HUBIERA

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"¡Ah! Si te hubiera gustado menos y me hubieras amado más, en aquellos días de verano de alegría y lluvia, no habría sido heredero de la tristeza ni un lacayo en la casa del dolor. Aún así, a pesar de que el arrepentimiento, cara blanca del sirviente de la juventud, me pise los talones con su comitiva, me alegra haberte amado: ¡Piensa en todos los soles que se convirtieron en una verónica azul!" 

Oscar Wilde


POV Armando Mendoza

Y ahí estábamos de nuevo en esa oficina.

En la extensión de mis penas y glorias, de mi desespero y agonía, de todo lo que significó la presidencia de una empresa, de cada cambio que presencié y del que fui víctima en brazos de una mujer.

No sabía qué pensar, no cuando la tuve frente a mí asintiendo con suavidad después de las lágrimas vertidas, ni después de desdeñar mi alma y confesar mis delitos, después que interrumpieran ese acercamiento divino, ese abrazo que moría por profundizar, por sellar con un roce de sus labios.

Y sin embargo, estaba en calma.

Mis demonios lo estaban por igual, había sido tan duro lastimarla, abrir las heridas todavía más y no obstante, los malditos no podían sino vitorear que por fin hablara con la verdad.

–¿Y ahora? –sondeó un de mis demonios pues me quedé de pie frente a Beatriz, ahí, como el idiota enamorado que resulté ser sin poder dejarla de ver.

–Don, don Armando... –empezó a decir Betty bajando su mirada a sus pies, causando sus gafas deslizaran un poquitico, causando que yo me acercara para colocarlas, así, con un gesto suave, imperceptible hasta que la vi parpadear completamente azorada, haciéndome sonreír por esas pequeñas muestras que mi Betty asomaba más y más cada vez, que ya no parecía el fantasma que llegó meses atrás.

–¿Sí? –sondeé quedamente, acercándome una vez más a ella, queriendo perderme en sus brazos, queriendo permitirme ese contacto que me hacía palpitar, pero Beatriz tragó en seco, alejándose un poquitico para mi desvarío.

–Bueno, es-es que tengo mucho trabajo pendiente...–musitó yendo hacia el escritorio con ese paso desgarbado, con su timidez flotando en toda ella.

–Pero ya casi es hora de que nos vayamos –solté rápidamente, pues no quería se me escapara con esa maña que tenía y que tanto me desesperaba, pero Beatriz a lo sumo alzó sus cejitas, señalando algo que no entendía.

–Si bueno, pe-pero mientras tanto, necesito dejar algunas cosas resueltas, doctor –musitó tomando un bolígrafo entre sus dedos, repiqueteando sobre la madera como siempre hacía, instándome negar al verla tan decidida a dejar las cosas así como así, a esperar que yo saliera de la oficina tranquilito después de lo que había pasado en el hueco, después que nos olvidamos de exilios.

–¡Beatriz! Vea, nosotros no hemos terminado de hablar... –musité con fastidio pero no se inmutó siquiera –Faltan muchas cosas, yo, yo no puedo salir de acá sin decirle todo, todo lo que ha pasado –apelé una vez más esperando comprendiera.

Y es que tenía miedo que no fuera suficiente confesarme, que Beatriz aún no resolviera si quedarse en la empresa o huir con el frantuche ése y necesitaba, moría por hacerla dudar, porque la balanza se inclinara mi favor una vez más.

Ella había dicho que no se retiraría de Ecomoda por ahora, si eso dijo, y sin duda ahora necesitaba que me dijera que no se iba a marchar jamás, temiendo tener que usar la despedida, esa misma que mis demonios negaron horas atrás.

Me enamoré por primera vezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora