CAPÍTULO 25

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Algunas noches me quedo a dormir en la playa, pero nunca los fines de semana. El fin de semana hay demasiada gente que sale por la noche y llegan borrachos.

Una de las noches, a principio del verano, me quedé dormido y llegó un grupo de chicos, niños ricos, que habían bebido demasiado y decidieron divertirse a mi costa. Empezaron con burlas y risas, pero se fueron animando y terminaron dándome una paliza y dejando todas mis cosas, incluida la guitarra tiradas por la arena. Afortunadamente, no se rompió y solo tuve que pasar unas horas limpiándola, sin embargo, tuve hematomas y dolores una semana. Desde ese día, tengo más cuidado y busco sitios más resguardados de la vista de los grupos de borrachos.

Ha llegado septiembre y las noches son más frescas, pero es soportable, incluso agradables después del calor del día.

Voy caminando hacia la playa comiendo un trozo de pizza que he conseguido hoy para cenar al cerrar un restaurante a las doce de la noche.

He tenido suerte durante meses y he conseguido evitar a Patricia y sus secuaces, pero hoy no tengo la misma suerte y me abordan por la calle. No es fácil sorprenderme y los noto llegar, pero son demasiados y no puedo evitarlos.

- Vaya, volvemos a encontrarnos, has estado muy desaparecido- Patricia llega hasta mí y me examina- ¿Has encontrado un sitio en el que vivir? No parece que vivas en la calle- dice oliendo mi ropa. Sigo recordando que la higiene no era su fuerte y tenerla cerca evidencia que la calle no ayuda a que eso mejore. Yo sigo en silencio buscando una salida- Debes de tener dinero, te hemos visto tocando, ¿sabes?

Ahora ya sé qué quieren. Me han visto y me han seguido. Han debido de ver las monedas que he conseguido hoy.

- ¿Qué queréis? Sabes que estoy como vosotros, no tengo nada- los veinte euros de mi bolsillo pesan demasiado para que los olvide.

- ¿Cuánto consigues cantando?

- Menos que tú robando.

En ese momento en el que dudan un poco, salgo corriendo para huir de ellos y lo consigo, probablemente porque piensan que no merece la pena hacer el esfuerzo de seguirme por la miseria que pueden conseguir.

He hablado varias veces con la pareja que vi tocando el día que decidí conseguir dinero como ellos y me han dejado su sitio a la entrada de la parada de metro porque se han marchado a recorrer Europa. Es un buen sitio, en una zona que además de ser transitada es también punto de encuentro, con lo que suele haber personas sin nada mejor que hacer mientras esperan que escucharme.

Estoy más que acostumbrado a actuar con público y me gusta mirar sus caras para interpretar sus reacciones.

Levanto la mirada mientras comienzo una canción y de repente la veo entre la gente, una mirada demasiado familiar para mí, no consigo comenzar a cantar y necesito repetir la introducción un par de veces disimulando.

Sé que es imposible, ella está muerta, pero esos ojos tan azules, esa mirada alegre y viva, sobre todo viva, es como la que recuerdo de Alicia.

Es una chica rubia, como Alicia y calculo que una edad parecida a la mía. Sé que no puede ser ella, es imposible. Yo la vi muerta, me dijeron que estaba muerta.

Mientras canto, la miro varias veces, está con un chico también rubio, enorme, parece un atleta o un marine americano. Es extranjero y la abraza por los hombros.

Si ella fuera Alicia, me gustaría que estuviera con un chico como ese que pudiera protegerla para que nadie le hiciese daño nunca, para que hiciese por ella lo que yo no pude hacer.

La chica me mira con interés y, cuando termino de cantar, se acerca y me deja una moneda.

Asiento como agradecimiento y ella sonríe con timidez.

Reescribiendo el destinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora