VACÍO PARTE DOS

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"Mi pasión había muerto. Me había arrebatado y arrastrado; hoy me sentía vacío."

Jean Paul Sartre

POV Armando Mendoza

Todos los humanos, sin excepción, en algún momento de nuestras vidas hemos sentido vacío. Simplemente un día se presenta cordialmente, haciendo de tu cuerpo su casa, acrecentándose por momentos, disminuyendo otros tantos y sin embargo, latentes, esperando un detonante para volver a tomar el control con mas fuerza, tragándote por completo, dejándote sin nada.

Estaba muy acostumbrado a ese vacío desde pequeño. Ni siquiera tenía que hondear profundamente en las causas, porque pueden ser diversas, porque puede ser nada.

La última vez que presté atención a ese dolor de pecho que se extendía desde la boca de mi estómago, cortando mi apetito, hasta la garganta, impidiéndome hablar, fue cuando Camila se marchó de Bogotá.

Por lo demás, había adquirido cierto aprecio al vacío, nos habíamos hecho compañeros incluso, y sin embargo, ese vacío, esa soledad y desasosiego era efímero, para nada comparable al que me causa la ausencia de Beatriz. El vacío que sentí durante esos días se había instalado con más fuerza, producto de esa distancia que crecía con las personas que creí como mis pilares fundamentales, preso de los reproches hacia mí, preso de los reproches que hacían hacia ella.

Después de que Mora salió de la oficina, todo el rastro de la tranquilidad que me había dado soñar con mi ángel nuevamente y de hablar con Camila, me había abandonado. Ahí estaba otra vez, el perdedor de Armando Mendoza, sacando la botella de whisky no sé a que hora pero no pasaban del medio día.

Ahí estaba, escuchando la sarta de estupideces de Calderón, que había prendido la televisión para sintonizar el reinado, recriminándome mi optimismo a que Nicolás Mora me colaborara, cuando yo fui quien casi lo mató brutalmente a golpes; a mi optimismo de que Beatriz regresara a mi lado, después de haberla herido tan cruelmente. Que el cretino ese tenía razón, pues si, esta vez si la tenía, pero no podía dejar que la esperanza muriera así como así, así sin hacer nada más.

–...Si por lo menos pudiera hablar con ella...–le dije, sentándome a lado suyo, aferrado al whisky como si de un tesoro se tratara –No sé en qué lugar se escondió, dónde se metió, nada...–solté con zozobra -¡Pero nada hombre, no había pista, rastro, nada que seguir! –solté de nuevo.

Pero claro, ¿Qué atención me iba a poner Calderón si estaba sumamente entretenido viendo el reinado, exasperándome hasta el punto de pedirle que apagara eso.

–Mire... no hay mejor calmante en la vida que un ramillete de reinitas –dijo el cretino, saboreándose de lo lindo.

Simplemente no me interesaba, no estaba para eso. Hasta parecía que Beatriz me había castrado.

–Supongo que en algún momento le pasó la idea por la cabeza... –pensé, con un poquitico de pánico nomás de pensarlo. Y sí, ya lo creo que le pasó por la cabeza.

–Además, le confesé a Marcela que estoy enamorado de Betty –proseguí, contándole a Calderón, que no hizo sino verme con decepción por haber confesado mis sentimientos. Me quedé de nuevo solo, bebiendo, tratando de pensar en otra manera de encontrar a Beatriz, oscilando entre el hueco y mi ex oficina, pero nada. Sin esa mujer yo era un perfecto inútil, añadiéndole así otro defectico a la lista interminable...

–¿Cuándo me hice tan dependiente de ella? –cavilé. Hubieron demasiados momentos en que la desesperación y neurosis se apoderaban de mí, demandando la presencia con urgencia y desespero de la que en ese momento era solo mi asistente y amiga, y sin embargo, para molestia de Marcela, parecía que necesitaba más la presencia de Beatriz, aunque estuviera ahí, encerradita en el hueco que de lo que llegué a necesitar a mi novia.

Me enamoré por primera vezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora