ALIENTO

1.4K 98 249
                                    


"...Y dirías: la amé, pero no puedo amarla más, ahora que no aspira, el olor de retamas de mi beso. Y me angustiara oyéndote, y hablaras loco y ciego, que mi mano será sobre tu frente cuando rompan mis dedos, y bajará sobre tu cara llena de ansia mi aliento."

Gabriela Mistral


POV Armando Mendoza.


Estaba nervioso, estaba emocionado.

Me dirigí con rapidez al hotel de Alejandra una vez más para recogerla, pues yo me había acicalado, me había puesto un traje oscuro de los pocos que todavía no se me veían como heredado de mi papá, de los pocos que se sostenían en mi cuerpo demacrado.

Alejandra salió del hotel con un vestido que no hizo sino justicia divina a su cuerpo bien formado, que resaltaba cada curvatura, sus relieves que parecían ser precisos, exactos. Me había dejado con la boca abierta, se veía bellísima, me había dejado completamente embelesado.

–Te ves bellísima –le dije cuando subí al auto después de cerrar la puerta, mientras ella me agradecía con una sonrisa atenta y sincera.

No obstante, el instante se consumió entre pensamientos, entre los reproches de mis demonios que insistían en que acelerara porque morían por ver a alguien más, por ver a la dueña de mi vida, por saciarme a través de la mirada de ella, de Beatriz Pinzón Solano.

Era lo que tenía rondando en mi cabeza, eran esos nervios de verla presentar su primer lanzamiento de Ecomoda, era el primero como presidente de la empresa; pero también quería dejar soltar el aliento, ese que se me atoró en el pecho por su indiferencia, ese que estaba seguro iba a sentir cubrir mi pecho en ligar del vacío causado por nuestra separación de semanas, pero que permanecía invisible todavía y sin duda lo quería eliminar a toda costa, sin duda su presencia, su cercanía me ayudaría.

Habíamos llegado rápidamente al lanzamiento, y si, estaba un poquitico acelerado, había tanto en juego ese noche, muchos negocios que cerrar, que parqueé el auto con celeridad para subir al hotel escogido para el evento, musitando respuestas escuetas de tanto y tanto para Alejandra que me veía un tanto sorprendida, pero que había excusado con que quería recibir a los invitados, entrando por fin al lugar que estaba perfectamente adornado.

–Doctor Mendoza –saludó unos conocidos de mi padre, justo cuando llegamos al lugar.

–Buenas noches, ¿cómo está? ¡Mucho gusto! –les saludé con la cortesía de siempre, antes de hacer las presentaciones correspondientes –Alejandra Zingg –les señalé mientras ella tendía la mano y saludaba, mientras yo sentía una mirada que reconocía, mientras mis demonios instaban a que buscara la fuente de donde provenía.


Ahí estaba ella, ahí frente a mí pero en la lejanía estaba Beatriz, dejándome llevar por el deseo de mis demonios que pedían absorberla, dejando que la conexión de nuestras miradas se dieran sin pena ni vergüenza, porque simplemente no lo quería evitar, no podía dejar de admirar a la presidente de mi empresa, a presidente.

No pude evitarlo, simplemente se veía hermosa.

Estaba nervioso con anterioridad, sí que lo estaba, pero ahora, ahora tenía la imagen perfecta de mí ángel frente a mí, de la persona que era la única que me condenaba a punta de alientos que quería darle, que quería quitarle, que quería me compartiera, respondiendo a toda ella, a ese cuerpo que había palpado en la oscuridad, ese mismo que me tenía loquito y descolocado y que ahora estaba enfundando en un pantalón negro ceñido que no hacía sino marcar esas piernas donde quería recibir mi condena; con ese top plateado, con esa camisa cuyo color era la luz que me llamaba cual mosquito en la oscuridad, que no importaba me electrocutara, que dejaba sus brazos al descubierto, esos brazos que tanto me habían abrazado, deseado, llenado de ternura, de caricias bellas y que además bien que se acomodaba a su piel, a sus pechos, a su abdomen, sencillamente a toda ella; pero su rostro ¡Dios mío, su rostro! Esa inocencia que mantenían sus mejillas tenuemente rosadas, como si una rosa le hubiese dejado su tenue marca; esos labios carnosos, perfectamente delineados en un tono rojizo, un tono sanguinario que pedía a gritos que los mordiera, que los saboreara; esos ojos almendrados, chispeantes, intensos que quería me vieran de por vida y que solo fueron resaltados por una leve sombra que no hacía sino enmarcar la puerta de esa alma tan pura, tan caritativa; ese cabello, esa cortina oscura que bien en tan solo segundos, segunditos había imaginado peinándola con mis manos, tal vez cubriendo sus senos desnudos mientras danzábamos juntos...

Me enamoré por primera vezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora