Capítulo 52: Verdades A Medias.

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La inesperada propuesta de Iván me hizo levantar la cabeza

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La inesperada propuesta de Iván me hizo levantar la cabeza.

—¿Yo? —inquirí, confuso.

—Sí, por favor, por aquí —agregó la mujer y salió por la puerta sin darme la más mínima oportunidad de negarme.

Miré a Iván, que con un movimiento de la mano me incitó a que me moviera. Rodé los ojos y, levantándome de mi asiento, seguí a la mujer. Me condujo al otro extremo del pasillo a una habitación que era mucho más extensa e informal, y en la que se encontraban toda clase de computadoras modernas conectadas a diversas máquinas de coser. No había nadie trabajando en ella, por lo que supuse que solo era utilizada para realizar ciertos procedimientos.

—¿Podrías tenderme tu abrigo, por favor? —soltó de pronto la mujer, deteniéndose frente a una de las máquinas.

La miré con cautela.

—Lo has usado por mucho tiempo, ¿no es así? —dijo al ver la desconfianza en mi rostro—. Mientras ustedes dos jugaban, me di la tarea de revisarlo en profundidad y, por el corte y el talle, sé que es uno de nuestros diseños. Puedo ver que te has esforzado por cuidarlo; incluso así, el clima y el paso de los años lo han desgastado profundamente. Su material ha empezado a ceder, por no decir que está empezando a quedarte ajustado. Veo en tu expresión que no pareces estar preparado para cambiar de traje, por lo que voy a hacerle un par de mejoras para que estés más cómodo

La mujer extendió los brazos y movió las palmas de las manos, esperando mi reacción. Tragué saliva. Por alguna razón, aquello no me gustaba nada y, por su postura y mirada insistente, parecía que no tenía más alternativa que obedecer.

Con un movimiento lento, me despojé por segunda vez en el día de mi traje elemental y, al entregárselo a la mujer, mi fuego interno palpitó nervioso. Ella agradeció con un asentimiento y se giró hacia la máquina para manipularla. La vi abrir una pequeña puerta y tuve que apretar los dientes para no soltar una protesta cuando mi traje desapareció en su interior.

—Ahora, ¿te importaría pararte en ese lugar, por favor? —me ordenó, esta vez señalando una plataforma circular plateada ubicada en el centro de la habitación—. Es un escáner de cuerpo entero; con él, podré tomar y ajustar tus medidas al detalle.

Suspiré y cumplí lo que me pedía. En cuanto me ubiqué en el sitio, la plataforma se iluminó y quedé envuelto en un cilindro de luz que parpadeaba gradualmente. Al poco tiempo, Jade se acercó con una libreta y un lápiz digital, en los que empezó a escribir y a trazar figuras.

—¿Podrías extender los brazos hacia distintas direcciones? —me dijo sin despegar los ojos de su libreta.

Así lo hice y me quedé realizando aquellos movimientos por un largo tiempo. Aproveché que la mujer no me prestaba atención para mirarla de reojo. Contemplé sus rasgos humanos y de pronto tuve la necesidad de hacerle una pregunta, una pregunta que había estado rondándome por la cabeza desde que supe la verdad sobre Iván.

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