Capítulo VIII: ¿Y ahora qué?

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Skylar

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De entre todas las cosas que pudo haber esperado, aquello definitivamente era algo que jamás habría podido concebir en su cabeza.

Decir que Ragnor la tomó por sorpresa era quedarse corta de palabras.

¿Cómo podía aquel muchacho haber estado casado con su abuela? A simple vista, no superaba los veinticinco años de edad como mucho. No tenía sentido.

Un repentino sentimiento de pánico la embargó y por el instinto, se levantó y corrió a una velocidad inhumana hacia la puerta, queriendo evadir a Ragnor y escapar. Pero él fue más rápido y la interceptó en la puerta, bloqueándole el paso. Sus movimientos, al igual que los de ella, resultaron sorprendentemente rápidos, como una sombra al deslizarse.

Cuando volvió a hablar, la voz de Ragnor Gray continuaba imperturbable y calmada:

—Sé lo que estás pensando. ¿Cómo es eso posible, si tu abuela es ya una mujer adulta y yo aparento no ser más que un muchacho? —respondió, como leyendo sus pensamientos, lo cual no hizo sino incrementar el deseo inherente de Skylar de salir corriendo de aquella habitación y encontrar a su abuela y a Christian.

No obstante, Ragnor permanecía impasible y en vista de su silencio, retomó la palabra con tranquilidad:

—Al ser un híbrido entre la luz y la oscuridad, he gozado de ciertas ventajas y desventajas desde mi nacimiento. Verás... —comenzó a decir, dejando escapar un suspiro—, mi madre fue una hija de la luz al igual que la tuya, sin embargo, mi padre fue un hijo de la oscuridad, un demonio. La suya no fue una historia de amor.

»Mi madre fue engañada, para luego ser abandonada al borde de la muerte. Lo que aquel demonio desconocía, era que mi madre era una hija de la luz, por lo que, contra todo pronóstico, logró sobrevivir y no solo eso, sino que había quedado encinta. Ella tomó la decisión de aferrarse a la idea de que yo, su hijo, no tenía la culpa por la forma en que fui concebido, pero el parto tuvo complicaciones que perjudicaron su salud y murió a los pocos años.

Skylar, que hasta ese momento había permanecido a la espera de una distracción para poder escapar, bajó sus defensas. No pudo evitar sentir compasión. Si lo que decía era cierto y ambos eran los únicos híbridos, él había tenido que afrontar situaciones difíciles y duras, incluso más que ella. Quiso poder decirle algo que correspondiera al acto de confianza de este al contarle una parte de su historia, pero antes de que pudiera hacerlo, él se apresuró a llenar el silencio:

—En fin, adelantándonos un poco de la trágica historia del niño híbrido, vayamos directo al punto. Al nacer, heredé el don de uno de mis antepasados de la luz: la videncia profética. Y el linaje de mi padre biológico no se quedó atrás, ya que por él puedo acceder a la magia negra, aunque puedes tener la seguridad de que no la empleo con fines malévolos.

»Por largo tiempo he sido aliado a la causa de los guardianes del cielo y los hijos de la luz, prestando mis servicios en muchas guerras. ¿Puede adivinar, señorita Garroway, cómo he podido hacer esto y no envejecer?

Skylar tomó aire. Las piezas encajaron rápidamente en su cabeza, de pronto ahora todo tenía sentido.

—Eres inmortal... —las palabras salieron de su boca como un susurro, como si temiera estar loca por solo pronunciarlas.

—En resumidas cuentas, sí, lo soy —afirmó Ragnor, dedicándole esa encantadora y a la vez aterradora sonrisa suya—. Uno de los tres inmortales que existen, para ser más exactos.

—¿Tres...? —preguntó Skylar.

—Ah, demasiada charla. Es hora de que bajemos al salón. ¿Serías tan amable de acompañarme? —Ragnor le ofreció su brazo como lo haría un caballero.

Fuego Celeste © [Disponible en Librerías]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora