LOCURA

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"Es muy posible que lo que le voy a decir le parezca una locura. Pero no quiero andar con rodeos: creo que estoy enamorado de usted."

Mario Benedetti


POV Armando Mendoza

...

Salí de la oficina esa noche, salí con pensamientos confusos rondando, pidiéndole tregua a mis demonios para que me dejaran descansar, pues estaba agotado, pero la tregua llegó en manos de Beatriz, que caminaba presurosamente hacia al ascensor en compañía del muelón ese.

Ya había provocado al fantasma de Betty, ya había convocado su presencia, aunque fuera de esa forma etérea, sin embargo, algo más en el tintero quedaba pendiente, alguien más para ser sincero: Nicolás Mora. El muelón ese no se le había despegado en días, el muelón seguía en su vida, mientras yo me consumía en su ausencia.

Ahí salió Beatriz junto con el imbécil ese, tomando el ascensor para acabar con el día, dejándome solito esa noche, una vez más, dejándome consumiendo en la envidia de que lo prefiriera a él, en ese enojo que me causaba verlos así de cerquitica, esos celos ¡Celos, dios mío! Que ni conocía y que empecé a descubrir en mí por Beatriz, por la amenaza que me provocaba sentirla así de lejana, de perderla por alguien más, sintiendo cómo se me aceleraba el pulso, cómo me generaba una ganas inusitadas de perseguirla, de asegurarme que se iba para su casita.

Mis demonios había hecho lo propio, los malditos revoloteaban completamente fúricos por verla irse con él, seduciéndome más la idea de perseguirla, bajando con rapidez hacia mi auto, cogiéndolo con la misma presteza pues Beatriz ya había arrancado, así que sin más la seguí.

Ahora hasta cazaba fantasmas, pero por ella claro que lo haría.

Ahí estaba siguiéndola, reconociendo ese camino que llevaba a su casa como tantas veces la había perseguido, como tantas veces la había llevado, manejando mientras mi mente se inundaba en recuerdos, llegando a mí ésa escena de celos que le monté afuera de su casa, una de muchas que me volvían el neurótico celoso y loco de desespero por sentir que la perdía, que prefería estar con él que conmigo.


Los había seguido al Le Noir, los había visto de lejitos abrazarse, tomarse de las manos y hablarse cerquitica, a centímetros de sus labios, para luego seguirlos por la ciudad para evitar que acabara en algo más, para cerciorarme que no me estaba engañando, para luego seguirlos por las calles hasta que llegaron a su casa, para verla despedirse muy cariñosamente de él, para verla feliz y extasiada en los brazos del imbécil ese.

–¡Beatriz Pinzón! –le había gritado enojado, herido por ver cómo se abrazaba a él como hacía conmigo, molesto por sus desplantes, dolido por su desprecio, reaccionando sin siquiera pensar.

–¡Don Armando!, ¿Qué hace aquí? –cuestionó sorprendida, como si no me esperara, abriendo sus ojos almendrados, posando en su rostro la cara contrariada.

–Vine a comprobar ¡con mis propios ojos! ¡Lo que estaba sospechando desde hace tiempo, Beatriz! –le recriminé bajando del auto, acercándome más a ella, queriendo reclamarle su desprecio, su descaro, mientras me cuestionaba inocentemente sobre lo que vi, como si quisiera salirse por la tangente –¡Todo! ¡Lo vi todo, maldita sea! Los vi en Le Noir, tomando vino, felices, tomados de la mano, ¡Se estaban acariciando, maldita sea! ¡Se estaban a abrazando! –le reclamé a borbotones, como si toda la ira se hubiera acumulado y decidiera presentarse, como si quisiera repuesta al desasosiego al que me sometía –¿¡Por qué me hace esto a mí!? ¿Por qué a mí? –solté indignado, sin poder callar la neura que me brotó.

Me enamoré por primera vezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora