CAPÍTULO 16

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Vuelvo a tener ocho años y estoy en el hospital. Puedo sentir el olor característico del desinfectante. Los ruidos de los monitores que vigilan que mi corazón sigue latiendo.

Si estoy muerto, ¿por qué he venido precisamente a este momento?, esperaba no sufrir más. Olvidar los recuerdos que tanto daño me hacen cada noche.

Intento abrir los ojos, pero no puedo, solo distingo algo de luz y dolor, mucho dolor en todas partes. Quiero tocarme la cara, quiero abrir los ojos. Mi cabeza pesa demasiado.

Intento llevar una mano a mi cara, pero no lo consigo.

- Sergio, ¿estás despierto? – es la voz de Andrés. Intento responder, pero solo consigo emitir un sonido que no es muy diferente a un gruñido- No te muevas, voy a por un médico.

No podría moverme, aunque quisiera.

Escucho voces cerca y me deslumbran con una linterna o algo así.

- Sergio, ¿puedes oírme? – no reconozco esa voz- si puedes oírme, aprieta la mano derecha.

Con un esfuerzo sobrehumano, aprieto la mano derecha.

- Vale, tranquilo, no te pongas nervioso- dice a la vez que escucho acelerarse el sonido del monitor.

Voy recuperando la conciencia poco a poco. Consigo abrir los ojos lo suficiente para distinguir que estoy en una habitación del hospital y que la voz corresponde a un médico. Junto a él hay un enfermero y también está Andrés.

- Estás en el hospital. No intentes hablar. Ahora vendrán a quitarte la máquina de oxígeno.

La máquina de oxígeno me da igual, lo que quiero que me quiten es el dolor. Es un dolor tan parecido a cuando desperté a los seis años que me hace volver a esos días.

Me quitan la máquina de oxígeno y ya estoy mucho más consciente.

- Duele- consigo decir.

- Eso lo solucionamos ahora mismo con un gotero- dice el médico haciendo un gesto al enfermero- primero tenemos que hacerte algunas pruebas y va a dolerte.

No es que agradezca la advertencia, ya me duele todo.

Entran varias personas más en la habitación y me llevan a sitios que recuerdo. Ya he vivido esto, hace muchos años que estuve aquí.

El médico tenía razón y duele, cada vez que me mueven para hacerme alguna prueba, quiero morirme. ¿Por qué sigo aquí? Patricia no ha podido ser peor, habría agradecido que hubiese terminado la faena y me hubiera matado.

Me llevan de nuevo a la habitación y vuelvo a dormirme.

Paso lo que no sé si son minutos, horas o días en un estado seminconsciente. Creo que el Padre José ha estado aquí, recuerdo haber escuchado su voz o quizá lo he soñado.

Hay una imagen que se ha repetido en mis sueños. Andrea completamente cubierta por la sangre, con su melena rubia flotando en un charco rojo.

- Sergio, despierta- es la voz del médico- hemos retirado la sedación, debería estar consciente- ¿puedes oírme?

- Sí- respondo con claridad, aunque sigo sin reconocer mi voz.

- Abre los ojos, ¿puedes? – intento abrir los ojos y me resulta más fácil que la vez anterior.

- Sí, veo borroso.

- Es normal, verás mejor poco a poco. ¿Sabes lo que te ha pasado?

- Creo que sí.

- Va a entrar la policía para hacerte unas preguntas. ¿Puedes responder? Podemos decir que vuelvan en otro momento.

- Puedo responder- Quiero terminar con todo esto.

- Tu tutor está aquí contigo y yo me quedaré también, si no te sientes bien o necesitas parar, solo tienes que decirlo- miro hacia un lado y veo a Andrés junto a la cama.

Veo entrar a dos policías y me preguntan mi nombre y empiezan a hacer preguntas.

- ¿Sabes lo que ocurrió?

- Más o menos. Iba caminando de vuelta al piso, por la tarde. Pasé por el parque y escuché a Patricia. No hice caso, no quería tener problemas. Lo siguiente que recuerdo fueron golpes y después nada. Desperté aquí.

- ¿Sabes si era un agresor o varios?

- Varios, eran más de uno- me duele la garganta al hablar como si hubiera tragado cuchillas.

- ¿Los conocías? ¿Podrías identificarlos?

- No, no los conocía. Patricia podrá, estaban con ella en el parque.

- ¿Estás seguro?

- Ella les dijo que me dieran una lección y que...- no puedo seguir hablando. Empiezo a toser con un dolor insoportable en todo el cuerpo.

- ¿Estás bien? – pregunta el médico.

- Sí, agua- pido. Andrés me acerca un vaso con una pajita y bebo con cuidado.

Me hacen varias preguntas más y se marchan dejándome solo con el médico y con Andrés.

- ¿Qué tengo?

Pregunto, noto un vendaje en la cabeza, un brazo escayolado y no puedo moverme.

- Te dieron una paliza. Alguien lo vio y llamó a la policía. Te encontraron en mitad del parque inconsciente- empieza a contar Andrés -Tuviste suerte, te trajeron a tiempo, unos minutos más y no lo cuentas.

¿Suerte? Ellos piensan que tuve suerte. Es la segunda vez en mi vida que podría haber muerto y hacer puesto fin a todo y, milagrosamente, sigo vivo. Si hubiesen tardado unos minutos más en traerme, todo habría acabado y ya no habría dolor.

- Hemos tenido que operarte de una fractura de órbita del ojo izquierdo y te hemos tratado de un neumotórax provocado por la fractura de una costilla. Tienes una fractura en el radio del brazo derecho, un traumatismo craneoencefálico y contusiones por todo el cuerpo.

- No puedo moverme- digo un poco asustado.

- Te hemos inmovilizado, pero estarás bien- dice el médico- ahora te dejo que descanses y, si todo va bien, en unos días podrás volver a casa.

- No quiero volver allí con ella- digo a Andrés cuando el médico ha salido.

- ¿Patricia? No está allí. Se la llevó la policía. Algunos vecinos la identificaron.

He pasado una semana más en el hospital antes de que me enviasen a casa.

El Padre José ha venido a verme todos los días. Unas veces hemos hablado y otras simplemente se ha sentado a mi lado en silencio.

El día que vuelvo con Andrés al piso me doy cuenta de la trascendencia de lo que hizo Patricia.

He perdido mi opción para matricularme en la universidad y no podré estudiar al curso que viene.

Estoy solo en el piso con Andrés, todos están de vacaciones y Patricia en el centro de menores.

Me voy recuperando poco a poco, aunque tengo que ir al hospital varias veces por semana para hacer rehabilitación por las lesiones y para que me hagan pruebas para asegurarse de que mi cabeza y mi pulmón siguen bien.

Así paso el verano y llega otra vez septiembre con la incertidumbre de mi futuro que cada vez se oscurece. No quedan plazas para matricularme y he quedado en lista de espera.

Andrés me avisa de que solo podré estar en el piso hasta octubre, cuando cumpla los dieciocho años, si no consigo matricularme en algo.

Reescribiendo el destinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora