DESEO (PARAÍSO PARTE I)

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"Es usted demasiado generosa para jugar conmigo. Si sus sentimientos siguen siendo los que eran en el mes de abril pasado, dígamelo de una vez. Mi amor y mis deseos no han variado; pero una palabra suya me hará callar para siempre en este sentido."

Jane Austen


POV Armando Mendoza


Estaba nervioso.

Betty me estaba besando con tanta paciencia, con tal devoción que yo me estaba incinerando lentamente y eso que seguíamos afuera.

Pero es que estaba respondiendo sublimemente a las demandas de mi boca, de mis manos, me estaba dando las pautas necesarias para tentarla, para comportarme como el hombre que la ama, para demostrarle el deseo que tenía de tenerla en mis brazos como hace meses no estábamos.

–Betty –susurré, despegándome lo suficiente de sus labios, rompiendo el encantamiento que nos envolvió, consciente que por más que quisiera poseerla en cualquier lugar, no estábamos en el espacio indicado. –Mi amor, mi amor –susurré de nuevo, robándole un beso más a mi novia, uno que la hizo suspirar hasta que abrió sus ojos soñadores.

–¿Va-vamos? –pedí como un niño pide un dulce, pedí mientras me despegaba de ella, sintiendo todo en mí, todo mi cuerpo protestar cuando se estaba tan bien estando tan cerca.

–Vamos, mi amor –musitó mi Betty, asintiendo con suavidad, tendiéndome su mano que tomé en la mía, entrelazando esos dedos finos y delicados.

Era un preámbulo, un aliciente que me instó a seguir.

Simplemente la guie hasta la cajuela, abriéndola rápidamente y sacando una maletica con las cosas que había preparado temprano ese mismo día.

No solo se trataba de la visita de la familia de Camila lo que me hizo salir del departamento para darles su espacio, no señor.

También yo lo necesitaba, necesitaba poder estar en todo su esplendor con mi novia, con mi mujer, con el amor de mi vida que me miró con la acusación implícita, que sonrió tímidamente y comenzó a negar.

–No me mire así, mi amor, que me cohíbo –solté divertido al tiempo que me colocaba la maletica sobre el hombro para ahora sí echar la alarma al auto y encaminarnos a la entrada del hotel, aunque esta vez a plena luz del día, no en la oscuridad a la que la sometí por meses; ni con la pena que sentí de que me vieran entrar con ella; ni con el temor de que nos descubriera mi ex prometida; ni mucho menos con el remordimiento y culpa que sentí cuando pensé que la iba a lastimar aún más de lo que hacía, de que iba a atentar contra mi ángel personal.

Me limité a pasar saliva, a dejar a un lado todos esos pensamientos intrusivos cuando Betty estaba a mi lado, caminando sin ningún tipo de duda hasta que el guardia abrió la puerta de recepción para que entráramos.

–¿A dónde, mi amor? –susurré, halándola de mi mano al momentico que se soltó.

–Será mejor que...–empezó a decir, queriéndose soltar una vez más, instándome a soltar su mano, solo para posarla en su cintura, atrayéndola conmigo hasta que la recepcionista nos recibió con una sonrisa.

–Nada, Beatriz, se me queda aquí –solté, sin darle tiempo de replicar. –...Buenas, vea, necesito una suite por unos cuantos días –pedí dirigiéndome a la joven que asintió y luego procedió a teclear la información mientras yo miraba al amor de mi vida que estaba observando el lugar.

Es increíble la cantidad de detalles que se pueden obviar.

Yo no recordaba la amplitud de la recepción, los colores claros y elegantes que destacaron con la luz natural; tampoco recordaba los muebles en telas brillantes o la majestuosidad de ese hotel de talla internacional. No, no lo recordaba porque era muy diferente a la ocasión que entramos como dos prófugos, en la clandestinidad, con las miradas curiosas y burlonas que nos envolvieron.

Me enamoré por primera vezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora