Southbank (Parte I)

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El día amaneció nublado, como era normal en la ciudad en aquella época del año

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El día amaneció nublado, como era normal en la ciudad en aquella época del año. Claire esperaba que la lluvia se contuviese unas horas, pues aquella mañana la dedicaría a llevar sus cosas al nuevo apartamento y no quería llegar resfriada al primer día de trabajo.

Sus padres se ofrecieron a ayudarla, pero no quiso molestarles con el estrés de una mudanza o propiciar que pudiesen hacerse daño al coger más peso del que quizás podían. No es que fuesen tan mayores, pero a veces creían que todavía rondaban la treintena.

Tampoco quería que su madre comenzase a organizárselo todo o a criticar cómo quería decorar su apartamento, pues estaba más que convencida de que así lo haría. Odiaba que le cambiasen los planes o le impusiesen ideas. Además, Claire había hecho su mudanza a Nueva York completamente sola, así que estaba segura de que aquella no sería peor.

Lucy la llamó por teléfono la tarde anterior, recordándole que podía contar con ella para ayudarla con el traslado. Al principio se negó a aceptar su favor, pero terminó por ceder cuando su amiga amenazó con enfadarse si se negaba.

Mira que eres cabezota, Claire —le había dicho esta—. ¿Tan horrible es que puedas hacer la mudanza en la mitad de tiempo con mi ayuda?

Contigo podría convertirse en el doble de tiempo —se metió con ella, riéndose.

¿Pero por qué dices eso? He madurado, ¿sabes? Además, puede ser divertido y me muero de ganas de ver dónde vas a vivir ahora y...

No pienso hacer ninguna fiesta, Lucy —le advirtió, conociendo perfectamente a su amiga.

Eso ya lo hablaremos, pero tú quédate con que voy a ayudarte para que la mudanza sea más fácil para ti.

A la hora pactada, Lucy estaba en casa de los padres de Claire dispuesta a echarle una mano a su amiga. Su cara de sueño era notable, pero teniendo en cuenta que había tenido que llegar hasta allí en metro y que vivía en la otra punta de la ciudad, era normal dada la hora temprana a la que Claire la había hecho ir. Al menos, una vez Claire se mudase, sus casas quedarían más cerca.

Ella, en cambio, había dormido más que suficiente. A pesar de que Peter la llamó para mantener una conversación subida de tono, el único que pareció disfrutar con la misma —y con bastante rapidez— fue él. Claire se limitó a fingir que no se moría de sueño y a poner caras del placer que no sintió en absoluto.

—Podríamos haber quedado un par de horas más tarde —se quejó la pelirroja al saludar a su amiga, bostezando.

—No te quejes. Fuiste tú la que insististe en querer venir —se mofó Claire, sabiendo que su amiga odiaba madrugar y que, con un poco de maldad, había decidido comenzar su mudanza una hora antes de lo que había planeado tan solo para fastidiarla.

—Bueno, da igual. Dime qué tengo que hacer y así me acabo de despertar.

—Está todo lo que hay que meter en el coche en el recibidor. Si quieres, puedes ir trayendo cajas y maletas mientras yo las voy colocando en el coche.

Siete vueltas al solDonde viven las historias. Descúbrelo ahora