentía.

Camila había regresado de su exilio.

La última persona que esperaba ver a fuera de mi departamento, la misma que salió de la ciudad años, muchos años atrás había vuelto.

Mi hermana regresó a Bogotá como una brisa fresca, como un rayo de sol en la oscuridad, como mi ángel incondicional que necesitaba en mi infierno en tierra y ahora me permitía un respiro con su presencia, me permitía desahogarme con ella, de sentir que alguien estaba a mi lado.

¿Qué tan mal me percibió a kilómetros de distancia que decidió ignorar su castigo aceptado, su condena que la mantenía alejada de su país natal desde hace años para simplemente regresar y estar conmigo?

Y aún así, mi egoísmo no permitía sino regocijarme por tenerla esa noche fría, por permitir que me desahogara una vez más, por expiar mis pecados que me pesaban como piedras en el bolsillo del saco, las mismas piedras que hundieron a Virginia Woolf en el río, pero que simplemente cayeron una a una para permitirme descansar después de un rato.

Si, me sentía un poco más libre, condenado tal vez, pero mi hermana llegó para recordarme que tenía a alguien en mi vida para ayudarme a sanar mis heridas, para encontrar una salida a todo el embrollo que armé, a la tempestad en la que se convirtió mi vida, pero más allá de ello, más allá me dio un escape a todo esto, de manera indirecta posiblemente, pro me acababa de enseñar con su sonrisa, con sus regaños, con su bondad que seguía siendo la misma, que el exilio no le hizo daño, por el contrario, la liberó de su tragedia, de los prejuicios de mis padres, de su hecatombe personal, y simplemente, parecía que salir del país, poner distancia, alejarse de lo conocido, era apenas un pago merecido para vivir en paz.

No sabía a qué hora era, solo que el día había llegado horas atrás pues la luz de la ventana lo denotaba con su brillo en diagonal, el brillo que rebotó en mi retina pues instintivamente mis ojos se volvieron a cerrar para luego abrirlos, para percatarme del escrutinio al que galán me sometía en mi propia cama pues estaba acostado a mi lado sin apartar su vista, posiblemente velando el lecho en que yacía, mi reposo, mis sueños extraños.


Sueños.

Hace tanto que no soñaba de la forma en que Beatriz me consumía con sus caricias, hace días que estaba tan agotado que mi mente no me permitía encontrarla de esa forma pasional, insaciable, exquisita en que nos encontrábamos.

Me enamoré por primera vezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora