Capítulo LI: Crisálida

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Marion

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Cuando al fin la encontró, Marion jamás hubiera imaginado divisar a Skylar en medio de lo que parecía un círculo rúnico. Las runas eran un tipo de magia antigua, muy poderosa, descubierta por el rey Orión y cuyo uso en la actualidad era bastante poco común, principalmente debido a la enorme cantidad de MDL que había que invertir en su realización. Ragnor era uno de los pocos hijos de la luz con el poder suficiente para hacer uso de ellas y Marion sabía que, en aquellos momentos, no había nadie en Gealaí aparte de él que fuera capaz de conjurarlas. Lo que solo lograba hacer que su visión fuese poco menos que irrisoria.

Skylar se encontraba de rodillas en la nieve y Marion se dio cuenta con un vuelco en el corazón de que había sangre por todos lados, principalmente enmarcando un cuerpo que yacía sobre la nieve. El cabello castaño y el destello de una armadura de plata con un grabado que le resultó conocido, hizo que por poco perdiese el equilibrio en pleno vuelo.

"No...".

Aterrizó con tanta brusquedad, que una ola de nieve se levantó a su alrededor. Ragnor bajó de un salto de su espalda y Marion se despojó del cambio con un gruñido pesaroso, mientras el dolor se abría paso a través de su garganta.

Antes de que pudieran acercarse lo suficiente a ellos, el resplandor que despedían las runas se elevó hasta el cielo y formó una barrera celeste alrededor de Skylar, Traian y lo que parecía ser una esfera de luz azul, tan brillante, que sus ojos ardieron en metamorfosis solo para poder mirarla.

Desde su posición, Marion podría haber afirmado sin lugar a dudas que se trataba de una estrella, una masa de luz iridiscente que arrojaba pequeños destellos cada vez que se estiraba y contraía sobre sí misma, pero que, al observarla con detenimiento, parecía albergar la silueta de una mujer en su interior.

Marion se detuvo en seco, el corazón le latía tan rápido que podía sentir las pulsaciones en todo su cuerpo. Para su sorpresa, Ragnor también se detuvo a su lado y la expresión de su rostro reflejaba la misma incredulidad. La visión de Traian le provocó un vívido dolor en el pecho, como si una mano con garras le hubiera apretado el corazón. Sin darse cuenta de lo que estaba haciendo, sus pies se movieron en dirección a ellos de forma mecánica.

Recordó cuando Raoul llevó a Trai hasta su casa en Gréine y cómo la visión de aquel niño perdido removió algo dentro de ella. El vínculo que compartieron Eleazar y James había sido instantáneo, "un lazo por epifanía", como le llamaban los nefilim y guardianes a la formación del vínculo a primera vista. Eleazar fue como un segundo hijo para ella. Había mucho de él en Traian: su cabello, el arco de los pómulos visible aun por debajo de la redondez de su rostro de niño, y la testarudez en las líneas de sus ojos, que resultaban ser idénticos a los de su madre.

Traian había perdido a su padre, y su madre llevaba tanto tiempo desaparecida que también fue dada por muerta. Se encontraba solo y su única familia era un tío lejano que residía en Rusia junto a su esposa e hijos.

Ragnor fue quien lo acogió luego de la invasión a la Ciudad de Luz en la que Eleazar y James perdieron la vida, y fue el mismo Ragnor quien contactó con ella luego de tantos años para exponerle la situación de Traian. Sus deberes militares le impedían cuidar del pequeño, por lo que unas sacerdotisas eruditas se estaban haciendo cargo de él mientras Ragnor fungía como su benefactor.

Pero Traian se mostraba cada vez más reacio a convivir con otros niños en condiciones parecidas a la suya y llevaba meses en los que apenas y pronunciaba palabra. La decisión se había tomado incluso antes de que Ragnor le ofreciera mayores argumentos. Por supuesto que ella se haría cargo del niño. No obstante, para poder aceptarlo, Marion debía contarle a Ragnor la verdad sobre Elizabeth y sus hijas, que también eran hijas de James. Y así lo hizo. Juntos mantuvieron el secreto y Raoul, quien siempre fue el amigo más allegado de ambos, los ayudó a trasladar a Traian a la casa Garroway en Gréine. Los lazos por epifanía tendían a ser hereditarios, por lo que existía casi total certeza de que Trai y una de las niñas desarrollasen el vínculo. Lo que une a dragón y jinete es algo mucho más fuerte que la sangre, más arraigado que cualquier otro tipo de conexión humana. Dragón y jinete conforman dos partes de un todo.

Fuego Celeste © [Disponible en Librerías]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora