CAPÍTULO 22

13 4 0
                                    

Llegué hace tres días y se supone que mi abogado continúa intentando sacarme de aquí y casi he perdido la esperanza.

Me muevo por aquí como un fantasma y no he dejado de sentir miedo desde el momento en el que entré por la puerta.

Intento pasar desapercibido sin conseguirlo. Apenas soy un niño entre todos esos hombres.

Ignoro sus comentarios cuando paso por su lado. Un par de veces he tenido que soltarme con violencia cuando alguno me ha tocado o me ha cogido del brazo.

Mi compañero de celda no es precisamente amable, me trata con desprecio, pero no me importa, no estoy aquí para hacer amigos.

Disfrazo mi miedo con indiferencia, pero no he dormido ninguna de las noches que he pasado aquí, apenas puedo comer algo y solo quiero estar escondido.

Al cabo de una semana descubro la biblioteca y empiezo a pasar ahí más horas que en ningún otro sitio. Me da lo mismo lo que leer, siempre que mantenga mi mente ocupada en un mundo que no es el mío.

Mi abogado no avanza, lo único que me trae son malas noticias. El profesor de Educación Física del instituto me denunció por agredirle cuando tenía dieciséis años y, aunque fe un accidente y me disculpé, en la denuncia sigue poniendo que le agredí.

- Ya pegaste a un profesor en el instituto, eso acentúa la posibilidad de que agredieses al cura.

- Yo no pegué al profesor, fue un accidente- el abogado me mira sin creerme.

- Demasiadas coincidencias, demasiados accidentes, ¿no crees? – me quedo callado- ¿las peleas también son accidentes? Te expulsaron de varias casas de acogida antes de los diez años. Tienes una colección de expulsiones del instituto, todas por pelearte o por conducta violenta.

- Yo no soy violento- Intento convencerme de que no lo soy, pero la realidad en forma de historial me golpea con fuerza. Sí que soy una persona violenta, me he peleado toda la vida.

- Además, están tus antecedentes familiares, tu padre...

- Yo no soy mi padre- interrumpo.

- Quizá no quieras serlo, pero la acusación defiende la teoría de que hay una predisposición genética a la violencia y...- continúa hablando, pero ya no escucho. Este hombre no va a sacarme de aquí, voy a pudrirme aquí durante años.

Voy sobreviviendo un día tras otro, pero mi situación cada vez es peor. Hay un grupo que la ha tomado conmigo y me acosan en todo momento. Intento huir de ellos y mantenerme tan alejado como puedo, pero tampoco es que pueda desaparecer.

Esta mañana me han acorralado en el baño y he sentido miedo de verdad, tanto que me he sentido aliviado cuando se han conformado con darme un par de golpes para asustarme.

Esto es un infierno, nada me impide acabar con todo y desaparecer. Estoy cansado de sentirme solo y de tener miedo, estoy harto del nudo en el estómago que no me deja ni comer ni dormir.

Estoy cansado del dolor de los golpes que, por diversión, me regalan cada día. Tengo el cuerpo lleno de cardenales y hematomas.

Tan solo debo pensar cómo suicidarme, quizá provocando a mis acosadores para que me den una paliza, pero corro el riesgo de sobrevivir de nuevo y simplemente quedarme con más cicatrices de recuerdo. No hay pastillas, eso sería lo más fácil.

Uno de los guardias viene a buscarme y me dice que mi abogado ha venido a verme. Entro en la salita habitual y lo encuentro con una sonrisa poco habitual. Se acerca a mí y me abraza haciéndome sentir incómodo. No se lo devuelvo, mis brazos caen muertos junto a mi cuerpo.

Reescribiendo el destinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora