CALMA

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"Es inútil aconsejar calma a los humanos cuando experimentan esa inquietud que yo experimentaba. Si necesitan acción y no la encuentran, ellos mismos la inventarán."

Charlotte Brontë


POV Armando Mendoza


Era el maldito colmo.

El lanzamiento fue un éxito, claro que sí, no podía ser de otra manera cuando se incluyó una línea tropical que se lanzaría para satisfacer los compradores extranjeros, también acababa de cubrirse el total de los créditos y la empresa regresaría a manos de las familias una vez más.

Si, era todo una maravilla, ahora estaba con el amor de mi vida, habíamos logrado sanear Ecomoda, dejar nuestro pasado, disfrutar nuestro presente en calma, juntos, moviéndonos certeramente hacia el futuro mientras que yo moría de impaciencia por cumplir mis sueños más preciados con Beatriz junto a Beatriz, esta vez sin más mentiras, sin ningún engaño.

Pero hubo una omisión que me hirió, una que no comprendía ni cómo demonios pasó.

"No, nada Armando, solo me besó esa vez que el chileno llegó por "casualidad" y nos viste paseando y te negué que algo estaba pasando..."–soltó algún demonio en mi cabeza o tal vez fui yo.

Pero ahora me sentía como Dolos y Ápate, esos malditos dioses que salieron de la caja de Pandora, que embaucaban a cualquiera, que vinieron a mi mente como comparación directa con el maldito chileno que soltó que había profanado sus labios, los mismos que me besaban con tanta suavidad, que eran míos, de nadie más.

–¡¿Y por qué no me dijiste nada, ah?! –acusé nuevamente, siguiéndola de cerquitica cuando llegamos al departamento.

Sabía que la estaba fastidiando, lo vi en su mirada pero no podía calmarme cuando mi alma estaba implorando, cuando yo necesitaba respuestas, las mismas que se negó a darme en pleno evento donde me obligó a serenarme y esperar, a no hacer otra escenita de celos como a las que me sometía Marcela.

–Mi amor... Ya... ya te expliqué lo que pasó... –musitó Beatriz por enésima vez desde que salimos del hotel mientras yo abría la entrada principal, cediéndole el paso y viéndola dejar su bolso en la mesa del recibidor mientras yo cerraba la puerta detrás de nosotros pues sí me explicó, pero mi corazón no entendía esa estúpida demostración al que el chileno la sometió.

–Dime la verdad, Beatriz, ¿Acaso significó algo para ti? Necesito que me lo digas. –solté nuevamente, retirándome el saco y aventándolo al sillón mientras Beatriz saludaba a Galán que se acercó a saludar antes de regresar a su cama.

–Armando... –musitó nuevamente, volteando a mirarme con tal calma, la misma que normalmente me serenaba, pero esta vez solo logró desesperarme, instándome a acercarme.

–...Mira, es, es cierto que me besó la-la última vez que vino a Bogotá –susurró cuidadosamente mientras yo negaba por el descaro con que lo decía. –Y no, no significó nada, si... si acaso solo significó que no siento ni podría sentir lo que siento por nadie más, que yo solo te amo a ti... –susurró con dulzura, mirándome ahí, toda divina ella, tratando de convencerme cuando pasó su mano sobre mi brazo para acariciarme mientras se acercaba lentamente.

–¡¿Y por qué demonios no me lo dijiste, Beatriz?! –solté enardecido, poseído ante la sola imagen de Santiago probando sus labios, obviando las armas que ella estaba usando para calmarme hasta que soltó un suspiro cansado.

–Armando, yo sé que estuvo mal que no te haya dicho y... y por eso intenté decírtelo al día siguiente, pero, pero no me lo permitiste –musitó Beatriz hasta que recordé su insistencia a explicarme porqué salió con el maldito ese, cuando Camila me obligó a dejar de cuestionarla, a recordarme sutilmente el fastidio que yo padecía al tener que explicarle mis pasos a Marcela, lo ahogado que me llegué a sentir.

Me enamoré por primera vezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora