El poder de la magia siempre ha estado en manos de aquellos que nacen con la voluntad de dominarla. En el mundo actual, estas personas son mejor conocidas como magos. Durante mucho tiempo, los magos y los humanos han intentado coexistir en armonía...
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El Lapaut causó cierta sensación en el gremio. Cuando Mia cruzó la puerta con él casi todos los presentes dejaron sus copas y mesas y se acercaron emocionados a contemplarlo. Comenzaron las explicaciones sobre cómo dimos con él y, al final de la historia, todos terminaron aceptando a la criatura felizmente.
—Vaya que la tuvieron complicada —comentó un hombre de peinado rebelde y ropajes negros—. ¿Y dices que es capaz de cambiar de tamaño? Yo quiero ver eso.
—A decir verdad, es muy tierno que los haya seguido todo el camino. ¿Acaso piensas conservarlo, Mia? —preguntó una mujer de lentes y pronunciadas caderas.
—¿Conservarlo? No, yo no tengo ninguna autoridad sobre él como para decidir eso —respondió la luciérnaga encogiéndose de hombros—. Por muy adorable que sea, primero que nada, es una criatura salvaje que ha vivido en libertad toda su vida. No es mi deseo ir en contra de su naturaleza y obligarlo a permanecer solo para complacerme. Si ahora mismo está aquí es porque así él lo ha decidido; pero estaré encantada de acogerlo el tiempo que sea necesario.
—Creo que todos los seres de este mundo serian felices viviendo contigo —comentó la mujer simulándole una sonrisa—. ¿Le pondrás un nombre?
Ella se quedó pensativa y por un segundo sus ojos me contemplaron.
¿Qué? ¿Por qué me está mirando de esa forma? Yo no tengo nada que ver con ese animalucho.
—Supongo que lo nombraré, si al final decide quedarse —fue su respuesta y acarició la cabeza de la criatura con suavidad. Su toque lo hizo cerrar los ojos y un leve ronroneo se escuchó provenir de su boca.
Todos en el gremio estallaron en risas alegres, aunque el sonido de sus voces incomodó mis oídos. Quería irme de allí cuanto antes, sin embargo, todavía debía cerrar oficialmente la misión y Mia estaba rodeada de demasiadas personas como para decírselo. Pasaron diez largo minutos, y de no ser por la intervención de Karina, la cual le recordó el procedimiento, probablemente habría permanecido el resto del día en el gremio.
—¿Piensas... venir mañana? —repentinamente me preguntó Mia, justo después que el dispositivo reconociera mi llama.
La miré con cautela, ya que aquellas palabras me sorprendieron. Las misiones de este mes ya estaban realizadas, así que no había motivo por el que ella y yo cruzáramos más palabras. Además, según mi cuenta, solo me hacían falta un aproximado de quince horas presenciales en el gremio para cumplir con los requerimientos impuestos por Gideon.
Al ver su mirada tan fija en mí, dudé si debía responderle, pero al final lo hice.
—No lo creo —fue lo único que le dije.
Abrió la boca, pero rápidamente la cerró y finalmente asintió con la cabeza. Le di una última mirada sin importancia y terminé saliendo del gremio sin que a nadie le importara mi ausencia. Durante el trayecto a mi residencia, comencé a sentir con mayor ahínco los dolores en el cuerpo. Tenía la mayoría de las articulaciones contraídas y, pese a que el resto de heridas sangrantes ya habían cicatrizado, los huesos me pesaban y palpitaban de dolor. Fue una sensación extraña, ya que no era el dolor punzante que estaba acostumbrado a sentir cuando era herido por otro elemental, este dolor era ligeramente más leve, pero se esparcía por todos los rincones, lo que generaba que lo sintiera con mayor permanencia. Las criaturas mágicas sí que eran un problema, deberé tener más cuidado con ellas en el futuro.