El poder de la magia siempre ha estado en manos de aquellos que nacen con la voluntad de dominarla. En el mundo actual, estas personas son mejor conocidas como magos. Durante mucho tiempo, los magos y los humanos han intentado coexistir en armonía...
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—Ríndete, ya no tienes a donde ir —le avisó Trade con una expresión de desgano al sujeto de piel morena y cabeza rapada que se encontraba delante de él. Los separaban casi seis metros de distancia y, en un intento por buscar una salida, el hombre miró hacia un lado del camino—. ¿De verdad? Si fuera tú lo pensaría dos veces —añadió, como última advertencia.
Justo después de sus palabras, el silbato del tren se escuchó a la distancia y su sonido viajó por el aire hasta llegar a nuestros oídos. El techo del vagón, sobre el cual ambos se hallaban parados, se agitó con turbulencia tras el movimiento que las ruedas del tren luego de pasar por una pequeña y cerrada curva. El viento sopló con gran ferocidad en mi rostro, y el solo pensar que podía llegar a sacudirme del sitio, me hizo sujetarme con mayor firmeza a la escalera de emergencia. Solo tenía media cabeza arriba del vagón, y Mink, que se aferraba en mi hombro, encajó con profundidad sus uñas en mi ropa en un esfuerzo por mantenerse pegado a mí; de reojo veía su cola hondear a mis espaldas.
¡Por favor! ¡Esto es absurdo!
La velocidad con la que el tren se desplaza era tan abrumadora que me era imposible subir al techo ¿Cómo demonios terminaron esos dos allí arriba, y cómo es que Trade puede mantenerse en pie con tanta facilidad?
Con dificultad, y pese las fuertes ráfagas, intenté detallar cada aspecto de su postura: mantenía los músculos relajados, las manos en los bolsillos, la espalda recta y, de ella, pequeñas llamas de fuego emergían despedidas hacia afuera, dándole el impulso necesario para no ser empujado por el viento. Cansado de esperar y sin dificultad alguna, dio dos ligeros pasos acercándose al hombre. Este exclamó un par de palabras que, debido al aire, no pude escuchar. Seguido, lo señaló con la mano, al tiempo que una sustancia viscosa y grisácea se escurría de su palma. Arrojó aquella masa desconocida hacia Trade y este contraatacó lanzando una corta llamarada que la carbonizó al contacto. El hombre intentó huir, pero no logró llegar muy lejos. Trade se impulsó hacia él con sus llamas y, tomándolo por la cabeza, lo estampó con fuerza hacia abajo. El impacto sacudió todo el vagón, e inmediatamente, una serie de luces rojas se alzaron sobre cada uno de los techos iluminando todo a lo largo del tren. Escuchamos un estruendoso silbato, diferente al anterior y la velocidad de la maquinaria fue disminuyendo hasta que llegó a detenerse por completo. El erudito de fuego se separó del cuerpo inmóvil de su objetivo y levantó la mirada contemplándome con cierta sorpresa, pero también mostrando esa característica expresión de indiferencia que no tardaba en aparecer en su rostro.
¡Ah, este hombre!
Debido a la conmoción causada, el tren llegó a la estación de con una hora de retraso. Tuve que disculparme con el conductor, el maquinista de turno, el encargado de seguridad del andén y el oficial de control de tráfico del momento, ya que ninguno de ellos llegó a tener conocimiento de nosotros, puesto que, con el fin de evitar filtraciones de información, solo aquel que nos había contratado para capturar al ladrón, el gerente general de operaciones de vías, sabía de nuestra misión en cubierto. No sé cuántas veces tuve que disculparme y agachar la cabeza ante nuestro cliente por a haber ralentizado todo el proceso de operaciones; aunque, después de todas mis palabras, terminó comprendiendo la situación y, en el fondo, se alegró que aquella persona que había estado robando a sus pasajeros finalmente fuera detenida.