Capítulo 2: Calor.

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La tan afamada noche había llegado

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La tan afamada noche había llegado.

Días antes, nuestras fuerzas se habían repartido en secreto a los alrededores de la ciudad de Vistabran, por lo que ahora teníamos un puñado de casi cuatrocientos magos a la espera de instrucciones. El asalto estaba planeado que ocurriera durante la clausura del festival. La noche había caído, el desfile ya casi terminaba por lo solo era cuestión de tiempo.

Caminaba por las abarrotadas calles en busca de un lugar que sirviera como torre. Mi fuego sería la señal para empezar, así que debía estar en un lugar alto de la ciudad donde me fuera fácil esparcir las llamas.

Vistabran era una ciudad que desprendía calma. Altos edificios de piedras perfectamente cortados, largas y anchas carreteras de rocas brillantes, puentes pequeños y elevados que daban una vista confortable hacia los diferentes canales de agua de la ciudad. A pesar de la oscuridad de la noche, las calles se encontraban iluminadas con cristales mágicos que en su interior eran capaces de contener pequeños rastros de energía como la luz o el fuego. Los pobladores eran personas con caras sonrientes que iban de una lado otro preocupándose de no gastar más de lo necesario. Noté que la mayoría llevaba en las manos o en algún lugar de su ropa, un decorativo de una rosa roja.

De pronto, una pequeña niña de rubios cabellos me haló del brazo de la chaqueta e hice un esfuerzo por no reaccionar con brusquedad ante su contacto.

—Señor, ¿no quiere una flor? —me dijo alzando en alto una rosa roja. Sus pequeños ojos color miel me contemplaron a la espera de una respuesta.

No dije nada y pase por su lado sin dignarme a comprobar si mi actitud le había incomodado.

Mejor así. Dentro de poco ya no existirá nadie.

Logré ver una concentración de personas cerca de la catedral de piedra, y otros grupos de personas repartidos en la calle principal. Pronto sería la hora...

En ese momento la campana de la iglesia sonó dando las nueve de la noche. Se escuchó una música instrumental a lo largo de toda la ciudad, y sin más, el cielo se llenó de luces, fuegos artificiales y figuras de colores que lo adornaron casi por completo. Alcé la vista al igual que las miles de personas a mi alrededor. Observé el resplandor de los destellos y de cómo sus colores impresionaban a las personas haciéndolas sonreír de inmediato. Ver aquellas expresiones de dicha me inquietaron y sentí una enorme repulsión de estar entre esas personas. Me aparté de la muchedumbre que miraba al cielo con ojos deslumbrantes ignorantes de su destino. Cuando la última figura, está en forma de hoja, se desvaneció en el cielo, enseguida el público aplaudió y se escuchó un solo grito de euforia: el festival había concluido.

Hora de trabajar.

Escalé, impulsándome con mi fuego hacia lo alto de la catedral de piedra. Me paré sobre la enorme cúpula de vidrio y contemplé la majestuosidad de la ciudad y de su gente que empezaba a retirarse a sus hogares. La imagen de la niña con la rosa llegó a mi cabeza y de nuevo sentí un remolino de energía en el pecho.

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