Capítulo XIII: Quédate

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Skylar

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"Hasta mañana, Dulcinea", le dijo y entonces la besó.

"Eso no cuenta como un beso, tonta. Tan solo fue un beso en la frente. Una cordialidad. Bueno, tal vez no una cordialidad... Fue una muestra de cariño. Sí, eso fue, y de todas formas ¿Por qué no? Es Trai después de todo... Por todos los cielos, deja de actuar como si...".

Suspiró.

Skylar se hallaba tumbada boca arriba sobre su cama de dosel, con la mirada fija en el techo. Se había quitado el vestido y tomado una ducha caliente para calmar los nervios. Estaba saturada. Despertar en aquel lugar, el baile, la leyenda de Andrómeda...

"Joder, ¿esto parará en algún momento?".

No podía sacarse las palabras de Esteban de la cabeza. Él y muchos otros estaban depositando su fe en ella. Pero tampoco podía evitar preguntarse cuántos pensarían al igual que Nathaly, considerándola nada más que una niña estúpida arrastrada a ciegas a la boca del lobo.

El miedo se mantenía como una presencia persistente en la boca de su estómago, aunque ahora también había despertado un insólito sentido de responsabilidad. Algo en su interior la instaba a que debía hacer lo que fuera necesario y así cumplir su papel para con estas personas.

¿Pero a qué costo?

Por si fuera poco, la situación con Traian la mantenía desconcertada.

"¿Tengo que recordarte que no hubo ninguna situación?", repetía la vocecilla de su cabeza.

Tomó una almohada y la colocó sobre su cara, más frustrada que antes. Entonces recordó a Christian.

"Y por si fuera poco te olvidaste de tu mejor amigo. Vas por buen camino, Garroway".

Se incorporó con rapidez. Tenía puesto un pantalón de pijama gris y un top negro, por lo que se colocó una bata de seda violeta y se apresuró a abrir la puerta. No sabía dónde se encontraba la habitación de Christian, pero intentaría encontrarla. Lo había olvidado deliberadamente, era lo menos que podía hacer.

Comenzó a recorrer el pasillo por el que un par de horas antes Trai había desaparecido y por poco se quedó pasmada por la inmensidad del paisaje montañoso visible al otro lado de los paneles de cristal. Pero, ¿acaso no había visto un bosque de pinos la última vez que miró a través de él?

Skylar sacudió la cabeza. "Christian", su prioridad debía ser encontrar a Christian.

Optó por recorrer el ala oeste de la mansión y se topó con un corredor tenuemente iluminado por diminutas lámparas doradas empotradas en la pared. Tocó a la primera puerta con suavidad, pero nadie respondió. Siguió caminando, tratando de memorizar sus pasos para no perderse de regreso, ya que aún no se acostumbraba a la inmensidad del lugar.

La siguiente puerta se hallaba entreabierta. Se puso de puntitas y echó un vistazo dentro. La habitación estaba empapelada con un precioso tapiz azul cobalto y había una cama de dosel igual a la suya. Las ventanas estaban cubiertas con cortinas blancas que dejaban pasar la espectral luz de la luna, iluminando un reloj de oro y cristal en la pared, cuyas manecillas con forma de dragón iban marcando los segundos con un suave compás. Al fondo se escuchaba el repiqueteo del agua en una ducha, quien habitara ahí estaba tomando un baño.

Recorrió la estancia con la mirada y se detuvo al reparar en que el traje con que había visto a Traian en el baile, estaba pulcramente extendido sobre la cama, sonrojándose. Se quedó medio paralizada, hasta que el sonido de una puerta abriéndose tras ella la hizo pegar un saltito por la sorpresa.

Fuego Celeste © [Disponible en Librerías]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora