Encuentro (Parte I)

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Después de dos noches, Claire se moría de ganas de poder irse a vivir a su nuevo apartamento

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Después de dos noches, Claire se moría de ganas de poder irse a vivir a su nuevo apartamento. No es que estuviese mal en casa de sus padres, pero la joven creyó que estaban demasiado encima de ella —sobretodo su madre—. Entendió que era por la felicidad de tenerla de vuelta en casa; o quizás por los restos de la preocupación con la que les obligó a vivir durante su último año de instituto, pero se había acostumbrado tanto a vivir sola y a la independencia que eso le permitía tener que ya anhelaba poder contar con su propio hogar. Sin embargo, Claire no podría ir a vivir al nuevo apartamento de Southbank hasta pasados un par de días más, pues según la casera habían estado pintando y acondicionando el lugar para que ella entrase a vivir.

Aquella mañana, y para deshacerse un poco de la extrema atención de sus progenitores, decidió ir a la tienda de muebles y de decoración más conocida de Europa para comenzar a sentir el apartamento como suyo. Se puso el abrigo gris y emprendió su marcha en el coche que le prestaron sus padres.

Las calles de la ciudad estaban llenas de vida, con los típicos autobuses rojos haciendo su recorrido habitual. Casi media hora después, llegó al comercio y pasó allí toda la mañana; entre muebles modernos, miles de objetos de decoración, parejas soñando con su vida conjunta o familias escogiendo el nuevo dormitorio del niño que ya no era tan niño. A Claire le encantaba observar a la gente, imaginando cómo serían sus vidas o a qué podrían dedicarse.

Por suerte —o no— para ella, encontró un montón de cosas que le darían a su nueva casa ese toque que la haría sentir en su hogar. Y lo peor no fue el precio, que para todo lo que compró estaba más que bien, si no la cantidad de cajas y bolsas que ella misma debía llevar hasta el coche.

Claire era una joven que estaba en forma y que, a pesar de ser menuda, tenía más fuerza de la que a priori se pudiese creer. Sin embargo, llevar tantas cajas y bolsas a la vez provocó que un enorme montón de cosas cubriese su cuerpo e incluso superase su cabeza, impidiéndola ver por dónde iba. Temía que todo se pudiese caer o que un coche la atropellase una vez entró en la zona del aparcamiento, pero era tan cabezota que estaba dispuesta a lograrlo sola y sin ayuda.

—¿Por qué narices habré aparcado tan lejos de la entrada? —murmuró para ella una vez se paró en medio del asfaltado, creyendo que su coche ya debería de haber aparecido. No recordaba haber aparcado tan lejos, ni tampoco la letra y el número de la plaza en la que lo había hecho.

Justo en ese momento, un joven puso su atención en ella. Él estaba seguro de haberla reconocido, sin saber exactamente ni cómo. Quizás por su forma de andar o por la manera en la que su ondulado cabello caía sobre sus hombros, pero no tenía dudas. Le estaba causando tanta gracia ver a la joven cubierta por las cajas y tan perdida que decidió esperar a un segundo suspiro de desesperación antes de acercarse para ayudarla.

—¿Claire? —pronunció el chico con gracia al ver cómo la que había sido su vecina durante años refunfuñaba sin cesar.

—Eh... sí —contestó ella confundida—. Me encantaría poder reconocerte, pero la verdad es que voy un poco cargada, no encuentro mi coche y no veo absolutamente nada —continuó con ese sarcasmo que a él tanto le había hecho reír tiempo atrás.

Siete vueltas al solDonde viven las historias. Descúbrelo ahora