El poder de la magia siempre ha estado en manos de aquellos que nacen con la voluntad de dominarla. En el mundo actual, estas personas son mejor conocidas como magos. Durante mucho tiempo, los magos y los humanos han intentado coexistir en armonía...
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La caída de Silent Farce se esparció más rápido de lo que anticipé. Después de haber sido forzado a retirarme de la ciudad de Vistabran, me escondí por un tiempo en zonas clandestinas y no tan concurridas. Aunque ya no era de mi interés, empecé a escuchar los rumores y noticias que las personas comentaban de la batalla. Había pasado ya un mes desde nuestra derrota contra el gremio de Soul Leaf y la gente todavía celebraba su triunfo. Ciertamente ya me estaba cansado de escucharlos debido a que no había lugar al que fuera en el que no escuchara hablar del tema.
—Sus magos no pudieron hacerles frente —oí comentar a un hombre, que hablaba con otro dos cerca de una mesa a mis espaldas—. Apenas comenzado el combate, sus magos comenzaron a caer uno a uno como simples moscas.
—¡Esos malditos se merecen más que eso! —le respondió el hombre a su derecha.
—Estoy de acuerdo, Broet. Se creían el mejor gremio oscuro del reino, pero fueron fácilmente aniquilados en un día por Soul Leaf —agregó el otro.
—¡No por nada tienen al gran Gideon Tinsel de su lado!
—¡Salud por el Destello Escarlata de Vistabran!
—¡Hay que ser bastante idiota como para querer atacar a un gremio en su propia casa!
Los tres hombres se echaron a reír y chocaron sus copas en un brindis que nadie dio importancia. Sus risas me molestaban. Quería silencio y sus comentarios no me dejaban beber en paz. Realmente no me importaba la patética derrota de Silent Farce. Éramos un gremio despreciable en el que todos sus integrantes no eran más que simples basuras.
Lo que si me indignaba era mi propia derrota. Desde que me alejé del Círculo de los Eruditos del Fuego, nadie había sido capaz de hacerme frente. Conocía los límites y el alcance de mi propio poder, un poder absoluto... Haber sido humillado por unos simples magos a los que desconocía era tan vergonzoso. En mi cabeza no dejaban de repetirse las imágenes de mi combate con el anciano y la mujer, por más que me esforzaba por imaginar algo diferente, siempre acabada con el mismo resultado.
—Ey... —le hablé al hombre detrás de la barra del bar en el que me encontraba. Me miró cauteloso. Temí por un segundo que me hubiera reconocido, ya que se me acercó con lentitud—. Quiero otra —le ordené pasándole la jarra de madera vacía.
—Señor, este será su décimo trago —respondió él con una voz suave—. Apenas es medio día para...
—Te pedí que la llenaras, no que me dieras un sermón —repliqué afincando la mirada.
El hombre se encogió de hombros y asintiendo con la cabeza, llenó mi jarra de nuevo. Limpió el borde por donde se derramaba la espuma de la cerveza y me la pasó devuelta a mis manos.
Esta mañana me encontraba más molesto que de costumbre. No solo lidiaba con la humillación de la derrota, también debía ocultarme. Ahora que mis heridas se habían sanado, me dispuse a corroborar la pista que el Maes..., que Abraham Scanor me había dado antes de nuestro asalto a Vistabran. Viajé al pueblo de Lavaf con la esperanza de conseguir algo, de dar con alguna pista que me acercara a él. Han pasado tantos años...