Capítulo XI: Decreto

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Skylar

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El grito, que más que un grito resultó ser una exclamación de júbilo, resultó provenir de un hombre, el cual se aproximó hasta el pie de la escalera donde se hallaban Ragnor y Skylar.

Era alto, incluso más que Ragnor. Debía tener unos treinta años, tenía una complexión fuerte y vestía un traje azul marino elegante, que resaltaba su homogénea tez blanca. Llevaba el cabello rubio oscuro hasta los hombros y era poseedor de una sonrisa sumamente contagiosa. Pero lo más llamativo para Skylar fueron sus ojos, pues aparte de Marion, nunca había conocido a alguien que compartiera con ella esos ojos amatistas. Fue entonces cuando cayó en cuenta de que aquel alegre caballero no era el único. Decenas de ojos similares a los suyos la observaban.

Por un momento, la visión de aquellos ojos y su familiaridad, le brindó cierto sentido de aliento.

"Así que es cierto... No estoy sola".

—Sky, querida, este es Sir Raoul Monnet, de quien tanto te he hablado —dijo Ragnor.

—¡Exquisita! —exclamó el aludido, que ahora se hallaba delante de ellos—. Verdaderamente magnífica, la primera hija del cielo y de la luz. Es un honor conocerla. ¿Señorita...?

—Garroway. Skylar Garroway —contestó ella, intentando disimular la molestia en su mano, todavía ligeramente ardiente de dolor.

—¡Claro, claro! El parecido es innegable. No hay duda de que eres la viva imagen de James —exclamó él.

La mención de su padre hizo que todo lo demás pasara a un segundo plano.

—¿Conoció a mi padre?

—¿Que si lo conocí? Yo fui quien lo instruyó —contestó Sir Raoul, con expresión solemne y cierto pesar—. Fue mi alumno predilecto y debo decir que uno de los mejores. Sentí mucho su pérdida, pero al verla puedo entender su sacrificio. El amor nos lleva a hacer hasta lo imposible con tal de proteger a nuestros seres queridos.

Sus palabras tocaron el corazón de Skylar. El hecho de conocer a alguien más que hubiera sido tan cercano a su padre, la hacía sentirse como si ella misma estuviera un poco más cerca de él.

Aún había miradas curiosas sobre ellos, pero la música retomó su cauce, por lo que muchos se dirigieron a la pista de baile en el centro del gran salón. Por reflejo, olfateó el aire a su alrededor, acción que la sorprendió casi al momento después de haberlo hecho y aún más cuando se percató del por qué. Estaba buscando a Christian y a su abuela a través de su olor. El aroma de la comida cuidadosamente servida, mezclado con el de todos los presentes, inundó su nariz, cada uno perfectamente diferenciable del otro. En ese instante, no supo decir qué fue lo que la perturbó más, si la forma que había empleado para averiguarlo, o el hecho de que Chris no se encontraba ahí, al menos no en el baile. En cuanto a su abuela, podía decir que esta se encontraba cerca, aunque no alcanzaba a verla entre el cúmulo de personas a su alrededor.

—Aunque también es evidente que posee todo el encanto de su madre —retomó la palabra Sir Raoul, lo que provocó que Skylar se sintiera una vez más arrastrada lejos de su ensimismamiento, regresándola al presente. Durante una fracción de segundo se había perdido en sus sentidos agudizados, casi como si se encontrase en algún tipo de embriaguez—. En especial, por ese hoyuelo en la comisura del labio inferior, justo por debajo de la esquina derecha —agregó con un asentimiento—. "Un beso oculto", solía citar Elizabeth de Peter Pan cuando la conocí siendo apenas una niña.

—Quién diría que aquel beso pertenecería a un hijo del cielo... —dijo una voz femenina detrás de Sir Raoul.

Cuando se aproximó más a ellos, Skylar notó que aquella voz provenía de una hermosa mujer, de cabello rojizo largo hasta la cintura y entretejido en delicadas trenzas que le caían libremente por la espalda. Sus ojos eran grises, casi transparentes, con un anillo negro bordeando el iris. Era casi de la misma estatura que ella y llevaba puesto un vaporoso vestido color champagne, adornado con los detalles plateados que al parecer eran parte de lo común en la mayoría de los vestidos que alcanzaba a divisar. No debía exceder la edad que aparentaba Ragnor, pero sus ropas le hacían parecer una mujer mayor.

Fuego Celeste © [Disponible en Librerías]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora