|Mᴏᴍᴇɴᴛᴏ XXXIII|

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Instantes antes

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Instantes antes


No resultó muy complicado averiguar las rondas de la Policía Militar en lo que respectaba a su cuidado. Durante las últimas dos noches en las que estuvo bajo tierra, encerrada dentro de una diminuta celda de cuatro paredes, el mismo guardia daba el último rondín del día a eso de la media noche, cuando ya la mayoría de los militares se habían marchado a descansar sin orden previa de sus superiores.

Sin falta alguna, el hombre apareció por la entrada del pasillo, soltando un bostezo y dándole vueltas a las llaves a modo de juego. Se posicionó frente a la celda de la joven, preguntando si es que necesitaba alguna última cosa antes de que el día terminara por completo. Con la vista clavada al suelo en señal de sumisión, ella asintió.

El guardia chasqueó la lengua con molestia. Y él que pensaba irse temprano.

Caminó hasta la bobina de las cadenas para desactivar la palanca. El mecanismo aflojó el agarre de la pelinegra, permitiéndole bajar los brazos y descansar de tantas horas en la misma posición tormentosa. Geheim se lamió los labios, y mientras el señor con calvicie pronunciada buscaba la llave correcta, se levantó de un salto.

Si bien sus pies descalzos tocaron el frio suelo, una columna de tamaño pequeño brotó del mismo a la velocidad de la luz. La barrera de metal se doblegó hasta romperse, el pico atravesó todo a su paso y se llevó en el camino al solado. Las llaves cayeron al suelo. El hombre gritó de terror por un lapso minúsculo, hasta que el sonido se detuvo cuando se golpeó la cabeza contra la pared, aprisionado entre el arma y la misma.

Los ojos castaños de la muchacha lo recorrieron de arriba hacia abajo comprobando que no estuviera muerto. Antes de dar el primer paso, dibujó círculos con los pies, deshaciéndose de toda la tensión acumulada a lo largo de las horas. Comprobó la longitud de las cadenas, asegurándose de que fueran lo suficientemente largas como para ir hasta las llaves y desatarse ella misma. Una vez hecho esto, acarició el nacimiento de su creación, exactamente en la orilla que lo conectaba al suelo, grabándose el color resplandeciente de lo que ella misma había ocasionado. Era exactamente igual al material del enorme fuerte que creó para Ritter sin darse cuenta. Y ahora lo tenía frente a frente, no era una ilusión, tal vez ellos tenían razón, era momento de aceptarlo, se dijo.

Caminó entre los espacios de la reja doblada, llegando hasta las llaves. El metal de las esposas creó un eco por cada rincón del extenso pasillo una vez que estuvo liberada, y se frotó las muñecas tratando de calmar el ardor en ellas. En su pecho solo existía la preocupación, no hubo tiempo para pensar en nada más que en las palabras fuertes y claras de Erwin Smith. Lo que estaba a punto de hacer, sería el último salto de fe hacia la verdad.

Una bala agujeró el suelo a unos cuantos centímetros de su pie. Retrocedió de manera inconsciente, alzando la cabeza para encontrarse con el mismo soldado que gozaba de humillarla. El joven de cabellos dorados corría torpemente, apuntando de manera temblorosa la punta de su arma, sudaba frio y sus ojos titubeaban.

SILENCE || Levi Ackerman (En edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora