|Mᴏᴍᴇɴᴛᴏ XXIX|

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P R I M E R A P A R T E



El subterráneo jamás fue la mejor opción cuando se trataba de cuidar y criar a un niño. Era la ciudad con más altos índices de violencia, no había un día en el que no rondara la noticia del más reciente atraco o asesinato; los pueblerinos carecían de las comodidades para tener una vida que pudiera catalogarse como digna, y se enfermaban con enorme frecuencia a causa de la humedad filtrada por el suelo superior, y la falta de luz solar. La ciudad subterránea jamás fue la primera opción de nadie, pero era la única para Leise Grunewald, de hecho, ni siquiera era tomada como opción. Vivir en la ciudad subterránea era la obligación de Leise Grunewald, el único lugar en el que se le permitía estar.

A pesar de todo, aunque a la mujer no le gustara en lo absoluto la oscuridad, y que el encierro absoluto la hiciera sentir asfixiada; estaba agradecida de poder permanecer entre las sombras. Sólo así, escondida como en un inicio, pudo cuidar y proteger a lo más sagrado que tenía, su pequeña hija, Geheim.

Desde que tenía memoria, su madre siempre emanó melancolía por cada poro de su pálida piel. No importaba lo que Geheim hiciera, ella nunca parecía estar verdaderamente feliz. En un principio, cegada por el pensamiento infantil que una pobre niña de cuatro años podría tener, creyó que su dolor emocional se debía al gran deseo de salir fuera de esa asfixiante prisión. Al igual que todos, las dos deseaban con todas sus fuerzas poder sentir la calidez del sol aunque fuera una sola vez.

Y así, pues, impulsada por la necesidad de hacer feliz a su madre aunque fuera por poco tiempo, se puso su mejor vestido, limpió sus zapatos desgastados, y ató su larga melena oscura en dos coletas altas. Entonces, armándose de un valor impresionante, soltó la mano de su madre distraída a mitad del mercado de verduras en mal estado, y corrió hasta la enorme escalera que llevaba en dirección a la cima.

Los peldaños se alzaban ante ella como la bestia más enorme que jamás hubiera visto, resultándole casi incontables después de llegar hasta el número seis. Desde esa altura no alcanzaba a percibir a los dos guardias imponentes que se encargaban de cuidar la salida, cargando sus escopetas y mirando todo con mala cara.

Antes de llegar a ese punto, Geheim ya los había estudiado, sabía que esos hombres odiaban a todas las personas que vivían bajo tierra como ella, y que más de uno había rodado por esas escaleras ante la fallida operación de escapar. Pero para la niña pelinegra, esas personas eran demasiado ilusas y hasta cierto punto idiotas, por el simple hecho de intentar hacer algo como eso a la fuerza. Lo más racional, y que seguramente funcionaría según sus planes, era pedir de manera cordial un poco de tiempo en el mundo de arriba, no importaba cuánto fuera, Geheim sólo quería que su madre fuera feliz aunque el lapso fuera demasiado corto.

Respiró profundamente antes de empezar su importante misión, subió peldaño por peldaño, manteniendo un ritmo demasiado lento, pues los escalones eran demasiado grandes y más de una vez estuvo a punto de caer. Apoyando las manos al frente, y pasando una pierna seguida de la otra, consiguió llegar a la mitad del camino. Las pisadas de los militares le hicieron levantar la mirada, para encontrarse con sus enormes figuras corriendo en su dirección mientras apuntaban los rifles a su cabeza.

SILENCE || Levi Ackerman (En edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora