Capítulo XXVI: Esperanza firme

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Skylar

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Una vez que Skylar entró a su habitación y cerró la puerta, apoyó su espalda contra esta y se dejó caer. Las lágrimas surcaban libremente su rostro y se permitió a sí misma abrazarse a la pena que tanto agobiaba su corazón. Lloró por sus padres y su hermana, por la vida que les fue arrebatada y por la reina que una vez también fue parte de su familia. Lloró por Christian, por los años de sufrimiento de su abuela y las mentiras que habían envuelto todo lo que conocía desde el comienzo. Sabía que había sido muy dura con su abuela y que ella solo hizo lo que creyó correcto, pero también estaba cansada de anteponer a todos por sobre ella.

Desde su llegada a la mansión los días se habían vuelto pesados, sintiéndose como semanas o incluso meses para ella. Había puesto todo su empeño en colocarse a sí misma en segundo lugar, para sobrellevar el rol que estaba obligada a asumir. No obstante, nadie se interesó realmente en cómo le afectaba todo lo que estaba sucediendo y por más que quisiera, Skylar no podía culparlos. Cada uno llevaba su propia cruz a cuestas y era lógico pensar que la preocupación de una nueva e inminente guerra eclipsara lo demás, dejándola en segundo plano.

Era la segunda vez que se venía abajo ese día y eso no hacía sino frustrarla más.

La única persona que se dispuso a escucharla y a interesarse por cómo se sentía ella con todo esto fue Christian, aunque ahora ni siquiera tenía la certeza de si algo en su amistad con él había sido real o no.

Su habitación estaba oscura, comenzaba a anochecer y todo estaba teñido de un precioso color azul. Por alguna razón, la presencia de aquel color cubriendo cada superficie de su entorno le brindó cierto consuelo. Observó sus manos con timidez y, de forma casi instintiva, intentó concentrar toda su energía en ellas. Cerró los ojos y casi se quedó sin aire cuando al abrirlos divisó pequeñas y hermosas corrientes de luz celeste recorriendo las palmas de sus manos, como diminutos relámpagos vivos bajo su piel.

Unos golpes suaves a su espalda la hicieron perder la concentración y todo aquello desapareció en un instante.

—Sky... —la voz de su abuela le llegó desde el otro lado de la puerta—. ¿Puedo pasar?

Skylar se incorporó rápidamente y se secó las lágrimas del rostro con su manga. Aún tenía puesta la sudadera de Traian e hizo nota mental de devolvérsela más tarde.

—Sí, pasa —dijo mientras se sentaba al pie de su cama.

Marion abrió la puerta con delicadeza y la cerró tras ella. Su rostro estaba anegado de una tristeza que ni siquiera se esforzaba en ocultar. Dio unos pasos vacilantes hacia su nieta con ambos brazos cruzados a la altura del pecho y vaciló. Skylar la observó con cuidado, Marion siempre había representado mucha menos edad de la que se suponía que tenía, pero la pena que se podía entrever en la expresión de su rostro dejaba en evidencia el peso de los años, la pérdida de su familia y su gente, siempre viviendo con miedo a que las encontraran.

—Siento mucho lo que te dije antes... —comenzó a decir Skylar, mientras que Marion se sentaba a su lado y fijaba su mirada en la ventana.

—No tienes por qué... Tienes razón en todo... Tomé una decisión y esta trajo consecuencias. Entiendo que estés molesta conmigo e incluso que me odies por haberlo hecho...

—¡No te odio! —ante esas palabras, Skylar tomó las manos de su abuela y las sostuvo entre las suyas—. Jamás podría odiarte... Sé por qué lo hiciste, es solo que me duele tanto haberlas olvidado... Siento que traicioné a Addy, y a mi madre...

Marion se giró hacia ella con lágrimas en los ojos. Sin embargo, sus palabras fueron pausadas e impregnadas de certeza:

—Cariño, no... No puedes pensar de esa forma. No puedes cargar con el peso de una culpa infundada. Tú no tenías idea...

Fuego Celeste © [Disponible en Librerías]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora