Capítulo XXXVIII: Nieve roja

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Carsten

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"Este cuerpo es demasiado débil...".

"El frío se siente cortante contra esta piel... Debimos quedarnos dentro del cuerpo de aquella mujer, así habríamos destruido su cuerpo y no el nuestro".

Carsten caminaba descalzo sobre la nieve, ya que, tras haber usado magia oscura para poseer a aquella hija de la luz, había quedado demasiado agotado como para tomar posesión de otro cuerpo.

No previó que aquel cuerpo humano sería tan ridículamente frágil. Apenas había caminado unos minutos y sus pies ya estaban entumecidos, cada paso se sentía como caminar sobre vidrios rotos. Su magia era aún demasiado débil y mientras caminaba entre las casas de piedra de los guardianes, no le era posible encontrar alguna fuente de vida de la cual alimentarse sin arriesgarse a ser descubierto. Los guardianes se dirigían a la mansión de Ragnor Gray, iban en grupos de al menos cuatro o cinco y si lo veían, definitivamente sospecharían de aquel chico rubio, desaliñado y descalzo.

Tenía que encontrar alguna forma de alimentarse o no llegaría a los límites de la cúpula, en donde la horda lo estaba esperando. Cada centímetro de su cuerpo tiritaba de forma incontrolable y sus dientes castañeaban. Se recostó contra el muro lateral de una de las casas y cayó al suelo, incapaz de mantenerse en pie. El aire frío le quemaba los pulmones, apenas podía respirar y cada vez le costaba más mantener la lucidez en sus pensamientos. Puntos negros nublaban su campo visual y sabía que era cuestión de minutos para que perdiera el conocimiento.

—Mierda... —gruñó entre dientes, cuando de pronto, el sonido de unas pisadas en la nieve atrajo su atención.

Frente a él, una pequeña criatura lo observaba con enormes ojos amatistas. Sus mejillas sonrosadas por el frío y su tierna juventud.

—¿Necesitas ayuda? —le preguntó una pequeña niña, el viento agitando sus rizos cafés—. Mi mamá dice que tenemos que ir a la casa del señor Gray, pero olvidé mi oso y vine a buscarlo. ¿Ves? —le dijo al tiempo que le mostraba el animal de felpa que había llevado oculto tras ella hasta ese momento—. Oso también es un poco torpe a veces, si quieres podemos ayudarte a llegar a la mansión, no está muy lejos.

Tuvo que retener una risa.

"Esto sí que es conveniente. Tan deliciosamente oportuno, que casi podría decir que es un regalo del cielo".

Intentó levantarse, pero sus piernas le fallaron. El entumecimiento era tal, que tuvo que buscar sus piernas con la mirada para cerciorarse de que estas seguían ahí. Tenía que hacer algo para no ahuyentar a aquella pequeña fuente de salvación frente a él y debía hacerlo rápido.

—Lo que sucede es que no puedo levantarme... —comenzó a decirle, con voz triste—. Me caí y creo que me lastimé el tobillo.

—Oh... —dijo la pequeña, frunciendo ligeramente el ceño—. Tal vez pueda alcanzar a mi mamá, ella podría ayudarte.

Había comenzado a girarse para regresar por dónde había llegado y el pánico inundó a Carsten.

—¡No! —bramó, arrepintiéndose al instante. La niña se asustó y dio un paso atrás, apretando al muñeco contra su cuerpo.

"Mierda...".

—Lo siento mucho... —retomó, mientras dulcificaba su voz—. Es que me duele tanto... Si tan solo pudieras ayudarme a levantarme, estoy seguro de que podríamos llegar juntos a la mansión.

"Si tan solo estuviera un poco más cerca...".

Los ojos asustados de la pequeña se suavizaron, compadecida por el dolor de aquel extraño tendido en la nieve.

—Está bien, vamos —le dijo, al tiempo que le extendía su delicada y pequeña mano, acortando la distancia entre ellos.

Todo sucedió demasiado rápido, de tal forma que la niña ni siquiera alcanzó a gritar, probablemente ni siquiera sintió dolor. La fatiga y la debilidad humana que lo habían retrasado se desvaneció tan súbitamente, que el cambio le produjo un nudo en el estómago que pareció desatarse conforme bebía de aquella joven vida. El calor regresó a su cuerpo, recorriendo sus venas con deliciosa rapidez, provocando que un estremecimiento de glorioso placer se apoderase de él. Tomó una bocanada de aire frío y este se deslizó con suavidad a través de sus labios, desbordantes de usurpada calidez.

Su cuerpo ardía de vida y por un breve instante, se permitió saborear cada detalle, embriagándose de todas aquellas sensaciones que le conferían el caminar entre los vivos por primera vez en mucho tiempo.

Carsten ya no era más una sombra incorpórea en este mundo. Era el mismísimo caos en carne y hueso.

Cuando logró ponerse de pie al fin, se limpió la boca con el dorso de la mano y retomó su camino.

Tras él, un pequeño cuerpo se hallaba tendido sobre la nieve teñida de carmesí.


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