Epílogo

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Dos años más tarde...

Una boda en el bosque tiene sus cosas buenas. No tienes que preocuparte por el vestido de novia, ya que sabes que acabará sucio de tierra y lleno de hojas. Por mucho que se quiera, ni la mejor tintorería podría arreglarlo para que se lo des a tu futura hija.

Tampoco hay que preocuparse por los tacones. ¿Qué mujer sería capaz de andar por el bosque con ellos con la humedad y la llovizna que caía desde hacía algunas horas? Tampoco les hizo falta ningún peinado demasiado elaborado, pues la humedad se encargaría de estropearlo.

Claire alisó la tela del vestido, aunque no tenían ni una sola arruga. Estaba nerviosa. El diseño, aunque sencillo, era precioso y muy favorecedor. Lucy estaba radiante.

—Si fuese lesbiana o bisexual, te juro que yo también me enamoraría de ti —comentó la castaña—. Estás deslumbrante, Lucy. Me entran ganas de volverme a casar.

—No te quejes, que tu boda fue todo lo que cualquier novia desearía —respondió Lucy al halago de su amiga.

Aquel día, ella y Maddie no habían tenido que hacer nada fuera de lo normal más allá de levantarse, vestirse de blanco, dejarse el cabello semi-recogido y beber champagne mientras esperaban junto a Claire y otras amigas de la pareja a que fuese la hora de la ceremonia. Se habían prometido hacía cuatro meses y a pesar del poco tiempo para organizar la boda, estaba siendo perfecta.

Las chicas reían sin parar, felices y nerviosas. La luz que desprendían sus dos amigas aquel día era sumamente especial, y eso le hizo recordar a Claire el maravilloso día que compartió junto a Evan tan solo medio año atrás, cuando decidieron casarse en el terreno de la cabaña de la familia Myers.

Cuarenta minutos después, Claire caminó junto a las demás damas de honor con sus ramilletes hasta el altar, colocado entre dos bonitos árboles.

Y allí estaba él, en primera fila, esperándola. Evan. Siempre con esa sonrisa y aquella mirada que, por mucho que pasaran los meses, no dejaba de hacerla suspirar.

No eran mariposas lo que sentía en el estómago —aunque también—. Eran más bien elefantes los que bailaban y saltaban en él cada vez que le veía mirarla de aquel modo. Como si no hubiese nadie más en el lugar. Como si pudiesen decirse lo mucho que se amaban sin palabras.

Se llevó la mano al vientre, y no por aquella eléctrica sensación, si no porque acababa de notar cómo el fruto de su amor se movía en su interior. Justo dos semanas después de la boda, Claire se enteró de que estaba embarazada. Con los nervios de la celebración y de la luna de miel que pasaron en las islas Filipinas, se le olvidaron varias pastillas anticonceptivas, lo que llevó a que estuviese embarazada de casi veintisiete semanas para la boda de sus dos mejores amigas.

Todavía recordaba el largo minuto de silencio que se creó entre ella y Evan cuando le dio la noticia y la explosión de alegría que le invadió en cuanto pudo procesar lo que significaba aquello: que esperaba un hijo o una hija con el amor de su vida.

El oficiante parecía estar colocando los papeles cuando Maddie y Lucy llegaron al altar. Seguro que se le habían desordenado, pero a la pareja les dio absolutamente igual. No podían dejar de mirarse y de sonreírse.

—Un momento, ya estoy casi listo... —comentó el encargado de casar al futuro matrimonio.

Evan miró a Claire de nuevo, que se encontraba al lado del altar junto a las demás damas de honor. Le parecía la mujer más bella del lugar, incluso del mundo, y desde que su vientre había comenzado a crecer cada vez la veía más y más hermosa. Le guiñó un ojo cómplice, compartiendo después unas sonrisas, y justo después el maestro de ceremonias comenzó a hablar.

Siete vueltas al solDonde viven las historias. Descúbrelo ahora