CULPA

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"Lloraba yo en el fondo de mi alma la culpa que había cometido; más al intentar pedirle a Dios misericordia, no encontraba palabras para expresar dignamente mi arrepentimiento..."

Gustavo Adolfo Bécquer


POV Armando Mendoza

Había llegado a mi destino. Traté de manejar lo más rápido que mi cuerpo y mi mente me permitieron, estacionándome en mi lugar, bajando lentamente para encaminarme hacia el ascensor y subir a mi departamento. Había apagado el celular, concediéndome ese silencio sepulcral que había deseado durante días, ante el ruido que me consumía tanto de mis demonios internos, como los externos que se presentaban inclementes ante mí para torturarme. Mis demonios habían callado durante el trayecto, conscientes tal vez de que necesitaba una tregua esta noche, conscientes de que aunque fuera por unas horas ellos no necesitaban atormentarme.

Galán me recibió como si nada, como si no me hubiese ausentado durante días, buscando mi afecto, mi tacto mientras trataba de agacharme para abrazarlo a modo de disculpa, pues había descuidado también a mi leal amigo y sin embargo, él respondía con el amor incondicional que no se puede obtener de un humano. La señora que me ayudaba en casa se encargó de él, acostumbrada a hacerlo cuando no iba a mi departamento por días.

Me encaminé lentamente a mi habitación, seguido de cerca por Galán, que había decidido acompañarme en el silencio y sin embargo, por más silencio que tenía, por más que me obligaba a no pensar en nada, se presentó otro sentimiento, otro sentimiento que había llegado a visitarme: la culpa.

Ese sentimiento que si lo ponemos en una balanza, por un lado podría parecer inútil, solo la postergación de la miseria humana, un chantaje social más que resultaba paralizante; pero por otro lado, no era más sino el recordatorio de tus propios errores, de tu pasado, una guía moral para evitar que repitieras tus atrocidades, como un eterno calvario que prevendría caer nuevamente en decisiones equivocadas, en acciones repugnantes.

Conmigo funcionaba en ambos lados de la balanza, oscilando su movimiento entre tanto y tanto, pero a final de cuentas era culpa.

La culpa que me acompañaba esa noche mientras me deshacía de ese traje negro que había portado durante el día como si hubiese asistido a un funeral. Bueno, que siendo sincero, fue el funeral de la esperanza que guardaba para Beatriz. Me acosté tratando de no pensar en ella y sin embargo, era imposible ahí estaba ella.

Y sin embargo, la culpa seguía mis pasos, oscilando su balanza sin clemencia pero esta vez dirigiéndola hacia Marcela. Mis demonios habían callado cuando pedí respeto por las decisiones que debía tomar, y aún así, estaba seguro de que hubiesen aplaudido y vitoreado la moción de dejar a Marcela en paz, pues me había tomado menos tiempo del que pensé aceptar mi decisión de no regresar con ella.

Decisión empañada solamente por la culpa de dañarla nuevamente, de no poder corresponder ni siquiera a la mitad de amor que ella me profesaba, remordiéndome la conciencia ante la perspectiva egoísta de no ofrecerle más que pedazos para no estar solo. Y sin embargo, del otro lado de la balanza, estaba la culpa de regresar con ella como retribución, si acaso se le podía llamar así a su amor incondicional, a la posibilidad de recuperar el apoyo tanto de mi madre que abogaba a su favor, como de Calderón, que me prefería mil veces con Marcelita que enamorado.

Ella dejó la opción sobre la cama, la opción en forma de maleta con cada uno de mis neceseres, con mi ropa y todito lo que invocara a mi recuerdo, pero como el cobarde que puedo llegar a ser no pude tomarla en la mañana. Confundiéndome nuevamente. Era como si ella estuviera segura de que había algo más que rescatar, algo que valiera la pena luchar y sin embargo, ni siquiera me había disculpado con ella por mis atrocidades, por más culpa que sentía hacia ella, en su momento no la sentí, no con el fervor que me causaba Beatriz.

Me enamoré por primera vezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora