Capítulo XLVII: "Algunas cosas no pueden ser hermosas para siempre".

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Skylar

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—Ese aroma... —siseó la arpía con deleite, sus ojos ligeramente entrecerrados mientras una grotesca sonrisa se formaba en sus labios—. Qué olor tan exquisito...

Para alivio de Skylar, aquella mujer mitad bestia había liberado el cuello de Roy y desencajó sus garras de su caja torácica, pero el alma de la chica cayó a sus pies cuando reparó en los borbotones de sangre que brotaban de los lugares en donde su armadura había sido perforada. Cualquiera que fuera la novedad que ella implicaba para la arpía, consiguió que esta última olvidase a su presa anterior, que yacía inmóvil sobre la nieve.

Sus fosas nasales se dilataban con cada inspiración y un gemido de placer brotó de la garganta de la arpía:

—Mmm... —murmuró mientras se agazapaba en su dirección, en un movimiento veloz y antinatural—. Dime, ¿qué eres? Hueles a luz, sí... Pero también a algo más... Puedo sentir la sangre que mana de tu cuerpo, exquisita, deliciosa... no es como nada que hubiera percibido antes. No sé qué es... pero la deseo. Dámela... ¡Dámela ahora! —chilló, haciendo que su voz se transformase en un graznido.

Su apariencia había dejado de ser delicada y hermosa, transmutándose en algo completamente distinto, como si la frágil bailarina de una caja de música cobrase vida para convertirse en una pesadilla con sed de sangre.

—"Llévense a ese chico de aquí, ahora". —alcanzó a decirle a Traian, rozando sus pensamientos, pero sin atreverse a mirarle a los ojos. Este se había quedado plantado detrás de ella, como si no pudiera dar crédito a lo que Skylar acababa de hacer y ella no podía culparlo. Era perfectamente consciente de que se estaba dejando arrastrar por la impulsividad, pero no podía dejar que aquel chico muriera, no si podía hacer algo, cualquier cosa para evitarlo.

Su mayor problema era el tiempo. Desde lo alto ya había evidenciado cómo las zonas que eran limpiadas por hijos de la luz y guardianes volvían a atiborrarse de peones debido al avance de la horda. Pronto estarían rodeados.

La urgencia de llegar a la aurora se convirtió en una necesidad casi física, como si algo estuviera jalando de ella hacia ese punto de luz. No podía explicarlo, pero aquel destello celeste en medio de la aurora parecía ser la respuesta. Tampoco tenía idea de a quién o a qué pertenecía la voz que había escuchado, lo único claro era que debía hacer algo para frenar el avance de los oscuros en Gealaí. Sus vidas dependían de ello.

Tomó cualquier rastro de miedo e inseguridad y los introdujo en una pequeña caja que guardó en lo más profundo de sí.

—Si quieres mi sangre, ven a buscarla —le contestó Skylar, con voz plana.

Se presionó el costado con la mano que tenía libre y el calor de su sangre impregnó sus dedos. El dolor se extendió desde la zona afectada al resto de su cuerpo, cada una de sus terminaciones nerviosas respondiendo al veneno de arpía con gritos de agonía, evocando manchas rojas en la visión de Skylar. La criatura volvió a gemir, esta vez con una urgencia animal. Skylar soltó la daga y a través del vínculo pudo prever las acciones de Trai antes de que este las llevase a cabo. Apenas un segundo antes de que este pudiera moverse para arrojarse hacia a ella, Skylar corrió en dirección a la arpía.

Ni siquiera cerró los ojos cuando permitió que la metamorfosis se hiciera con ella por completo. El fuego la abrazó y el poder que recorría sus venas crepitó con una fuerza embriagadora, provocando a aquel monstruo, como la luz a una polilla. Skylar abandonó su cuerpo humano y adoptó su forma de guardiana con la misma facilidad con la que una persona se despojaría de unos andrajos, demasiado sueltos para ajustarle correctamente, demasiado insulsos como para representarla. La armadura de su padre se adaptó a ella a la perfección, un revestimiento de plata sobre su tez de zafiros.

Fuego Celeste © [Disponible en Librerías]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora