POSESIÓN

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"Amor mío, no te quiero por vos ni por mí, ni por los dos juntos, no te quiero porque la sangre me llame a quererte, te quiero porque no sos mío, porque estás del otro lado, porque en lo más profundo de la posesión no estás en mí, no te alcanzo, no paso de tu cuerpo, de tu risa... Hay horas en que me atormenta que me ames, me atormenta tu amor que no me sirve de puente, porque un puente no se sostiene de un solo lado..."

Julio Cortázar


POV Beatriz Pinzón Solano

Cuando regresé a Bogotá, había aceptado mi participación en la hecatombe que causé, en la catástrofe de mis propias malas decisiones basadas en el amor, había aceptado la condena de estar rodeada por personas con las que compartiría el purgatorio como si a partir de ellos se expiaran mis pecados y su vez los de ellos, pero lo que no esperaba para nada era que ahora esos mismos condenados se percataran de mi cambio, que me atormentaran una vez más.

Primero fue la molesta e impertinente cena con Daniel Valencia, que había tratado de descomponerme con sus comentarios malintencionados y si lo estaba logrando, pero no podía permitir que me humillaran nuevamente, dejándolo en ese lugar solo sin mirar atrás. Pero después fue Armando Mendoza, otra vez el que fue mi don Armando.

Ahora me perseguía y no solo su recuerdo, sino literalmente él lo hacía y cada vez declarándome sin tapujo ni vergüenza lo que clamaban ser sus sentimientos hacia mí, como si fuera la misma ingenua, como si pudiera confiar en lo que dijera.

Don Armando me estaba esperando afuera de Bon Terra, ahí casualmente, persiguiéndome una vez más. Claro que mi corazón reaccionó: el maldito órgano traicionero no reconocía a un traidor cuando lo tenía en frente y no obstante, se desbocó como nunca antes cuando lo vi ahí afuera, cuando lo vi esperando pacientemente a que saliera.

¿Qué quería de mí? ¿Acaso no habíamos acordado una tregua?

Y sin embargo, estaba ahí frente a mí, pidiendo una explicación, demandando saber el por qué había aceptado una invitación de Daniel Valencia para salir, reprochándome mi osadía.

Ahí estaban las escenas de celos, sus cuestionamientos, su manía de controlar todo cuando derecho no había. Otra vez cortándome el paso, otra vez impidiéndome huir como tantas veces lo había hecho, interponiéndose en mi camino con tanta naturaleza que temí sucumbir en sus brazos como siempre hacía, que temí que no quisiera dejar el juego que montó y que mi cuerpo sentía iba a perder ante él como siempre hacía.

Claro que me había descompuesto; simplemente no esperaba verlo a él ahí.

Dejándome en claro que no quería terminar con ese juego despiadado, que si por él fuera, mentiría y mentiría con tal de convencerme de algo que simplemente había entendido no podía siquiera pasar, que solo era una imposibilidad.

"Yo sé lo que es sufrir por una agresión de verdad que casi me mata" le dije pues seguía viva, pero apenas eran los remanentes de lo que renació, apenas y era lo poco que me dejó.

Hay Dios mío lo tenía tan cerca, tan pegadito a mí que no supe como resistí, no cuando se colaba su fragancia, no cuando lo tenía tomado del brazo para halarlo, cuando los centímetros eran demasiados fáciles de acortar, cuando empezó otra vez con la sarta de mentiras, las mías que me volcaban el corazón, las mismas que me estremecían y sin embargo, no podía creer así nada más, así como lo hice en el pasado, no cuando me destrozaron, me destrocé, me destrozó la vida.

–Porque Beatriz, ese hombre jamás, se enamoraría como yo me enamoré de usted –musitó don Armando, colándose en mis oídos sus suaves palabras que por muy suaves que fueran me lastimaba escucharlas, escuchando incluso que se había enamorado de la Betty que era antes, como si acaso eso fuera posible, no le podía creer, no podía basarme solo en las caricias que me profesaba, en cómo me hacía sentir suya cuando todo era parte de un plan.

Me enamoré por primera vezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora