Capítulo XLVIII: Un deseo a la estrella azul

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Skylar

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Un gemido de dolor escapó de su garganta. No podía sentir nada más, el dolor de su herida había desaparecido y ni siquiera era capaz de percibir el aire entrando a sus pulmones, ni los latidos de su corazón. No obstante, estaba esta sensación opresiva enzarzada entorno a su cuello y que descendía hasta su pecho, en donde lo único que podía sentir era un vacío aplastante. Una ausencia y silencio abrumador. Su alma siendo cortada a la mitad.

—Mmm, qué delicioso olor despiden los hijos de la luz al caer —escuchó decir a la arpía, aunque su voz le llegaba lejana y difusa, como si se encontrase bajo el agua—. Su belleza solo puede compararse a la exquisitez del maná dulce de su sangre al derramarse. Sin embargo, tú tienes algo diferente... Tu sangre no es como la de los otros hijos de la luz. Entrégamela. Dámela ahora y prometo que podrás reunirte con él muy pronto.

Skylar apenas era consciente de lo que estaba pasando a su alrededor. Toda ella era una pira de fuego vivo y abrasador. Ya no era calidez, se había convertido en un infierno. La arpía se encontraba justo sobre el tejado de enfrente, ladeando la cabeza como un ave curiosa, tan pequeña... Tan frágil. Sus movimientos parecían ser guiados por el tictac de un reloj, rápidos y ausentes. Su escrutinio carecía por completo de emoción alguna. No era más que un animal con rostro humano, guiada por una maldad instintiva. Era una depredadora, pero en aquel instante, Skylar también lo era.

—Ahora entiendo, sí... Tú debes ser a la que el rey y el heredero desean, pero quizás con tu cabeza será suficiente... Sí, sí... Así podrán tenerte, o al menos una parte de ti —canturreó una vez más. Sus ojos ciegos la observaban fijamente como si en verdad pudiera mirarla—. Déjame acabar con tu sufrimiento, oh dulce princesita... Yo puedo aliviar tu dolor. Devoraré tu corazón y ya nunca más sentirás dolor, ya nunca tendrás que sentir otra vez...

La ira dentro de ella crepitó con una fuerza arrasadora. Se atrevía a hablar de su dolor como si se tratara de un ángel compasivo, dispuesta a llevarse sus penas lejos de ella, pero Skylar sabía que aquello era imposible. Nada nunca le arrebataría este dolor, ni siquiera la muerte.

El mundo entero siendo engullido por el vacío.

Un apenas perceptible sonido atrajo toda su atención, como si aquello fuera lo único existente en ese nuevo mundo inerte y sepulcral. Un goteo. Cada gota parecía aplastar fragmentos de ella al encontrar su camino hacia la nieve, dejándolos inservibles y hechos trizas. Piezas de ella que ya nunca podría recoger, ni volver a juntar. Fue entonces cuando pudo detectar el origen de aquel pesado goteo. Al volver a posar sus ojos en la arpía, todo se volvió blanco y negro para Skylar; todo excepto el rojo intenso que teñía las garras de la criatura, aferrada a la viga. Las gotas siguieron cayendo una tras otra, marcando el compás de su corazón, hasta que sus propios latidos se tornaron tan erráticos y frenéticos, que se convirtieron en un pitido ensordecedor que atravesó sus oídos. Era la sangre de Traian.

Traian... Que cuidó de ella toda su vida, renunciando a su propia humanidad con tal de protegerla...

Traian... Que lograba apaciguar el fuego en su interior, anclándola a la realidad...

Traian... Que yacía inmóvil ahí, frente a ella.

Y Skylar no fue capaz de protegerlo. Sus padres, su abuela materna y ahora Traian... Todas víctimas por tratar de protegerla...

¿Y para qué?

Se suponía que ella, de entre todos, sería quien pudiera impedir todo lo que estaba ocurriendo, representar alguna diferencia... Y sin embargo, ahí estaba, impotente, paralizada, siendo consumida por la sangre hirviente que amenazaba con quemarla desde adentro.

Fuego Celeste © [Disponible en Librerías]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora