Capítulo 3

24 6 0
                                    

La semana que viene cumplo dieciséis años y la siguiente empiezo en un instituto nuevo.

No duermo ninguna noche. Hasta que llegué aquí, pasé dos años de una casa a otra, de pelea en pelea y de expulsión en expulsión.

Aquí he continuado con alguna pelea esporádica, especialmente los últimos años, soy de los mayores y el karate disuade a la mayoría de meterse conmigo.

Nadie se acerca a mí, no he tenido ni un amigo en estos seis años. No confío en nadie porque me miran con curiosidad cuando me ven en la ducha o cuando nos vestimos y, aunque pocas veces, me preguntan por lo que me pasó y yo no respondo nunca. No quiero recordarlo.

Solo el Padre José es mi amigo, con él puedo hablar y creo que me entiende, no me pregunta nada, me mira y sé que no necesito contarle nada.

- La semana que viene tienes que marcharte- Me dice el Padre José cuando nos quedamos solos por la noche. Asiento serio.

- Vas a estar bien. He supervisado el piso que han elegido para ti.

- Sí, seguro.

- Sabes que puedes venir siempre que quieras o que lo necesites. Mi puerta siempre estará abierta para ti.

- Gracias.

No sé qué más decirle. Quizá tendría que decirle que no quiero marcharme, que no necesito continuar estudiando, puedo quedarme aquí limpiando o algo, trabajando de alguna manera.

- Toma, quiero que te la lleves- Me entrega la guitarra con la que toco siempre.

- ¿Seguro?

- Sí, es mi regalo de cumpleaños, tan solo prométeme que no dejarás nunca de tocar.

- Lo prometo.

Unos días más tarde, meto la poca ropa que tengo, que no son uniformes, en una mochila y salgo cargado con la guitarra hacia la dirección que tengo apuntada en un papel.

En los últimos años solo he salido del colegio para algunas excursiones, no como otros niños que, a partir de los catorce años, salían a dar una vuelta o al cine. Yo nunca salía con nadie y se burlaban de mí porque nunca he besado a una chica. Ellos volvían siempre presumiendo de las chicas que habían conocido.

Llego a la dirección a la una del mediodía y llamo al timbre. Un chico me abre la puerta cuando digo mi nombre y subo con el ascensor hasta el sexto piso.

La puerta está abierta y la empujo con cuidado.

- ¿Hola?

- ¡Pasa! ¡Estoy en la cocina!

Bueno, pues tengo que adivinar dónde está la cocina. No me cuesta nada encontrarla, solo tengo que seguir el olor de la comida. Me encuentro a un hombre de unos treinta años cerrando una olla exprés.

- Hola. Soy Sergio...

- Sí, te estaba esperando. ¿Te gustan las lentejas?

- Sí, claro.

Realmente me gusta todo lo que sea comestible. Una vez me recuperé de la operación a los ocho años, empecé a comer cualquier cosa.

- ¡Genial! Pues en cuanto lleguen los demás, comeremos. Ven, te diré cuál es tu habitación y dejas tus cosas. ¿Tocas la guitarra?

Iba a responder que no, que me gusta pasearla, pero asiento con la cabeza. Este chico habla sin parar.

- Esta es tu habitación.

Observo que ningún dormitorio tiene puerta.

- Sí, no hay puertas, es por las drogas y esas cosas. Me han dicho que tú estás limpio por el momento y que eres un buen estudiante. Eso es bueno, puedes quedarte aquí hasta los dieciocho, pero si continúas estudiando, siempre se hacen excepciones.

Reescribiendo el destinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora