Capítulo XXXVII: Armor

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Skylar

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—Cloe, lleva a Traian y a Sky a nuestra armería. Que se equipen adecuadamente, y tú igual —ordenó Ragnor—. Marion, no contamos con refuerzos de la Ciudad de Luz porque Tara nos ha traicionado.

»Necesito que vayas con Freya y confirmes cuántos guardianes e hijos de la luz vendrán a ayudarnos. El mensaje de Charles fue redirigido a todos los puestos. Esperemos que algunos decidan ayudarnos a pesar de cualquiera que sea la información que Tara esté difundiendo. Dejé abierto un portal en el observatorio para aquellos que respondan al llamado.

»No tenemos tiempo que perder. Raoul y yo haremos una ronda de observación, debemos saber a qué nos estamos enfrentando. Oh, y Cloe, utiliza el pasadizo, así evitarán pasar por el salón, que en estos momentos está habilitado como sala de operaciones. Algo me dice que a Freya no le hará mucha gracia saber que hemos decidido desobedecer sus órdenes —finalizó, dirigiendo una mirada significativa a Skylar y Traian.

—Sí... Eso definitivamente no le va a gustar —respondió Raoul con una sonrisa torcida.

—Pero, señor... —por el tono de voz de Cloe, Skylar pudo prever cuáles serían sus próximas palabras: "¿Qué pasará con mi madre?".

Ragnor, quien también se había dado cuenta de esto, se acercó a ella y posó una mano sobre su hombro. Sus ojos se habían suavizado.

—No te preocupes, lo primero que haremos Raoul y yo será traerla aquí.

Cloe asintió, visiblemente aliviada.

—Gracias, señor.

No hubo tiempo para mayores palabras, todos sabían que el tiempo valía oro en aquellas circunstancias y un instante podía marcar la diferencia para la supervivencia de Gealaí. Una vez que todos se dispersaron, Cloe los guio a ella y a Traian por una serie de pasillos que Skylar apenas reconoció, hasta que pasaron junto a una puerta de madera tallada con delicados arabescos, cuya visión le ocasionó un dolor físico. Era la habitación que se había encontrado bajo el conjuro de Orión, en donde Christian la había besado.

Skylar no tenía idea de dónde podría encontrarse Christian. Gealaí no era muy extensa, la Base Sur de los guardianes probablemente medía unos cuatro kilómetros a la redonda, por lo que solo tenían unos treinta o cuarenta minutos antes de que Chris llegase a los límites de la cúpula y fuera demasiado tarde.

"¿Christian...? ¿Carsten...? ¿Ahora cómo se supone que debo llamarte...?".

Un vacío persistente se alojaba en su pecho. Tenía un millón de preguntas en su cabeza, preguntas sin respuesta que parecían clavarse con más profundidad en su corazón con cada minuto que pasaba. Aún le resultaba imposible creer que Chris la hubiera engañado, puesto que deseaba aferrarse a toda costa a la bondad que había conocido en él, o al menos a aquella que creyó conocer.

En aquel momento, de camino a la armería, Skylar se sentía como un títere en una obra de teatro, movida por hilos ajenos a su voluntad, sin saber muy bien cómo desempeñar su papel y cumplir con su propósito. Sabía lo que necesitaban que ella fuera, pero no podía evitar preguntarse si sería capaz de serlo, o si al menos ya se encontraba lista para intentarlo. De pronto, todo se sentía insuficiente. Sus contados entrenamientos y su escasa, por no decir inexistente, experiencia.

Había pensado de manera ingenua que aún tenía tiempo, aferrándose a la idea de que en su cumpleaños número dieciocho estaría lista, como si esperara que, llegado el momento, se convertiría en una reina por arte de magia. Como si el rey oscuro fuese a jugar limpiamente sus cartas. El decreto de guerra había sido dictado para el día 9 de julio, y aun así allí estaba ella, antes de la fecha proclamada, fijando su rumbo hacia una guerra para la cual no se sentía preparada.

Fuego Celeste © [Disponible en Librerías]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora