Capítulo 9

15 4 0
                                    

Han pasado tres meses desde las vacaciones de Navidad, tres meses de besos a escondidas y conversaciones en susurros.

Por primera vez siento que hay algo por lo que merece la pena estar vivo.

Lo que no llevo tan bien es el instituto. Andrea tenía razón con las chicas que preguntaban por mí y fue cuestión de tiempo que se atreviesen a acercarse y preguntar. Intento mostrarme tan distante como siempre y no dar esperanzas a nadie.

A la hora del almuerzo, salgo de clase dispuesto a ir a sentarme solo en un banco del parque. Hoy no ha venido Andrea a clase. Tenía una cita con su asistente social.

- Sabía que te encontraría aquí- me sobresalto con la voz de Andrea. Levanto la mirada y la veo frente a mí- No sé por qué estás empeñado en almorzar solo.

- Nadie me molesta mientras como- me muevo a un lado y dejo sitio para que se siente.

- Tengo que hablar contigo- está muy seria. Demasiado. Pone su mano sobre mi rodilla y me mira fijamente con los ojos rojos. Ha llorado.

- ¿Qué te pasa? ¿ha ocurrido algo? – pongo mi mano sobre la suya. Andrea asiente con la cabeza sin decir nada.

- Mi madre sale la semana que viene- ha empezado a sollozar al hablar.

- Y ¿tienes que ir con ella? – adivino. Asiente.

- No podremos vernos más.

- ¿Por qué? Seguro que podremos quedar, ya no tendremos que escondernos...- niega con la cabeza y me quedo en silencio.

- Ha encontrado un empleo en una fábrica de Valladolid, nos vamos el martes que viene.

- ¿Valladolid? – repito en voz baja- ¿por qué? Quédate, no vayas con ella.

- No tengo alternativa, tengo que irme.

- Y ¿qué pasa con nosotros?

No me responde, está llorando y solo puedo abrazarla. Hunde su cabeza en mi pecho sin dejar de llorar.

El parque se ha vaciado de estudiantes, las clases han comenzado y nosotros no nos hemos movido del banco.

- ¿Vamos a clase? – pregunta Andrea.

- No, hoy no- me levanto del banco y le tiendo la mano.

Los dos vamos caminando hasta el lugar de nuestro primer beso de verdad, el primero en el que no salí corriendo, y nos sentamos bajo el mismo árbol.

- Eres la primera persona que siento que me entiende. Nunca me había sentido vivo de verdad hasta que me besaste la primera vez- confieso conteniendo las lágrimas. No quiero tener que despedirme de ella.

- A mí me ocurre lo mismo. Siempre he disimulado con todo el mundo lo que sentía, pero contigo es distinto. Puedo ser yo misma, no tengo que fingir que no me importa nada. Contigo puedo hablar.

Los dos nos besamos sabiendo que nuestros pequeños momentos de felicidad juntos tienen fecha de caducidad. Todo terminará en cinco días.

Regresamos al instituto y entro al terminar las clases a recoger mi mochila y los libros intentando que no me vea ninguno de los profesores y voy al piso con Andrea.

- ¡Tú! – Andrés me señala nada más entramos- ¿Por qué no has ido a las últimas horas?

No sé cómo ha averiguado tan rápido que no he ido a clase. No pregunta nada a Andrea, ella tenía cita con su asistente social, así que ha dado por supuesto que no iría a ninguna clase.

No tengo una respuesta. No puedo decir que estaba con Andrea. Me quedo callado.

- ¿No piensas decir nada?

- Ya sabes que no he ido a clase, ¿qué quieres que te diga? No voy a mentirte.

- ¿Dónde estabas?

- Por ahí, necesitaba pensar- eso no es del todo mentira, simplemente no pienso decirle que no estaba solo.

- ¿Sólo? – pregunta. Niego con la cabeza- ¿Con quién estabas?

- Con una chica, no la conoces, así que da lo mismo que te diga su nombre – otra mentira a medias. Samir y Julia han desaparecido a sus habitaciones en cuanto han visto que había problemas. Hago un gesto a Andrea para que desaparezca ella también.

- No lo repitas. Estás castigado sin salir hasta el viernes que viene- ese es el castigo de Andrés.

- El domingo tengo que ir a tocar a...- empiezo a decir.

- Sí, vale, puedes ir a misa, no quiero ser responsable de que tu alma vaya al infierno- admite casi burlándose de mí. No quiero aclararle que no voy a misa por una creencia religiosa, sino porque me siento bien allí tocando y cantando y porque me gusta la conversación después con el Padre José mientras almorzamos.

- Gracias- respondo dirigiéndome a mi habitación a dejar mis cosas.

Pasan los días hasta el domingo y no he podido estar a solas con Andrea desde el día que me salté las clases.

- Ven después de misa al internado, tendremos una hora para estar solos- digo a Andrea antes de salir con mi guitarra el domingo.

Advierto al Padre José de lo que ha ocurrido y entiende que no me quede a almorzar con él. Salgo corriendo y me encuentro con Andrea esperando en la calle.

Nos cogemos de la mano y caminamos hasta nuestro árbol, en el que simplemente disfrutamos de estar el uno con el otro.

- ¿Puedes cantarme algo? – pide Andrea mirando la funda de la guitarra.

No respondo, simplemente sacó la guitarra y empiezo a cantar uno de los temas de su grupo favorito. Nos obliga a escucharla en el piso una y otra vez.

Levanto la mirada y la veo llorando. Dejo de tocar y seco sus lágrimas con el dorso de la mano.

- ¿Volveremos a encontrarnos? – pregunta tomando mi mano entre las suyas.

- Espero que sí- respondo. Es un deseo, pero algo me dice que, una vez se vaya, será para siempre. No hay nada para siempre en mi vida.

Llega el martes y tenemos que despedirnos de Andrea antes de irnos a clase. Ella se muestra como siempre, como si nada le importase, aunque yo sé que llora por dentro. Igual que yo.

Mi vida se ha quedado vacía de nuevo. Vuelvo a sentirme completamente solo y ni siquiera las conversaciones con el Padre José pueden ayudarme.

Odio mi vida, odio el destino que me lo arrebata todo. ¿Por qué puso a Andrea en mi vida para alejarla tan pronto?

Yo no puedo ser feliz, no merezco ser feliz, debería haber muerto esa noche con Alicia y con mamá.


Reescribiendo el destinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora