PROFUNDIDAD

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"Hay ocasiones en que no comprendo cómo puede amar a otro hombre, cómo se atreve a amar a otro hombre, cuando yo la amo con un amor tan perfecto, tan profundo, tan inmenso; cuando no conozco más que a ella, ni veo más que a ella, ni pienso más que en ella."

Johann Wolfgang Von Goethe


POV Armando Mendoza


Había llegado a mi departamento.

Todo el camino me había debatido si pasar de una buena vez por todas por mis cosas al departamento de mi exnovia, si pasar y limpiar ese lugar que tantas noches compartí con Marcela, de dejarla libre de mi presencia, tal vez de tratar de dejar en claro una vez más que mi decisión estaba tomada desde hace mucho tiempo, que no la cambiaría por nada cuando estaba enamorado de alguien más, cuando esa noche me había solo asegurado que mis sentimientos por ella habían crecido, que la admiración que le profesaba era efímera comparada a todo lo que sentí por Beatriz durante la velada.

Pero no, no era el momento, estaba agotado hasta los huesos, estaba por demás confundido a todo lo que había oído, atormentado por mis demonios que buscaban una explicación a los retazos que acumularon de poco a poquitico, llegando a mi departamento por demás solo, llegando para saludar a Galán que me había extrañado como yo lo había hecho, llegando para jugar un rato con la pelotica que tanto perseguía, tratando en vano de que en cada lanzada pudiese desdeñar un pensamiento elucubrado, una respuesta lógica o completa a lo que había atestiguado, pero nada, la única que me podría dar respuesta no lo haría, yo no tenía derecho a cuestionarla, a demandarle una explicación al abandono en que me sumergió hace meses, pues ella prefirió el exilio a causa mía, porque todo lo que pasara en ese tiempo solo era un evento infortunado a todo lo que habíamos vivido.

Ahora la tenía cerquitica, y no obstante, no podía reprocharle nada cuando ahora podía gozar por lo menos de mi adicción, de esos sentimientos recién conocidos ese mismo año por ella, de saciarme de ella como lo había hecho esa noche cuando me dio un destello de que mi Betty seguía con vida, aprisionada, si, pero vivita en ese cuerpo que solo yo conocía, que había palpado tanto en mis sueños como en la realidad misma, con el agregado que simplemente se veía divina, espectacular a lado de cualquier mujer sin siquiera notarlo, remembrando cada mención de Cartagena, cada mención sobre el reinado donde se había refugiado, haciendo amistad con dos mujeres que en el pasado yo había admirado.

Ahí rondando en mi mente estaba la conversación de Claudia Elena, estaba el diálogo de Adriana Arboleda, aventando la pelotica ahora con fuerza, sintiendo cómo mi respiración pedía salir del pecho, que serenara mis celos, que no me dejara llevar por esos pensamientos que me quemaban por dentro, que no guardara al francés en mi memoria, que anhelaba que ni ella lo hiciera, pues a leguas parecía ocupar un lugar a su lado que no le correspondía, que yo quería de vuelta.

Me fui a mi habitación sin ánimos, estaba agotado, en agonía por pensar que Beatriz me había olvidado, que había estado con alguien más durante su ausencia.


No quería saber más, no quería darles cuerda a los malditos demonios que querían respuestas, despojándome del saco, de la corbata, de la camisa, del pantalón y despojando mis zapatos por igual para dormir, para ya no pensar, pero las pregunticas se me repetían como disco rayado, las conversaciones que atestigüé seguían y seguían en mi cabeza, una tras otra sin dejarme descansar.

–Betty, ¿qué hay? ¡qué bueno verla otra vez! ¿Se acuerda? No nos veíamos desde Cartagena –expresó Claudia Elena a Beatriz que asentía a sus palabras, seguramente disfrutando en la playa, a kilómetros de aquí, en un paraíso tropical. –...¡Cómo pasamos de rico esa noche! Con los juegos pirotécnicos, cuando usted estaba con el francés ¿verdad? –soltó mientras Beatriz vi asentir tranquilamente, ante la mención del francés, ¡de un maldito francés! Sintiendo cómo mi pulso se exaltaba, cómo reclamaba ante la sola idea de un hombre en la vida de ella, volteando en mi cama ahora en posición fetal, revoloteando en mi mente ahora a otras palabras, una que denotaban que no era una coincidencia, una salida casual.

Me enamoré por primera vezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora