JUNTOS PARTE FINAL

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"Y cada vez después de la pasión satisfecha y del amor renovado nos dormimos muy juntos sin importarnos dónde empieza uno ni termina el otro, ni de quién son estas manos o estos pies, en tan perfecta complicidad que nos encontramos en los sueños y al otro día no sabemos quién soñó a quién, y cuando uno se mueve entre las sábanas el otro se acomoda en los ángulos y curvas, y cuando uno suspira el otro suspira y cuando despierta el otro despierta también".

Isabel Allende


POV Armando Mendoza

Si no era el paraíso, seguro que esto era lo más cercano.

Había muerto y entrado al cielo con el simple contacto de sus labios, con esa respiración que comenzaba a fallar, que delataba su deseo, el mismo deseo que me cubría, que se incrementó cuando emitió un gemido quedo.

Betty me respondía con devoción, con ternura, con amor, me respondía con sus labios entreabiertos como una deliciosa y erótica invitación a entrar, me respondía con su lengua que se movía tímidamente, luego de manera coqueta, me respondía con esa dulce sonrisa, con esas manos que seguramente le cosquillearon pues me comenzó a delinear desde el ombligo hasta el pecho, desde la nuca y luego toda la curva de mi espalda que terminó de estremecerme completamente.

Estábamos juntos, literalmente juntos que yo me sentía en el cielo, que de pronto me volví un torpe e inexperto pues no sabía por dónde comenzar cuando era ella quien cambió el papel y me estaba seduciendo.

Y es que Betty sabía jugar sucio, con mi paciencia, con mi deseo, sabía cómo hechizarme en alma y cuerpo.

Y yo ahí estaba, un pobre hombre que cayó sin poner resistencia, quien sucumbía en su boca, quien marcaba el ritmo lento y castigador que ella seguía, quien sentía consumirme en una hoguera.

Estaba perdido sí, pero a veces es necesario perderse para reencontrarse y Betty era mi mapa, mi brújula, mi camino.

La había reencontrado, me había encontrado y aun así, no pude evitar aferrarme a ella, a mi única salvación y redención, a mi paso al paraíso, a la única mujer que me estremecía con sus besos, a la que quería tener cerquitica pues me sujeté a su cintura estrecha, pues la había pegado más a mi cuerpo que quería sentirla, pues mi mano se ciñó en su cuello en esos puntos perfectos y dignos de unir con mis dedos, con mi lengua.

La tenía pegadita a mí, tan unida a mí que sentía latir su corazón sobre mi pecho, sentía sus senos redonditos, sentía el temblor de su cuerpo y que bien me transmitía, que seguramente también ella sentía toda manifestación anatómica mía que no pude remediar, pero por primera vez desde hace días no se separó, no huyó cobardemente, no me dejó así nomás.

–¡Dios mío, cuanto te extrañé! –susurré cuando me separé un poquitico de sus labios, lo suficiente para aprovechar y delinear parte de su silueta hasta que desabotoné su saco con mis dedos que trabajaron con presteza pues la necesitaba más cerca, mucho más que lo que la sentía con esas malditas prendas que tanto llegaban a estorbar.

Tuve que volver a su boca cuando se rompió el hechizo, cuando Betty se removió en mis brazos al darse cuenta de que yo quería mucho más de lo que me estaba dando, que quería la sobredosis en su totalidad.

–A-armando...–musitó pero yo no estaba para treguas.

Simplemente continue besándola, demandando sus labios por un buen rato, tentando, jugando con esos roces que se sentían como magia pura, que poco a poquitico la distrajeron hasta que fue cediendo y yo ganaba terreno, mientras me colaba inclemente a mi paraíso húmedo y candente, mientras me punteaba con esa lengua que quería morder y sangrar, que quería para mí nada más, mientras astutamente colaba mi mano debajo de su saco, aferrándome a su camisa, a otro obstáculo, cuando lo que quería es mandar todo al carajo y desvestirla todita, dejarla como la Afrodita de Botticelli para amarla sin reservas.

Me enamoré por primera vezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora