PRÓRROGA

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"De pronto tuve conciencia de que ese momento, de que esa rebanada de cotidianidad, era el grado máximo de bienestar, era la dicha.

En el fondo, yo tenía fe que hubiera prórrogas, en que la cumbre no fuera solo un punto, sino una larga e inacabable meseta..."

Mario Benedetti


POV Armando Mendoza


Era sencillo, la prórroga ya había comenzado.

Me había costado siquiera hilar las palabras que quería decirle a Beatriz y sin embargo, una vez más se habían quedado atoradas en mi garganta, una vez más fui incapaz de explicarle algo más que el mero permiso para colaborar en su infierno, más bien purgatorio pues del primero, sentí que ya había salido con su sola presencia.

No pude explicarle que el negocio que tenía en mente, fue ese mismo que surgió de una noche de copas, una noche de tabernas oscuras y de poca monta, la noche de nuestro primer beso; a lo sumo, solo pude pedirle su cercanía y su apoyo, y bien sabía por el puchero que se posó en su cara que no le hizo gracia, que simplemente lo hizo porque soy accionista de la empresa, pero nada más por eso.

–¡Qué importa! –exclamaron mis demonios, pues ellos habían añorado su cercanía, así que aunque me lastimara sentirla así de lejana, aunque tuviera que acostumbrarme a regañadientes a su semblante frío y desenfadado, lo haría con tal de demostrarle todo lo que la quiero, todo lo que haría con tal de permanecer en su cercanía.

Salí del juzgado sintiendo un peso menos.

En algún momento, pensé que se debía la conciliación que nos otorgó el juez, sin embargo, más bien, fue por la tregua que me dio Beatriz. Esa tregua que necesitaba mi alma, ésa misma alma que sentía perdida cuando ella se fue, pero ya estaba de vuelta claro que sí.


Tenía que llegar a Ecomoda de una buena vez, pues posiblemente el cretino de Calderón ya había llegado a la empresa, pasando por esos pasillos que ni siquiera sentía míos, llegando al área administrativa con la misma urgencia que me poseyó de armar el plan antes del comité que Beatriz convocó; permitiéndome ver a Calderón hablando con Sandra sobre las cajas que había ocupado, explicándole que ahora la oficina la ocuparía yo también.

–Mi querido expresidente, buenos días –me saludó el cretino, cuando me vio salir del ascensor –¿Cómo le fue en la conciliación? –cuestionó Calderón mirándome fijamente, encaminándonos ahora a nuestra oficina.

–Bien, si nos otorgaron la prórroga–respondí concisamente, pues había otras cosas más importantes de qué hablar.

–¡Bien, muy bien! –exclamó Calderón con el mismo entusiasmo de siempre. –¿Y le mencionó algo de nuestro sueldo? Lo recuperó, ¿no es cierto? –sondeó el imbécil ése en tono guasón, desesperándome en el proceso, obligándome a tomar aire antes de proceder, antes de espetarle al cretino ese que se trataba de la deuda moral que teníamos con la empresa, que obviamente no íbamos a tener remuneración alguna más que limpiar nuestra imagen, por pequeño que eso fuera, viéndolo rodar los ojos con molestia, pero cambió el tema sin más, explicándome que ya había avanzado las llamadas con los potenciales clientes, que había leído la estrategia que había trabajado un día atrás.

Ya habíamos llegado a la puerta de su oficina, girando el picaporte mientras el hombre seguía cuestionando estúpidamente una vez más –...Bueno, pues ¡qué amabilidad de la doctora! –exclamó Calderón –...Por lo menos nos dejó esta oficinita para los dos, de pronto no nos odia tanto...–musitó para él, viéndole el lado bueno a las cosas como solía hacer.

Me enamoré por primera vezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora